Síguenos en redes sociales:

La plegaria viajera del padre Jaio

Un pasionista de Ziortza fue el oficiante de la misa que inmortalizó "Chim" Seymour en sus fotografías sobre Euskadi en guerra

La plegaria viajera del padre JaioEFE/David Seymour 'Chim'/ICP

Bilbao

Poco imaginaba Julián Jaio cuando se alistó en 1936 en el cuerpo de capellanes del Ejército vasco que su imagen oficiando una misa de campaña iba a dar la vuelta al mundo. Para más señas, gracias a un fotógrafo judío y a una revista comunista de la época. Tampoco pudo prever que, ya entrado el siglo XXI y poco después de su fallecimiento a la avanzada edad de 93 años, aquel retrato icónico de un momento de oración acabaría formando parte de uno de los tesoros fotográficos más representativos de una época.

Jesús Jaio, padre pasionista nacido en Ziortza-Bolibar, protagonizó con un puñado de gudaris y unas pocas baserritarras de Berriatua un cuadro que el fotógrafo David Chim Seymour inmortalizó en febrero de 1937 para dejar claro al mundo que en la République Basque, como se referían sus reportajes al territorio controlado por el Gobierno de Euzkadi, había libertad religiosa.

Setenta años más tarde, aquellas fotografías y otras muchas tomadas por Seymour y Robert Capa en Bizkaia entre 1936 y 1937 han vuelto a la actualidad gracias a la exposición organizada por el International Center of Photography de Nueva York con los negativos hallados en la famosa Maleta mexicana, salvada tras la entrada de los nazis en París.

Entre esas 4.500 imágenes tomadas en los diferentes frentes republicanos en la Guerra Civil, destacan un puñado de ellas que reflejan la vida de los vascos durante la contienda, así como los propios campos de batalla. Y entre ellas sobresale con personalidad propia la serie de fotografías arrancadas a la sombra del caserío Alipasolo, del barrio de Asterrika, en Berriatua, y que retratan con minuciosidad una misa de campaña oficiada por el padre Jaio, en aquel momento uno de los capellanes del batallón Mungia de Euzko Gudarostea. De aquella ocasión, quedan pocos datos y aún menos supervivientes. El sacerdote falleció en el año 2004 en Lima (Perú), sin que su testimonio, si es que lo dejó por escrito, haya trascendido.

Guerra de propaganda La serie de fotografías tomadas por Seymour reproducen al detalle la misa, con el padre Jaio oficiando la ceremonia de espaldas a la feligresía, compuesta por gudaris destacados en el frente de Lekeitio y algunas mujeres de los alrededores. Todo ello enmarcado por la imponente figura del caserío Alipasolo -que aún hoy día se mantiene en pie- y presidido por la ikurriña de la compañía Txorierri. El fotógrafo también retrata a algunos gudaris.

Una de las personas que mejor conoce el periplo de Capa y Seymour por Euskadi es el escritor de Mundaka Edorta Jiménez. "La Guerra Civil fue una guerra de propaganda y, en el conflicto informativo que se creó, la imagen en el exterior de la República española era la de un régimen comunista y ateo en el que la religión católica estaba prohibida y se mataba curas. Euskal Herria era el único lugar en el que se podía demostrar que esto no era así".

Con esta motivación, la revista Regards, editada por el Partido Comunista francés, envió a Chim Seymour a recorrer el territorio controlado por el gobierno del lehendakari José Antonio Aguirre. En aquellos cuatro reportajes, además del centrado en la misa de campaña, destaca otro dedicado a la confraternización entre los gudaris y los frailes del convento teresiano de Amorebieta.

Consciente de la importancia de la imagen exterior que había de proyectar, el Gobierno de Euzkadi ayudó a una serie de corresponsales de guerra, como los propios Seymour y Capa, así como a George Steer, Noel Monks y Jay Allen, a reflejar en sus imágenes y crónicas la realidad de la guerra en el frente vasco. En una de aquellas expediciones, recuerda Edorta Jiménez, el gobierno quiso mostrarles una misa de campaña, "que era la cosa más normal dentro de las filas del frente vasco". Y es que el Ejército Vasco llegó a tener en sus filas 114 capellanes militares en junio de 1937. En las fotos se puede ver a otros periodistas que cubren el acto. "Las imágenes podrían parecer un montaje, una escenificación, pero se ve claramente que aquello era real, había un cáliz, las formas, un altar. Aparece hasta un txistulari, pero si leemos las crónicas de Augustin Zubikarai en la revista Euzkadi, comprobamos que en el frente se cantaban bertsos y se tocaba el acordeón y el txistu".

Pero ¿quién era aquel sacerdote con gafas, "alto como un chopo y delgado", como le retratan sus allegados, que aparecía en las fotografías? Julián Jaio Urionabarrenetxea -le gustaba más que le llamaran Jesús, el nombre que sus padres le pusieron en la pila bautismal y que luego cambió cuando profesó en los pasionistas- era un hombre de fe y ligado a su tierra, Euskal Herria, pese a haber pasado más de la mitad de su vida como sacerdote fuera de ella. También estaba orgulloso de haber sido capellán de gudaris, lo que le costó su encarcelamiento durante dos años. El padre Julián nació en lo que entonces era Cenarruza. Nacido el 24 de diciembre de 1911 en el caserío Karakate -así le apodaron toda su vida- en el seno de una familia euskaldun y muy religiosa, estudió Filosofía y Teología en Tafalla y Deusto, y fue ordenado sacerdote en 1935.

Recién estrenados los hábitos, fue llamado al Ejército Vasco para capellán de gudaris, donde sirvió cerca de dos años. Tras la caída del frente vasco, los franquistas le encarcelaron en Santoña, donde fue procesado por el único motivo de ser capellán de los rojos separatistas. Los archivos de los Pasionistas reflejan que toda su vida recordó con pesadumbre esta época ya que sufrió numerosas humillaciones. Tras tener que purgar su pecado, esta vez como capellán del ejército de Franco, se reincorporó a su congregación y estuvo de misiones en Bizkaia y Galicia. En 1957 le trasladan a Puerto Rico y, con posterioridad, a Colombia.

en euskera hasta el final En 1980, a sus 70 años, la congregación le envía a Lima, su misión final, a la parroquia de la Virgen del Pilar, donde fue capellán de religiosas. Aunque con achaques y algunas operaciones a cuestas, el padre Jaio disfrutó de una buena y prolongada vejez. Falleció el 4 de octubre de 2004, a consecuencia de las complicaciones derivadas de una hepatitis B contraída en una transfusión. Viendo ya próximo el momento final, sus compañeros de congregación, muchos de ellos vascos, le entonaron el Agur Jesusen Ama. Movía los labios en el afán de cantar también él, aunque ya estaba sin fuerzas.

Hasta sus últimos días, conservó libros de oraciones y cantos en euskera, y su plegaria privada solía ser en su lengua materna. Suscriptor fiel de DEIA, recibía los ejemplares a diario, que siempre pasaba a algunos de sus compañeros de congregación en Lima.

Jon Guarrotxena, buen amigo del padre Jaio y miembro de la Euskal Etxea de Lima, recuerda que siempre oficiaba la misa del aniversario de esta institución. "Decía joango naiz baina gotzaiak ez dakiela jakin. Y es que no está permitido sin un permiso expreso del obispo. Jaio -evoca- era un vasco auténtico, terco, noble y cumplidor de su palabra".

Sus largos años de predicador de misiones le hicieron un hombre resistente, ordenado, solitario y de pocas palabras. Quizás nunca se conozcan sus reflexiones más íntimas, que se había preocupado en dejar con escrito, ya que en vida no quiso legárselos a nadie. Queda aún mucho que contar de la historia de aquella misa de campaña.