Un intensísimo dolor para el que no hay consuelo es el que sintió -y siente- Grace Babatunde aquel 26 de mayo de 2020 al fallecer su marido, su amado compañero durante dos décadas, Ezekiel. "Fatal..., estaba en schok..., me sentí perdida..., era todo miedos..., sólo quería morir..., pensé que me iba a morir, y lo hubiera preferido al sufrimiento, a la angustia... Un año después sigo creyendo que no fallecí únicamente porque tengo tres hijas, de 18, 16 y 11 años, a las que cuidar. Entonces, sólo era capaz de pensar cómo voy a seguir, cómo las voy a sacar adelante.Todo era oscuridad, nada de luz por ningún lado", describe, emocionada y con la voz entrecortada, al recordar la experiencia más desgarradora de su truncada vida, el instante en el que el mundo se le cayó encima.

Al insoportable dolor emocional que supone el fallecimiento de Ezekiel, pronto se suman todo tipo de dolores físicos: pesadillas, insomnio, ansiedad, sensación de ahogo, temblores, debilidad, dolor de cabeza y un largo etcétera de síntomas que le obligan a correr hacia la ventana para tomar aire y que, al igual que Grace, suelen padecer quienes se ven obligados a sobrevivir a una vivencia que "nunca desearía a nadie", confiesa a Maite Zabala, su psicóloga y terapeuta en la cooperativa de iniciativa social Agintzari, gestora del programa Berirako, puesto en marcha por el Gobierno Vasco, precisamente para atender procesos de duelo, como el de Grace.

Betirako nace el 1 de junio de 2020, a consecuencia del covid, como servicio profesional de acompañamiento al duelo de personas que han perdido a algún familiar durante el confinamiento. Sólo las primera 24 horas recibió 50 llamadas. A día de hoy, una media de dos personas al día piden ayuda. Al otro lado de la línea 900 908 744, psicólogas profesionales descuelgan directamente el teléfono de lunes a viernes, de nueve de la mañana a ocho de la tarde. "No todos los duelos son por muertes covid, pero es cieque la pandemia ha precipitado todo tipo de procesos traumáticos, situaciones muy trágicas: largos periodos de hospitalización, la imposibilidad de acompañar al enfermo durante su ingreso o de realizar rituales tras su fallecimiento...", enumera la psicóloga y terapeuta. "Con nuestra intervención, intentamos prevenir que la persona se enquiste en ese proceso de duelo, que pueda seguir trabajando, con su actividad diaria y desempeñando su rol familiar; le escuchamos, acompañamos y ofrecemos una serie de orientaciones que pueden aliviar su dolor. En definitiva, hacemos que aflore lo que ya traen consigo, en dos o tres sesiones o en cinco o seis meses, lo que necesiten", explica Maite.

A Ezekiel, la muerte le llegó por sorpresa a los 52 años, tras ingresar en Txagorritxu con síntomas similares a los del coronavirus, razón por la que le intubaron y le atendieron como paciente covid, pese a que el virus no fue, finalmente, el diagnóstico médico que certificó su fallecimiento. "No pude acompañarle en el hospital hasta el final, cuando ya estaba intubado, ni despedirle como dios manda, ni abrir el ataúd para verle", narra Grace. "Aunque tengo la nacionalidad española, soy extranjera y mi entorno aquí es pequeño, mi entorno eran mi marido y mis hijas, además de algunos compañeros de trabajo de Michelin. Duele no poder viajar a Nigeria, ni poder estar con mi familia política, ni con la mía, duele estar aquí sola teniendo tantas personas allí".

Con todo, agradece la escucha y el acompañamiento que le ofrecen en Betirako. "Aquí puedo expresar mis sentimientos, explicar lo que me pasa sin ser juzgada. Mucha gente me dice que tengo que seguir, que ya tenía que estar bien, y quiero estar bien, pero... Yo consuelo a mis hijas, pero a mí nadie me consuela". Se siente culpable por seguir de baja laboral y en atención psiquiátrica. Y es que, pese al covid, vivimos de espaldas a la muerte, y "no sólo tenemos que pensar en lo que supone la vida sino en que la vida implica también la muerte. Como sociedad, es una asignatura pendiente", apunta la psicóloga.