Doce años dan para mucho. Pero, sobre todo, dan perspectiva, siempre necesaria y aún más en los tiempos locos en los que vivimos en los que todo se basa en la inmediatez. Y reconozco que cuando el martes a la noche me llegaron media docena de mensajes de amigos certificando que todo lo que se escribió en este periódico en los primeros meses de 2011 era absolutamente cierto y veraz, no pude menos que sentir una pequeña satisfacción. En mi conciencia tenía claro que lo escrito con mis compañeros y compañeras aquellos días se atenía a las reglas básicas de un periodismo cada día más en desuso. Un periodismo basado en la honestidad, en el rigor, en contrastar fuentes y documentos, en otorgar la palabra a todos los implicados y publicar solo aquello que pasa por los necesarios filtros que nos auto imponemos en la profesión para de esta manera respetarla. Y así lo hicimos.

Después llegó el barro político entre unos y otros, las reuniones conspirativas de palacio para evitar que todo lo que publicamos durante casi un mes no tuviera la repercusión, más allá de nuestro medio, que el caso merecía. Y lo consiguieron. Se instaló la omerta en la mayoría de los medios vascos en un caso flagrante de mal uso del dinero público. Y reconozco que la guinda del pastel la puso quien entonces era lehendakari del Gobierno vasco, que utilizó la tribuna pública del Parlamento para descalificarnos y desacreditarnos. Una intervención que tengo guardada en mi ordenador porque jamás en mi vida he visto a un político mentir tanto y con tanto aplomo en tribuna pública, a sabiendas, además, que lo que estaba diciendo era falso. Pero que cada cual lidie con su conciencia, que los demás ya tenemos suficiente con las nuestras.

Siento orgullo del trabajo que compartí aquellos meses con Xabier, Joserra y con quien fue el motor de todo aquello haciendo la labor de hormiguita, la labor de zapa, el trabajo oscuro de leerse mil informes pero el más imprescindible, el trabajo que desarrollo la incombustible Ana Úrsula. Un trabajo, repito, impecable desde el punto de vista del periodismo en el que creía y en el que sigo creyendo, a pesar de los pesares. Y también tengo que decir que probablemente todo fue posible por hacerlo desde un periódico de pueblo, desde la prensa local que desde mi punto de vista es la última trinchera desde la que se sigue haciendo periodismo, en unos tiempos en donde el intrusismo esta carcomiendo la profesión.

Pero ni Xabier, ni Joserra, ni Ana Úrsula ni yo somos protagonistas de nada. Hicimos lo que teníamos que hacer, nuestro trabajo. Tan solo espero que todo aquello haya servido para lo importante, que no es otra cosa que el dinero público se destine a aquello a lo que se tiene que destinar, que ese dinero que sale de los bolsillos de los trabajadores y trabajadoras se emplee en lo que se tiene que emplear, sin desviaciones y atajos. Y, para terminar, voy a confesar un último sentimiento. Cuando leí que Ana Urchueguia evitaba la cárcel por su acuerdo de conformidad, me alegré. No deseo la cárcel para nadie y, afortunadamente, las sociedades nos hemos dotado de mecanismos suficientes para buscar alternativas a los ingresos en prisión que, desgraciadamente, solo suelen acentuar los problemas.

Para mí, estos días han sido un cierre perfecto. Orgullo del trabajo realizado, reconocimiento de que hasta la última línea que escribimos estaba basado en la veracidad pero, sobre todo, mi reivindicación del periodismo con mayúsculas para dignificar la profesión más bonita que existe y que está siendo bombardeada por tierra, mar y aire. Serán las reporteras de los periódicos de pueblo las que le den la vuelta a la tortilla. No me cabe ninguna duda.

Guillermo Nagore era redactor-jefe de Noticias de Gipuzkoa cuando se publicó el ‘caso Somoto’