Bilbao. Santutxu se enfrentó ayer a una de las situaciones más difíciles de su historia. El miedo recorrió las calles de este barrio bilbaino y fueron muchos los que reconocieron tras los hechos haberse librado por poco de convertirse en una víctima más. "He pasado junto al chico cuando estaba cerca de la entrada del metro discutiendo con la pareja, incluso pensé en decirle algo, pero me callé y continué", reconoció Javier, vecino de la zona y testigo de los hechos.

A las diez de la mañana de ayer, apenas cabía un alfiler en la calle Zabalbide. Los vecinos no podían creer lo que acababa de pasar. Un joven extranjero había acabado con la vida de uno de sus convecinos y había dejado malheridos a otros seis. "Es algo increíble. Ves cosas así en la televisión, pero parece que nunca pueden pasar en tu barrio. Siempre te imaginas que son cosas de zonas conflictivas, pero ver esto en Santutxu parece mentira", recalcaba Maite desde el portal número 66 de la calle Zabalbide, justo frente al bar Errondaberri donde transcurrieron parte de los hechos. "Que no nos engañen, venía con toda la intención de hacer algo así, si no por qué traía un cuchillo tan grande escondido entre la ropa. Lo que estaba esperando es que alguien le dijera algo para saltar", opinaba una vecina testigo de los hechos en el bar Zabalbide.

Incredulidad, incertidumbre e impotencia fueron algunos de los sentimientos que recorrieron ayer los cuerpos y las almas de todos los bilbainos, pero sobre todo de los ciudadanos de Santutxu. "¿Qué ha pasado?", preguntaban las vecinas y, al enterarse, un gesto de terror recorría en sus rostros. "Estaba en casa y he oído gritos y mucho jaleo y cuando he bajado había varias personas tendidas en el suelo y otras personas les estaban ayudando", matizaba Fernando, vecino de Zabalbide.

No era para menos, las escenas vividas en la calle Zabalbide hacía apenas unos momentos eran para no creer. Los transeúntes gritaban desesperados pidiendo auxilio mientras eran testigos de las agresiones. "Estaba dentro del concesionario y desde la cristalera vi cómo el joven agredió a varias personas y se metía en el bar. Me puse histérica porque mi hermana y una compañera estaban dentro tomando un café. Traté de llamarlas para avisarlas pero era tarde", explica una de las empleadas del concesionario de Opel situado frente a la cafetería Errondaberri.

Por suerte, su hermana y su compañera supieron reaccionar y en lugar de huir en dirección a la calle, lo que les habría llevado inevitablemente hacia el agresor, se refugiaron en los lavabos. "Nos ha dado un susto del copón. Todo ha sido muy confuso y muy rápido. Acuchillaba a todo el que le pasaba por delante y lo único que hemos podido hacer es encerrarnos en el baño. Han sido momentos de mucho miedo. De pánico", reconoció una de las jóvenes.

La casualidad El azar y la casualidad libró ayer a muchos vecinos, trabajadores y comerciantes de enfrentarse a una complicada tesitura en el interior de la cafetería Errondaberri.

"A mí me ha salvado el repartidor de las patatas", confesaba la propietaria de la tienda de chucherías Pinpilinpauxa, quien como cada mañana se dirigía a la cafetería para tomar el hamaiketako. "Justo ha llegado el repartidor cuando iba a cerrar y me ha pedido que le esperara que me traía el pedido. Me he metido en la tienda y han empezado los gritos y han entrado un montón de mujeres en la tienda gritando que cerrara", manifestaba la tendera. "Me he cruzado con él cuando estaba dando puñaladas al aire como un loco. He intentado darle una patada para tirarle, pero no he podido, no hacía más que dar cuchilladas para todas partes", explicaba un testigo.

La misma suerte acompañó a los operarios municipales que después intervinieron en la detención del agresor. "Estábamos aquí trabajando junto al bar, pensando en entrar a tomar un cafecito cuando hemos escuchado los gritos y hemos visto al chico que venía con el cuchillo. Se ha metido al bar pero le podía haber dado por venir hacia nosotros", consideraba el operario. "Cuando ha salido, mi compañero y yo hemos cogido una pala y una azada y hemos ido hacia él. También hemos visto a uno de los mecánicos que salía con una barra y, entonces, un chico le ha lanzado la loseta de las que estábamos poniendo y lo ha tumbado", añadía el otro empleado del Ayuntamiento de Bilbao. "Y menos mal porque estaba fuera de sí, dando puñaladas y con el daño que ha hecho... Le iba a dar en toda la cabeza, aunque después seguro que me hubiera arrepentido", reconocía.

Injusticia Seis vecinos de Santutxu resultaron heridos ayer. El séptimo, Kepa Mallea, vecino del barrio, cliente habitual del Errondaberri y profesor recientemente jubilado, falleció sin que los servicios de emergencias pudieran hacer nada por su vida. Nadie comprendía lo sucedido ni encontraba sentido a esta muerte. "Qué injustas son las cosas. Toda la vida trabajando y ahora que se había jubilado, que tenía tiempo para él y para su familia, le pasa esto. ¿Cómo puede suceder algo así?", cuestionaba José Antonio, vecino del barrio.

Mientras que la villa asimila lo sucedido y llora la pérdida de su vecino Kepa, las cuatro mujeres de 20, 21, 30 y 47 años luchan por salir adelante. Las dos primeras evolucionan en el hospital de Basurto donde fueron ingresadas. Las otras dos, con pronóstico grave, permanecen en Basurto donde son atendidas por las heridas que recibieron en sus abdómenes. Los dos hombres ingresados en Galdakao fueron ayer dados de alta.