Carlos Fonseca (Madrid, 1959), autor de Trece rosas rojas, ha logrado abrir una grieta en lo que denomina la “censura institucional” alrededor del 23-F. Su ensayo comenzó a germinar cuando el Supremo le autorizó a ver la causa a principios de 2020. Fonseca cree que “dentro del golpe había varios golpes a la vez”, y que el proceso “no tuvo nunca el propósito de conocer toda la verdad de lo ocurrido”, sino de deformar la historia. Este periodista considera que se buscó “no ahondar en todas las complicidades de la asonada y condenar al menor número posible de implicados”. Destaca la declaración escrita de Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa del Rey, ya fallecido, en la que explicaba que Juan Carlos I autorizó al general Alfonso Armada, predecesor de Fernández Campo, para que se ofreciera la noche del 23-F como presidente de un Gobierno de concentración. La publicación de Fonseca, editada por Plaza & Janés, ha coincidido con unas declaraciones de Luis María Anson en las que el veterano periodista conecta al rey emérito y a Felipe González en el plan de un Ejecutivo de ese estilo presidido por Armada, en línea con la tesis enunciada hace una década por Pilar Urbano. Revelaciones previas entre las que no cabe olvidar el libro El jefe de los espías, escrito en 2021 por Juan Fernández Miranda y Javier Chicote, a partir del archivo documental del exdirector del Cesid Emilio Alonso Manglano, que señaló que Juan Carlos I dio un millón de dólares a Suárez tras su dimisión.
Su libro se centra en la investigación policial y judicial del 23-F, que, señala, “ignoró pistas, descartó indicios y ocultó pruebas”. Un escándalo.
La sorpresa fue que el Tribunal Supremo me autorizara a acceder al sumario a pesar de que no habían transcurrido los plazos de la ley de patrimonio histórico, que demora el acceso público al proceso hasta 2031, cuando se cumplan 50 años. El Tribunal consideró que se trata de un hecho histórico y de relevancia y me concedió la consulta sin restricciones. Al hacerla me di cuenta de que no se había escrito sobre cómo se investigó la asonada. Bajo mi punto de vista, con un montón de agujeros, pistas que no se siguieron o se ignoraron.
Anson, al que usted alude en el libro, acaba de desvelar, pese a ciertos matices, que Juan Carlos I y Felipe González se alinearon con Alfonso Armada, en una operación en la que se implicó él mismo.
Me ha sorprendido, aunque ya había contado que empresarios, periodistas, políticos y él mismo veían con desagrado la marcha del proceso de transición, y que Adolfo Suárez estaba yendo más allá de lo que consideraban permisible.
Anson era por entonces presidente de la Agencia Efe.
Comenzó a organizar comidas en las que se hablaba de qué manera se podían quitar de en medio a Adolfo Suárez. Anson inicialmente pensaba en que el rey destituyese a Suárez antes de la aprobación de la Constitución, cuando la monarquía todavía mantenía el poder omnímodo heredado de Franco. Eso no ocurrió y con la Constitución, las potestades del rey disminuyeron. Entonces se pensó en una operación para un Gobierno de concentración. Anson ha dicho en El Español que le llamó Armada para ofrecerle ser ministro de Información, y que Armada les engañó a todos, pero termina metiendo en la operación al rey y a Felipe González, en un país donde ya había elecciones libres y un Gobierno elegido en las urnas.
Suárez había ganado las elecciones de marzo del 79, y dimitió en enero del 81. A pesar de esa dimisión, los planes golpistas continuaron.
Eso demuestra que Suárez fue un pretexto de algunos para lo que llamaban un ‘golpe de timón’. El golpe se ejecutó votándose la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo.
¿Había relación o coordinación entre Armada y Tejero?
Tejero hablaba de una reunión, no recuerda si el 19 o el 20 de febrero, en un piso de la calle pintor Juan Gris, donde según afirma, el comandante José Luis Cortina, del Cesid, le llevó para entrevistarse con Armada, y donde este último le da las últimas instrucciones y le dice que tiene que entrar en el hemiciclo al grito de viva España y viva el rey. Armada negó haber celebrado ese encuentro, al igual que José Luis Cortina.
Donde sí hay coincidencia es en el encuentro el propio 23-F.
En la medianoche del 23 al 24 de febrero, en el Congreso, Armada pidió a Tejero que le dejase entrar al hemiciclo para dirigirse a sus señorías y proponer un Gobierno de concentración.
Y no hubo plácet.
Tejero se llevó una tremenda sorpresa y al enterarse que en ese Gobierno iban a formar parte miembros del PSOE, del PCE y de UCD, no le dejó entrar. Creo que Tejero estaba convencido de que del golpe iba a salir una junta militar. Fue el ejecutor en Madrid y quien lo hizo fracasar al impedir a Armada dirigirse a los diputados. ¿Qué habría ocurrido si Armada hubiese entrado? Quiero pensar que los diputados no habrían aceptado su propuesta. Si no, el golpe habría triunfado.
Subraya la importancia de la declaración judicial de Sabino Fernández Campo, secretario general de la Casa del Rey.
Como la de otros mandos militares, fue por escrito, tuvo tiempo de revisarla antes de remitirla, sin el riesgo de comparecer con respuestas orales y decir a lo mejor más de lo que quieres decir o cometer algún error. En una declaración por escrito no iba a decir nada que no quisiera decir.
¿Y qué afirmó?
Reconoció dos conversaciones con Armada. Una a las siete de la tarde, en la que Armada se ofreció a ir a la Zarzuela para explicar al rey lo que está pasando y el rey le dijo que no. Y la segunda sobre las nueve. En ella Armada habló con el rey, continuó la conversación con Sabino, y se ofreció como presidente de un Gobierno de concentración.
¿Qué ocurrió entonces?
Sabino dijo a Armada que fuese prudente, pero en presencia del rey, así lo afirmó en la declaración, se le autorizó a ir al Congreso para ese ofrecimiento. Es decir: fue el rey el que dio la autorización a Armada, y Fernández Campo lo apostilló en ese escrito, cuando dijo: “En modo alguno partió de mí la idea de que se presentara en el Congreso, ni yo podía decirle que lo hiciera, pues, como es lógico no me correspondía a mí ninguna facultad decisoria, y en todas las ocasiones actué por orden y en nombre de S.M el rey”.
Y en cambio...
Y sin embargo, en la sentencia del Consejo Supremo de Justicia Militar, la versión cambia radicalmente, y se dice que Armada acudió al Congreso autorizado por Gabeiras, su inmediato superior, jefe del Estado Mayor, a propuesta de Aramburu Topete, que era director general de la Guardia Civil. En consecuencia, desapareció cualquier mención al rey y a Sabino.
Usted recuerda un pasaje de las memorias de José Bono, en las que afirma que Fernández Campo, meses antes de fallecer, le hizo esta confesión: “El rey lloró el 23-F y me dijo que no esperaba tiros. No esperaba tiros, pero ¿esperaba algo? Yo creo que esperaba algo acorde con la ley”.
Me remito a lo que dijo Bono, porque llamé a la viuda de Sabino y negó que su marido dejase nada por escrito, descalificó a Bono y dijo que todo eso era mentira. La cuestión enlaza con las manifestaciones de Anson. Que el rey estaba al tanto de algo, no de lo que ocurrió, pero sí que se esperaba algo, siempre y cuando el testimonio que recoge Bono sea cierto.
Según Anson, el vicepresidente iba a ser Felipe González.
El PSOE presentó una moción de censura en mayo del 80, que aunque perdió, dejó muy tocado a Suárez, y planteaba una nueva moción para la primavera del 81, en la que pensaba contar con el apoyo de los críticos de UCD, que habían abierto una batalla interna para hacerse con su control.
Llegar al poder por medio de un militar en un Gobierno de concentración no parecía un plan sólido...
Enrique Múgica siempre negó que hubiese hablado de esa posibilidad con Armada en una comida organizada por el alcalde de Lleida (Antoni Siurana). Armada estaba destinado allí, y los socialistas Múgica y Reventós dijeron que se encontraban allí porque había unas elecciones sindicales. Pero Múgica, en el acta que hizo para Felipe González, sí recogió que se habló de un hipotético Gobierno de concentración. Y hubo tanteos del PSOE a gente como a Marcos Vizcaya, del PNV, para saber cómo veían la posibilidad de un Gobierno con un militar demócrata al frente.
Hubo otro episodio anterior, al que usted le da mucha importancia...
Un militar, José Ramón Pardo de Santayana, contó que en verano del 80 mantuvo una reunión con Sabino Fernández Campo, donde este le planteó la hipótesis de un Gobierno de concentración presidido por Armada. Incluso en los periódicos se empezó a hablar de Armada como un hipotético futuro presidente. Así que el tema venía de muy atrás.
El libro reproduce conversaciones telefónicas de familiares de Tejero, al que se le ofreció irse a Chile.
Armada le dio la posibilidad, a él y a los oficiales que hubiesen querido, de ponerles un avión para que se fueran donde quisieran.
También ha accedido, entre otros documentos, al archivo de Alberto Oliart, ministro de Defensa nombrado justo después del 23-F.
En su segundo libro de memorias, que escribió unos años antes de morir, ya contó cosas del 23-F muy sorprendentes, algunas las he recogido. Creo que le pasó lo mismo que le ha pasado ahora a Anson, que transcurrido el tiempo, despojado de responsabilidades públicas, uno está en mayor disposición de contar las cosas como fueron y que no las contó en su momento.
Hablaba de Bono, que vivió el 23 F dentro del hemiciclo.
Era secretario cuarto de la Mesa del Congreso, y fue uno de los que elaboró un informe sobre lo ocurrido, al que luego se acogieron muchos diputados para decir que no tenían nada más que añadir.
Como Gabriel Urralburu, al que cita en su libro.
Y hubo gente que ni siquiera respondió (a la invitación del juez García Escudero a declarar). Felipe González, Alfonso Guerra, Carrillo... Ningún líder político ni siquiera remitió un texto al juez.
Lo analiza en un capítulo.
Estamos hablando de personas a las que, como a Felipe y Carrillo, se les ordenó salir del hemiciclo y los llevaron a una habitación. Lo que ocurrió allí lo podían contar ellos y no otros, y sin embargo no quisieron hacer ningún añadido. Y Adolfo Suárez le tuvieron a él solo en otra habitación, y tampoco declaró ni abrió la boca en el sumario, ni en un sentido ni en otro. Es llamativo que el presidente del Gobierno en funciones renunciase a manifestar su opinión o su vivencia personal. Qué pasó cuando le llevaron a esa habitación, qué le dijeron, cómo estuvo custodiado, de qué habló con Tejero cuando le sacó del hemiciclo... Son cosas que podrían haber contado perfectamente y no lo hicieron. Lo que me parece que no dice mucho de ellos.
Pese a que se reforme la ley de secretos del 68, las cortapisas parece que seguirán. ¿Cree que cuando fallezca Juan Carlos I habrá revelaciones?
No lo sé. Yo confío en que terminemos sabiendo qué es lo que ocurrió. Ha sido el suceso político más grave desde que recuperamos la democracia; estuvo a punto de echar por tierra un proceso democrático muy incipiente, y me parece injustificable que 43 años después los españoles no tengamos todas las claves. Hay una sentencia judicial que se ha elevado a la categoría de verdad irrefutable, y no se admite la posibilidad de abrir otras vías de investigación que terminen aclarando el papel que jugaron algunos. Pienso que hubo más personas implicadas que no fueron juzgadas. Desde luego la experiencia de estos 43 años en el Congreso, ante las numerosas iniciativas de partidos de la oposición para desclasificar la documentación, es que todas han tenido la misma respuesta: que hay una verdad judicial y no se va a desclasificar nada. A mí eso me resulta injustificable, y lo han hecho los gobiernos del PP y del PSOE...
Lo cual resulta sintomático...
¿Por qué se oculta? Tiendo a pensar que es porque las cosas no fueron como nos las pintaron y hay alguna persona o institución, en singular o plural, que puede que no queden tan bien paradas.