Hay mujeres que cuando están sentadas a la mesa y algún miembro de la familia desea cualquier cosa, se precipitan para ir a buscárselo, o están continuamente preguntando a todos si quieren o necesitan algo, e incluso aceptan hacer lo que en realidad pensaban rechazar por no Es lo que se llama una ayudadora compulsiva.

En principio, el deseo de ayudar o complacer a los otros es una actitud positiva que contribuye a mantener buenas relaciones personales y a integrarse socialmente. Además, es normal que queramos agradar a la gente que nos rodea. Pero en la mentalidad de muchas mujeres aún permanece un prejuicio profundamente arraigado: el de tener que mostrarse serviciales en todo momento ante las insinuaciones, peticiones, o incluso exigencias de los demás. Especialmente, si se trata de miembros de su familia. Cuanto más estrecha es la vinculación personal, más difícil resulta a una ayudadora compulsiva desengancharse de su conducta.

Si estas samaritanas no muestran siempre el mismo grado de disponibilidad sienten que su comportamiento no se ajusta a lo que se espera de ellas. Están dispuestas a ayudar a casi todo el mundo sin previo análisis de lo razonable o caprichoso de las peticiones recibidas, o lo que todavía es peor, sin tener en cuenta sus propios deseos. Y esto les provoca sentimientos de culpabilidad. Es como si tirasen piedras sobre su propio tejado, cuando esto solo se puede hacer si queremos ahuyentar a un gato.

¿Y si no eres servicial?

Este tipo de mujeres siempre está pendientes de lo que puedan pensar de ellas los demás. Las ayudadoras compulsivas son personas con problemas de inseguridad. Están temerosas de que dejen de quererlas o las rechacen si no se muestran complacientes. Creen que el cariño ajeno depende de lo bien que cumplen lo que los demás les piden o les insinúen. No han aprendido aún a dar una negativa. Sin embargo, estar dispuesta a ayudar a casi todo el mundo sin previo análisis de la conveniencia o no de hacerlo, es una actitud que roza lo patológico y que puede crear a estas ayudadoras sin fronteras muchos problemas tanto emocionales como físicos.

Por una parte, la dificultad no radica tanto en rebajar el nivel de ayuda o dar una negativa. Lo que realmente es una señal de alarma es que ayudar y complacer en contra de los propios deseos desencadena sentimientos de frustración, culpa o rabia, por no haber podido expresar lo que una siente (las ayudadoras compulsivas parecen felices mostrándose siempre serviciales, pero, en el fondo, a menudo lo hacen enojadas). Lo cual puede generarles estrés o cualquier otro problema psicosomático. Al final se les nota cara de un reloj parado.

En segundo lugar, y después de tantos siglos de socialización, aún existen muchas pautas específicas para cada género. Y una bastante común en las mujeres tiene que ver, obviamente, con el compulsivo deseo de ayudar. A las que padecen esta adicción les resulta imposible descansar. Cuando se está siempre a disposición de los demás nadie puede relajarse totalmente. Los cuerpos se agotan y desgastan antes de tiempo porque el organismo está diseñado para moverse y descansar alternativamente. Y aunque aparentemente las ayudadoras compulsivas estén reposando en una butaca o incluso no haya nadie a su alrededor que pueda necesitar algo, ellas se mantienen permanentemente alerta como cualquier ayuda de cámara de un marqués, por si esto pudiera ocurrir en un momento dado.

Esta disposición psíquica total es, muchas veces, casi tan agotadora como el hecho material de satisfacer realmente cualquier servicio, capricho o favor. En suma, ser ayudadora compulsiva implica, entre otras graves consecuencias, aceptar que le abran a una las puertas del matadero.

Claves para aprender a decir 'no'

* Elimina la búsqueda de aprobación. Las personas que nos rodean, por lo general, nos quieren y aceptan más de lo que pensamos o de lo que incluso nos queremos nosotros mismos. No hay que pensar, pues, que por el hecho de no mostrarse constantemente servicial o dar una negativa vayan a dejar de querernos. Lo que ocurre es que de niños aprendimos a hacer cosas para conquistar el amor de los demás (“te queremos si eres bueno y haces lo que esperamos de ti”), y de adultos seguimos reproduciendo esta conducta.

* Reafirma la personalidad. Todos tenemos derecho a no atender algo en contra de nuestros deseos y también a no dar explicaciones por ello. Es perfectamente compatible querer agradar a los demás y defender nuestras propias opiniones. No renuncies, por tanto, a desarrollar tu propia personalidad. El carácter es esa singular condición que permite identificar a la persona que carece de ella.

* No al desgaste físico. Si respondemos a nuestros propios deseos, nuestros cuerpos podrán reponerse por completo en los intervalos de tiempo que hay entre los movimientos que realizamos para satisfacer esos deseos. Por el contrario, si acusamos cansancio, es que el deseo de ayudar a los demás nos está dominando a nosotros en vez de controlarlo nosotros a él.

* Test doméstico. Un momento ideal para comprobar si te domina tu afán de ayudar compulsivamente es la hora de las comidas. Fíjate si cuando a alguien le falta algo te levantas de la mesa automáticamente para ir en su busca. Por lo general, no es bueno hacerles a los demás lo que pueden hacer por sí mismos. Cuando sientas el deseo de ayudar sin necesidad, siéntate y espera a que se te pase.

* Afirma tu voluntad. Ante cualquier insinuación o petición de ayuda se puede reaccionar, al menos, de dos formas: la primera es aceptarla en contra de tus propios deseos, con las consecuencias físicas y emocionales ya conocidas; y la segunda, es expresar serenamente lo que una quiere, al margen del juicio que le merezca nuestra reacción a los demás.

* Cambia ya sin sentirte culpable. Cambiar la actitud de ayudadora compulsiva no es fácil, pero merece la pena (es indispensable) esforzarse en ello. Al principio costará, pero no sientas decir no en tono amistoso. Sonríe, pero no hagas concesiones. No tienes por qué complacer a todo el mundo. Si te piden algo que no puedes o no quieres hacer di simplemente: No puedo hacer eso. Todos tenemos el derecho de hacer prevalecer nuestras propias necesidades a las de los demás. Recuerda, aunque ahora esté en la cuerda floja por presuntos abusos sexuales, la sabia reflexión del actor Bill Cosby: “Yo no sé la clave para tener éxito, pero la clave para fallar en la vida es tratar de complacer a todo el mundo”.