EL francés Thomas Kruithof, director de Testigo, confiesa que jamás ha estudiado cine. “Mi escuela ha sido la de ver y volver a ver películas”, afirma. Sin embargo, desvela que durante la escritura de la que es su ópera prima, se convenció de que sabría dirigirla también. Y así ha sido. Testigo llega a los cines estatales tras cosechar buenas críticas durante su paso por las pantallas europeas, siendo catalogada por muchos como “un homenaje a clásicos como Pollack o Coppola”.
El largometraje bucea en el suspense para abordar una historia política donde salen a flote algunos asuntos ocultos del gobierno.
En Testigo el protagonista es Duval, un hombre que dos años después de ser despedido, sigue en paro. Todo cambia cuando un enigmático hombre de negocios se pone en contacto con él para ofrecerle un trabajo sencillo y bien remunerado: transcribir escuchas telefónicas. Duval, está desesperado económicamente y acepta sin preguntar sobre la finalidad que persigue la empresa que lo contrata. De pronto, se ve envuelto en un complot político y debe afrontar la brutal mecánica del mundo oculto de los servicios secretos.
amante del espionaje Kruithof se declara amante de las novelas de espionaje, y para dar forma a su historia se ha inspirado libremente en algunas de las crisis que han tenido lugar en Francia en los últimos treinta años, como la crisis de rehenes del Líbano en los años ochenta. En su largometraje recupera la figura del hombre solitario que pasa de testimonio imparcial, a parte clave de una conspiración. “Narra la lucha de una persona sola contra un sistema”, desvela el cineasta.
papel clave de cluzet A su juicio, las historias de espionaje permiten hablar del estado del mundo y los entresijos del poder. El actor François Cluzet -famoso por su papel de minusválido en Intocable (2011), entre otros trabajos- da vida al protagonista del filme, que sin buscarlo se verá inmerso en una situación que se le escapa.
“Duval es un personaje casi mudo, que encaja los golpes -afirma Cluzet-. La sociedad lo ha arruinado”. Hasta que tras aceptar la misteriosa oferta laboral e ir descubriendo dónde se ha metido, se revelará contra esa situación violenta y se negará a que lo instrumentalicen. “Puesto que no puede contar con nadie, debe sacar de sí mismo una fuerza inesperada”, reflexiona el actor francés.
La historia se construye a través de un guion trabajado y medido, donde los silencios y miradas de los personajes son muy importantes, y juega con la manipulación entre ellos. Incluso el propio protagonista experimenta una paranoia que le hace pensar que no puede controlar el mundo en el que vive, y que son otros quienes gestionan todos los asuntos.
Para acrecentar esta sensación, y atrapar también al espectador, se juega con el sonido, recreando un mundo realista, pero sin referencias evidentes, como por ejemplo ruidos del vecindario cuando el personaje está en su casa. Todo ello para conducir al espectador al aislamiento que va sometiéndose el protagonista.
La puesta en escena, el vestuario, maquillaje e iluminación también apoyan esta trayectoria sombría que sufre Duval, conforme va siendo consciente de dónde está metido.
A lo largo del metraje, la desconfianza y claustrofobia crecerá, hasta el punto en que se dudará de en quién se puede confiar o no. Duval pronto descubrirá que las transcripciones que realiza con su máquina de escribir incumben a políticos importantes y gente de las altas esferas. El control que acostumbra a tener el protagonista detonará, y se verá obligado a rebelarse contra la situación, pero... ¿será demasiado tarde?