Qué quieres ser de mayor? "Campanero". Arnau, de sólo 7 años, responde sin vacilar. No desea convertirse en futbolista, piloto, bombero o policía. En un futuro quiere, simplemente, tocar campanas, ser campanero, un oficio en declive que requiere de la dedicación de los más jóvenes para poder sobrevivir.

En Les Borges Blanques, un municipio situado a unos 25 kilómetros de Lleida y de poco más de 6.000 habitantes, este relevo generacional parece estar garantizado: su campanero desde hace dos décadas, Pere Giner, está instruyendo a varios jóvenes interesados en continuar con esta tradición. Uno de ellos es el pequeño Arnau Farré, quien descubrió su pasión por las campanas de forma casual la pasada Navidad.

Acompañado de su padre, Arnau visitó el pasado año el campanario de la iglesia, que abrió sus puertas al público para recaudar dinero para La Marató, y allí tuvo ocasión de tocar las campanas por primera vez. Cautivado por esos sonidos ensordecedores y metálicos, Arnau acude desde entonces asiduamente a la parroquia de la Asunción de María para que Giner le enseñe a repicar las campanas.

El joven sube ágilmente los más de cien empinados y angostos escalones que dan acceso al campanario, a 32 metros de altura, y, una vez allí, toma asiento en un cajón de madera desde el que activa con sus manos y pies, a través de un sistema de pedales y cuerdas, los badajos de las cuatro principales campanas de la parroquia, bautizadas con los nombres de Victoria, la mayor de ellas, de 750 kilos; Lourdes, Montserrat y Justina.

ritmo y coordinación Para tocar las campanas, como una batería, es preciso tener sentido del ritmo y, sobre todo, una buena coordinación entre manos y pies. Arnau, explica Giner, "tiene un don, tiene ritmo y oído", pero lo más importante en él son las ganas que demuestra por seguir aprendiendo y mejorando.

El pequeño, que toca también el piano y la guitarra, afirma que repicar las campanas "es muy fácil" y que su objetivo es seguir instruyéndose para convertirse algún día, como Giner, en un maestro campanero. Pero como bien recuerda Giner, que tiene 66 años y es agricultor jubilado, ser campanero no es hoy un oficio, sino una afición, ya que las personas que llevan a cabo este particular trabajo no reciben compensación económica alguna, sino que lo hacen para mantener viva una tradición que en los últimos años se ha ido perdiendo en muchos pueblos y, con ella, un patrimonio histórico de gran valor.

"Igual que hay aficionados a la caza, a la pesca o a ir con bici, nosotros tenemos el hobby de subir al campanario, arreglarlo, limpiarlo y adecentarlo bien, y enseñar a tocar, para que no se degrade el monumento", apunta Giner.

Pero este oficio secular no está reñido con las nuevas tecnologías, que también han llegado al viejo campanario de Les Borges, acabado a finales del siglo XIX, donde se ha instalado un dispositivo que permite repicar las campanas desde cualquier punto del mundo a través de un teléfono móvil. Para demostrarlo, Giner coge su teléfono, teclea un código secreto que sólo él conoce y activa el toque de difuntos por el fallecimiento de un vecino de la población.

Esta vez lo hace desde la misma parroquia, aunque en otras ocasiones ha hecho repicar las campanas estando de vacaciones en puntos tan dispares como la Torre de Hércules de La Coruña, Francia, Mallorca, Menorca o Croacia.