Palestina y Begoña Gómez sirvieron ayer miércoles de otra explosiva disculpa para ahondar en esa polarización incorregible que cobra más fuerza en víspera de la campaña de las elecciones europeas. Lo hizo dentro y fuera del Congreso como si fuera un ejercicio de acción-reacción. Apenas había anunciado Pedro Sánchez que su gobierno pedirá el 28 de mayo el reconocimiento del Estado de Palestina, cuando Israel llamaba a consultas a su embajador en España irritado por “esta medalla a Hamás”. Apenas había asegurado Pedro Sánchez que su mujer es “honesta” y que acudirá sin problemas al Senado a petición del PP cuando entre los escaños corrió como una centella la citación al empresario Carlos Barrabés como testigo en la causa que investiga el presunto tráfico de influencias y corrupción en el sector privado en torno a Begoña Gómez. Así es imposible la tregua.

Había arrancado el macropleno matinal con la ingenua apelación de Sánchez a poner “punto y aparte en la crispación” y recuperar la cortesía parlamentaria “sin mentiras ni insultos”. Puro espejismo. El propio presidente desnudó al PP por la “falta de propuestas”, azuzó a Vox por “alentar a ultraderechistas como Malei”, y los responsabilizó “de la máquina del fango”. Tampoco Feijóo se quedó corto. “Su presidencia es un gran bulo”, espetó a Sánchez, de quien dijo a modo de retrato que “principios no tiene ninguno, pero como cuajo es imbatible”. Abascal se sumó a la gresca, denunciando que el presidente “que no es el rey ni es España” haya provocado “todo un ataque diplomático para defender a su consorte” al referirse a la retirada de la embajadora española en Buenos Aires. En este contexto resultó comprensible que al arrancar su intervención Aitor Esteban, justo en la misma hora del Ángelus, abogara por “la paz y la tranquilidad”.

Venía Sánchez a abrillantar su intensa agenda diplomática de los últimos meses con el esperado anuncio en favor del Estado de Palestina bajo el brazo. Lo hizo consciente de las llagas que abre en Israel, pero enfatizando que así sitúa a su país “donde debe” cuando la historia juzgue este genocidio. Fueron los primeros minutos de su intervención, antes de adentrarse en el cuerpo a cuerpo “contra la máquina del fango”, donde situó a PP y Vox por “sus zancadillas de oposición destructiva”, pero también a poderes económicos y mediáticos “cuyo voto”, advirtió enrabietado, “vale igual que el de los ciudadanos”. Para el presidente, todos ellos son quienes niegan las mejoras sociales y el crecimiento económico de España y que, a su vez, instigan y fomentan “denuncias y bulos”. Ahí fue cuando enmarcó su crítica a las informaciones “manipuladas” sobre las gestiones atribuidas a su esposa, a quien presentó como “profesional de primera línea”, recordando que las actuaciones judiciales permiten augurar que el caso “será archivado”.

Feijóo, en cambio, cree que “quedan cosas por salir” y por eso pidió a Sánchez que “dé explicaciones porque la corrupción le acecha”. Fue una de sus razones argumentales para afear al presidente que “la gente está harta de sus preocupaciones”. Como ejemplo, antepuso la reacción con Argentina al silencio mostrado por las críticas del mandatario mexicano López Obrador a Felipe VI. La bancada del PP estalló en aplausos.

Enfrascados en sus trincheras, los partidos mayoritarios se aplazaron a librar su siguiente pelea cuando conozcan los resultados de las europeas. En medio de la gresca, solo hubo un consenso mayoritario al reclamar a Sánchez un plan concreto de sus medidas regeneradoras y así desmontar la creencia bastante generalizada entre los oradores de que los cinco días de su reflexión fueron “una maniobra electoral”. Más allá, imposible un mínimo acercamiento. Mucho menos desde Junts, donde su portavoz sigue con el reloj parado en 2017, pero advirtiendo, como el PP, que Illa no tiene asegurada la presidencia catalana. Sánchez les dijo que sí.