EN su último comunicado, hecho público con ocasión del Aberri Eguna, ETA venía a reconocer, de manera etérea, que había “cometido errores, en ocasiones graves e injustos si hay que decirlo así”. “Somos responsables de lo que hemos hecho”, afirmaba el escrito. Sin embargo, quedan aún muchos y trágicos puntos oscuros en la larga historia de crímenes de ETA. Y no solo por los muchos atentados que quedan aún sin esclarecer, sino porque hay todavía varios asesinatos y muchas víctimas que nunca han sido reconocidas por la organización armada, que incluso ha intentado enterrar los hechos, negar su autoría y eludir su responsabilidad.

Se cumplen hoy cuarenta años de uno de esos crímenes cometidos por miembros de ETA pero que la banda siempre -incluso a día de hoy- se ha negado a reconocer. Unos hechos escalofriantes que recuerdan, por sus características, a uno de los atentados más crueles de los GAL, el caso Lasa y Zabala. Y no es el único que ETA ha ocultado bajo su propia cal viva, ya que aún hay al menos otros cuatro cadáveres más sepultados en algún lugar de Iparralde que todavía no han sido encontrados -y ya con escasas esperanzas de hacerlo-, más de cuatro décadas después de sucedidos los hechos.

El 4 de abril de 1976, dos jóvenes policías, José María González Ituero, de 25 años, y José Luis Martínez Martínez, de 31, destinados en Donostia, cruzaron la muga hacia Iparralde. Era domingo y, tras comer en un establecimiento de la capital guipuzcoana, decidieron ir a Hendaia a ver una película, probablemente una cinta de las que, solo cinco meses después de la muerte de Franco, aún estaban prohibidas a este lado. Por ello, se dirigieron a Irun, dejaron sus armas en el puesto fronterizo y pasaron a pie. Nunca más se les volvió a ver con vida, ya que en las inmediaciones del cine fueron abordados y secuestrados por varios individuos.

La alarma por su desaparición dio paso a una intensa búsqueda, pero los esfuerzos fueron en vano. La Policía gala -que se encontró con una auténtica patata caliente, ya que Francia daba refugio en la zona de Iparralde a decenas de militantes de ETA, que actuaban casi a sus anchas- decidió actuar por primera vez y detuvo a más de una veintena de personas, realizó cerca de doscientos registros domiciliarios e incluso deportó a la isla de Yeu a once miembros de la organización armada. Únicamente logró encontrar la documentación de los dos policías desaparecidos en el domicilio de un activista de ETA político-militar. Las sospechas sobre la autoría de la organización armada parecían confirmarse.

De José María González Ituero y José Luis Martínez -que eran novatos e inexpertos y llevaban solo unos meses en la Policía, en destinos ajenos al terrorismo- nada se volvió a saber hasta algo más de un año después, el 19 de abril de 1977, cuando unos adolescentes encontraron sus cadáveres momificados y semienterrados en un antiguo búnker de la segunda guerra mundial en una playa de Anglet. Los cuerpos, muy descompuestos, presentaban síntomas evidentes de haber sido torturados y tenían varios dedos mutilados. Fueron asesinados mediante tiros a quemarropa.

De estos crímenes se ha culpado directamente como cabecilla al miembro de ETA Tomás Pérez Revilla, alias Tomasón y Huesos. Curiosamente, este militante -que años después fue asesinado por los GAL- parece estar directamente implicado también en otros dos casos muy similares. Uno casi calcado sucedido tres años antes, en marzo de 1973, con la desaparición, también en Iparralde, de tres jóvenes gallegos que fueron confundidos con policías, y el otro, tres meses y medio después, el 23 de julio de 1976, con el secuestro y asesinato de Pertur.

En el primero de ellos, el 24 de marzo de 1973, tres jóvenes trabajadores, Fernando Quiroga Veiga, José Humberto Fouz Escudero y Jorge Juan García Carneiro, cruzaron la muga para ver una película en San Juan de Luz. Nunca más se ha sabido de su paradero, pero las investigaciones apuntan a que fueron también secuestrados por militantes de ETA, entre ellos, Pérez Revilla, que creían que eran policías españoles. Fueron torturados y, finalmente, asesinados y enterrados en algún lugar indeterminado. La organización terrorista, al igual que el caso de los policías, jamás ha reconocido los crímenes y los sospechosos, pese a los requerimientos que se les han hecho a instancias de las familias, se han negado a facilitar siquiera información sobre el lugar en el que fueron abandonados.

De igual manera, pocos meses después tuvo lugar la desaparición y muerte, el 23 de julio de 1976, de Eduardo Moreno Bergaretxe, Pertur, dentro de la lucha interna entre facciones dentro de ETA, en concreto entre los polimilis y los bereziak, que poco después se integraron en ETA militar. Nunca ha sido hallado.

“Es difícil que ETA reconozca todo esto. En aquella época, Francia no tenía una política de persecución de miembos de ETA y existía el compromiso tácito de que la banda no actuaba en su territorio. Si lo hubiesen reconocido, se habría montado una buena y no les interesaba bajo ninguna circunstancia”, afirma Florencio Domínguez, periodista especializado en ETA y director del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo. A día de hoy, Domínguez tiene dudas de si ETA reconocerá en algún momento la verdad. “En Irlanda del Norte, el IRA lo hizo, confesó y reveló algunas desapariciones, pero era una exigencia dentro del proceso de paz”, aclara.

De igual manera, ETA cuenta en su haber con otros hechos y atentados en los que ha negado expresamente su autoría. El más grave es el atentado en la cafetería Rolando de la calle Correo de Madrid el 11 de septiembre de 1974 que, hasta el coche-bomba de Hipercor, fue el de mayor número de víctimas, trece, casi todas civiles. ETA negó su autoría ante la magnitud del atentado, aunque una parte de la organización apostó por reconocerlo. Hay que recordar que todos estos hechos estarían amnistiados.

Sobre la desaparición y muerte en junio de 1980 de José Miguel Etxeberria Álvarez, Naparra, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, hay más dudas, aunque Florencio Domínguez recuerda que los propios CAA culparon a ETA militar.

Ya en 1985, ETA asesinó al taxista Juan José Uriarte al que acusó de “chivato” pero, al saber que era primo del obispo Juan María Uriarte, optó por negarlo.

Asimismo, el 24 de junio de 1981, asesinó a tres jóvenes en Tolosa, Ignacio Ibargutxi, Juan Manuel Martínez Castaños y Pedro Conrado, a los que confundió con policías, aunque desmintió su autoría -que luego fue confirmada- al constatar su “error”.