EL séptimo arte, desde que nació en 1895 de la mano de los hermanos Lumière, ha encandilado a generaciones y generaciones con su belleza y dramatismo. Niños y adultos han disfrutado con sus cortos y largometrajes, con sus tragedias y sus comedias... con sus historias, al fin y al cabo. Sin embargo, con tanto trajín, la gran pantalla ha olvidado contar, durante casi un siglo juntos, su aventura amorosa con sus crujientes compañeras: las palomitas.

A principios de la segunda década del siglo XX, según diversas fuentes, o de los años 20, según Popped Culture: A Social History of Popcorn in America, una viuda de Kansas City (Estados Unidos) llamada Julia Branden logró obtener el permiso para instalar un puesto de palomitas en el Teatro Linwood. Por entonces, las salas de cine y de teatro no dejaban vender comestibles, pero cuando Julia Branden ganó lo equivalente a 250.000 euros al año, llegaron a una conclusión: el dinero no estaba en las entradas de cine, sino en las palomitas. Para los años 30, casi todas las salas poseían ya sus propios puestos.

Desde entonces ha llovido mucho, pero esa tendencia no ha cambiado. Según datos obtenidos de la revista Cinemanía, en las grandes pantallas del Estado la venta de palomitas generaba un beneficio de un 800% en 2012, mientras que las entradas apenas llegaban para cubrir costes. En Euskadi, los cines no facilitaron datos, aunque Janire Suárez, encargada del puesto de palomitas del cine Golem Alhóndiga de Bilbao, asegura que “la gente continúa comprando muchas palomitas”.

Suárez también desveló cuál es el perfil principal de los palomiteros: jóvenes de 13 a 16 años, parejas de todas las edades y madres con hijos. “Hay mucha gente que no vendría si no dejáramos comer palomitas”, afirmó. Del mismo modo, incidió en que no todas las épocas del año son igualmente buenas para el negocio: “En verano, cuando hay sol, nadie compra palomitas, mientras que en invierno sí, porque viene más gente”. Al fin y al cabo, según explica, la venta de palomitas continúa ligada a la cantidad de entradas vendidas.

Rubén Villasante es encargado de proyección de los mismos cines, aunque confiesa que “hace un poco de todo”, incluido, en ocasiones, ayudar en el puesto de comestibles. “X-men, Bajo la misma estrella y Maléfica han sido las películas más palomiteras del momento”, asegura este cinéfilo.

Según lo que Villasante ve día a día, las películas de acción son las más palomiteras con diferencia, aunque también las infantiles y las comedias superan la media. “Responde un poco a los perfiles principales de la gente que compra palomitas”. Aun así, opina que en los últimos tiempos hay otros productos que también destacan, sobre todo en el caso de los más pequeños: los snacks o paquetes de chucherías. “Yo diría que no le quitan el puesto a los palomitas, sino que las complementan”.

Más allá de las grandes salas No obstante, la historia de las palomitas va más allá de la gran pantalla. En 1948, dos estudiosos de Harvard descubrieron pequeñas mazorcas fósiles en varias cuevas de Nuevo México con alrededor de 5.600 años de antigüedad. Más adelante, también fueron descubiertos en el Antiguo Perú varios pueblos que elaboraban palomitas de maíz mil años antes de la llegada de los españoles.

A pesar de tantos milenios de antigüedad, las palomitas no pasan de moda, y menos en el cine.