EL artefacto rodante ideado por aquel ingeniero alemán se describía en un catálogo de venta como "un vehículo agradable totalmente capaz de sustituir al caballo". Y acertó. Karl Benz patentó en noviembre de 1886 el primer coche equipado con motor de combustión interna, lo que se considera el automóvil precursor de los actuales.

Cumplidos 125 años de un invento que ha cambiado la sociedad y los trazados urbanos, Euskadi presenta una densa historia en torno a la conducción al volante, en particular durante las primeras décadas del siglo XX. Su cercanía a una de las cunas del automovilismo, Francia, su pujante burguesía y la existencia de una clase aristocrática facilitaron que el territorio fuese uno de los puntos calientes de este mundo junto con Cataluña. Las personas adineradas encontraban pocas trabas para adquirir aquellos artilugios, ya que los primeros coches penetraron por la aduana de Irun provenientes del país galo.

Uno de estos novedosos ingenios costaba entre 6.000 y 15.000 pesetas, más los gastos de mantenimiento, que incluían en muchas ocasiones un chófer. Un salario medio por aquel entonces rondaba las 4 pesetas, por lo que solo podían adquirir la nueva máquina los potentados, que se concentraban en considerable cantidad en el pujante País Vasco. Así, tal era la pasión por el novedoso invento que en 1901 se matricularon 36 en Donostia sobre los 47 dados de alta en el Estado.

El primer automóvil de Gipuzkoa se registró el 10 de agosto de 1901 y era un Renault tipo D, serie B, número 83 con un motor de gasolina numerado con el 4.407. Su placa refleja con claridad el carácter pionero del vehículo: 1-SS. Fue también el primer automóvil de Euskadi, ya que ha Bilbao este artilugio no llegó hasta el 23 de febrero de 1902, cuando Salustiano Mogrovejo Abásolo se hizo con un Delahaye de 12 caballos.

El automóvil pionero vasco existe y está en manos del beasaindarra Jesús Mari Etxeberria, un apasionado coleccionista de automóviles de época, quien guarda esta joya desde 1995. Sus amplios conocimientos de mecánica y las miles de horas dedicadas a poner en valor el coqueto Renault han logrado que se conserve en excelentes condiciones. Pesa 400 kilos y está dotado con una fuerza de 5,5 caballos, tres velocidades y marcha atrás. El aparato, que ofrece un espacio para cuatro ocupantes, fue adquirido hace 110 años por Alfonso Pardo y Manuel de Villena, marqués de Rafal, domiciliado en Villa Lola, situada en la zona donostiarra de Ategorrieta.

2.000 francos de oro El acaudalado aristócrata abonó 2.000 francos de oro para pasearse por los caminos de los alrededores a una velocidad inferior a los 40 km/h, máxima que alcanzaba el coche, apoyado en unas ruedas con radios de madera, más adecuadas para los trazados rurales vascos. El marqués poseía una segunda residencia en Biarritz, lugar donde se pierde la pista del Renault, matriculado tan solo diez meses después del primero inscrito en el Estado, concretamente en Palma de Mallorca. Perdido en la carretera de la historia, el viejo Renault sobrevivió a dos guerras mundiales y a una contienda civil, como pudo comprobar, para su sorpresa, el coleccionista beasaindarra. En 1969 acudió a presenciar un rally Biarritz-Donostia, donde otro apasionado del motor le comentó que el primer automóvil matriculado en Gipuzkoa se exhibía en un museo particular de la ciudad de Lille, en el norte de Francia. Ahí comienza la paciente y testaruda labor de Etxeberria para hacerse con el coche, que no estaba a la venta.

Casi un cuarto de siglo más tarde de su primera visita al recinto museístico, dio en la diana. El vehículo salió a subasta, pujó y lo consiguió, según explica el mismo Etxeberria, quien cuenta con una veintena de históricos coches.

el coche 'donosti' Gipuzkoa vivió en las primeras décadas del siglo XX una efervescente afición por los coches, a lo que se sumaba una de las mejores redes viarias estatales. La ruta de la carrera París-Madrid, de 1903, tenía previsto su paso por Donostia y Tolosa, lo que provocó que todas las carreteras que iba a atravesar la prueba fueran arregladas y preparadas. En los años posteriores, las diputaciones vascas continuaron con la labor de construcción, ampliación y mejora de los viales. En este contexto, la capital guipuzcoana dio a luz a en 1928 a un coche único: el Donosti. Fabricado íntegramente en tierras guipuzcoanas, el lujoso coche fue producto del ingenio de Agustín Mañero y Gregorio Mendiburu, propietarios del Garaje Internacional, que contaba con talleres y fundiciones, además de importar y distribuir distintos componentes de automoción. Este vehículo único, debido a que la pareja de constructores no encontró financiación para construirlo en serie, está en manos del coleccionista guipuzcoano desde principios de los 80, después de poner toda la carne en el asador para conseguirlo.