Oinatz Bengoetxea disputó el martes en Barakaldo su antepenúltimo partido vestido de blanco. Este viernes, en Lizarra, el penúltimo. Este sábado, en Leitza, a partir de las 12.30 horas, es el día señalado en el calendario de su despedida de la pelota a mano. El último baile. Será en la plaza del pueblo, al descubierto, donde todo comenzó. Un agur lleno de alegorías, aplausos, sonrisas traviesas. Empieza su leyenda.

Cuelga el pantalón blanco y el gerriko que elegantemente tiene bordado su nombre. Veinte años después de se estrenara con Asegarce siendo un chaval. 

“La pelota profesional siempre está en primera línea, pero se puede disfrutar de este deporte mucho más allá”

Agur: cuatro letras que por separado no significan nada. Juntas, en cambio, hacen carne una partida. Sabor salado en la boca. Un escalofrío en la nuca. Veinte años no son nada. En el retrovisor, las huellas de Oinatz, un rastro alargado y permanente. Miles de pisadas. Su nombre: historia de la pelota a mano. Palabras de lana. Tinta de oro. Un círculo que se cierra. El hombre, el pelotari, el simbolismo.

El sueño de Bengoetxea VI

Oinatz Bengoetxea tenía un sueño. Debutó el 5 de octubre de 2002. Quería cumplir dos décadas como profesional. Baiko no renovó su contrato y se despidió de la Liga de Empresas en febrero del presente curso. Quedaban siete meses. Lo tenía claro: seguir y seguir. A Oinatz –cuatro txapelas profesionales: dos Manomanistas (2008 y 2017), un Parejas (2015) y un Cuatro y Medio (2016)– se le metió entre ceja y ceja proseguir hasta llegar a los números redondos. Otra muesca más. Su último partido sería en Leitza.

“Mi gran ilusión era retirarme en mi pueblo. Ahí empecé a jugar con cinco años y 33 después voy a retirarme vestido de blanco. Supone cerrar el círculo después de esta última etapa”, afirma. Dicho y hecho. Todo tiene un final. “La verdad es que por un lado estoy con ganas de que llegue el partido, pero por el otro siento una gran melancolía. Han sido 20 años en los que he disfrutado muchísimo de la vida, quizás la etapa más bonita de mi vida. Será especial. Nos reuniremos después 800 personas a comer. Habrá una buena celebración”, desbroza el navarro, quien reflexiona que “cuando Baiko me dijo que no pensaba renovarme el contrato, me planteé esta opción, dar un último adiós personal. La verdad es que ha sido muy muy bonito. He jugado muchos partidos en pueblos pequeños, en California –San Francisco y Chino–, en México, en Valencia, en Iparralde, en Azkoitia... En definitiva, en plazas pelotazales importantes. Ha sido un final perfecto”. Visto el epílogo, el deseado: “Más bonito es imposible”. 

“Empecé a jugar con cinco años en la plaza de Leitza y 33 años después me retiraré en el mismo sitio”

Cabe una reflexión más importante sobre lo lúdico y radical del deporte, que no es únicamente la élite y los días de vino y rosas. El brillo del oro deslumbra. “La pelota profesional siempre está en primera línea, pero se puede disfrutar de este deporte mucho más allá del profesionalismo. Yo lo he hecho. He disfrutado mucho estos meses. Ha sido maravilloso”, afirma. El público le despide en pie. Ama sus diabluras. 

Oinatz coge el micrófono

El 5 de octubre de 2002 hubo otro debut en el Labrit de Iruñea. Otro leitzarra salió a la palestra. Julián Iparragirre, que había sido su entrenador, agarró el micrófono de comentarista de Euskadi Irratia. Iparragirre se retira ahora y Bengoetxea tomará su lugar. “Es todo bastante simbólico. Es un proyecto que me ilusiona. Estoy contento. En principio, estaré nueve meses”, afirma Oinatz. Agur, sí; pero no del todo.

“Seguiré jugando una o dos veces a la semana a pelota, aunque solo sea para mí”, finaliza. El “veneno” nunca desaparece. Huellas profundas. Pelotari por siempre.