bilbao - Peter Sagan, el campeón del mundo que es una rock&roll star, que se divierte, bromea y se agarra al manillar del espectáculo a modo de estilo de vida, sacó al fin tiempo para depilarse las piernas el día en el que la Tirreno-Adriático se tomó un respiro por eso de las nieves y la hipotermia. En un marzo que tirita, al que le castañean los dientes, corría con pelusilla el eslovaco, un superclase, excelente frontman. Varada la carrera el domingo, Sagan repasó su piernas para que lucieran lustrosas y livianas ayer, cuando se reanudó la prueba italiana. El afeitado no sentó bien a Sagan, que perdió por los pelos ante Van Avermaet, ganador y nuevo líder, en un pulso maravilloso de una jornada que circuló con el molde de una clásica.
Tachada la etapa reina del almanaque, un día que hubiera ordenado el galimatías de la clasificación, tronó un disparo en la Tirreno-Adriático, a puro galope. Apresurada la carrera, acelerada, comprimida, Peter Sagan, apasionado, salió al escenario. Su irrupción fue una descarga eléctrica que provocó un cortocircuito extraordinario a un par de giros para la recapitulación en Cepagatti. Repuntó Sagan para cosechar la bonificación y a él se imantaron Van Avermaet, Kwiatkowski, Stybar, Gaviria, Gatto, Benatti y Trentin. Algo así como la tormenta perfecta. Un coro repleto de grandes voces. El reparto: tres del Tinkoff, tres del Etixx y dos versos sueltos: Kwiatkowski y Van Avermaet. Hijos de las clásicas, amamantados por esas carreras tan singulares, con su ríos, meandros y recovecos, todos entendieron que en esa reunión crepitaba el magma de la etapa y, posiblemente, de la Tirreno-Adriático.
El pelotón, donde residían Valverde y Nibali, rozó a los fugados, pero no fueron capaces de encapsularlos. Aplanada la sombra de la captura, Kwiatkowski fue el primero en desenfundar. Su alzamiento descartó a Stybar, el líder que perdió el hilo. El polaco, precipitado, boqueó un fotograma después, fundido cuando Sagan, todo furia, se puso de pie, firme, para cocear los pedales. Al eslovaco, a dos brazadas de meta, le sentó el ácido láctico. Apenas cuatro pedaladas. No más. Un instante. Un respiro. La ganzúa para Van Avermaet, que no se posó sobre el sillín para afeitar a Sagan con la afilada cuchilla del triunfo.