bilbao - Lo necesitaba Valentino Rossi. Jorge Lorenzo, con cuatro victorias seguidas, inmerso en su mejor racha particular, antes de afrontar el Gran Premio de Los Países Bajos de MotoGP, octava estación del tren mundialista, le venía recortando puntos hasta quedarse a solo uno de su liderato del Mundial. El italiano bien podía oír el chan, chan de la música de la película Tiburón. A Il dottore, tremendo este curso, no le valía sin embargo con el papel que venía desempeñando. Su renta se iba consumiendo. Bocado a bocado. Debía reaccionar a la sangría. Aunque su estado es genial, la inercia que venía estando impuesta por Giorgio hacían su actuación insuficiente. Tenía que dar un golpe de autoridad. Es consciente de que verse con opciones de conquistar su décimo título mundialista es algo que a su edad tal vez no vuelva a suceder. Llega un momento en que cada chance gana relevancia, porque se agotan. Por tanto, en Assen, en La Catedral, con la pole en el bolsillo, en un trazado caracterizado por aflorar la técnica del piloto más que la potencia, podía dar esa muestra de jerarquía. Era la oportunidad para proyectar su fe, el crédito que alberga en sí mismo como campeón.
Presto, Rossi partió conservando la primera posición, como un Sputnik. Marc Márquez se apresuró en darle caza. Se alojó en su rebufo. Mientras, Lorenzo escalaba cinco posiciones en los primeros metros y se afincaba tercero. En apenas una vuelta, los tres rodaban aislados del mogollón. Pedrosa, entre tanto, era engullido, caía a la duodécima plaza yterminó octavo.
El ritmo de Rossi fue el de la costumbre de Lorenzo: triturador, consistente, feroz desde la mismísima pintura de partida. Tanto que Lorenzo, víctima de la que suele ser su propuesta, quedó descolgado en los albores. “Será la carrera más complicada de las últimas cinco”, anticipaba. Estaba en lo cierto. Cedía décimas sin remedio. No se mostró competitivo, más que para verse en el podio. De este modo, Rossi se llevó colgado a Márquez. El catalán era una sombra. La Honda era una prolongación de la Yamaha. El joven ejercía con sabiduría, adoptaba ese saber estar que parecía haber olvidado este año, en el que rueda atenazado por la ansiedad, el hambre de éxito, y una máquina menos dócil por su chasis. Se volvía paciente, intimidatorio, amenazante. Se fajaba estudiando al italiano, contemplando virtudes y defectos.
Los abrazos a Assen se iban extinguiendo. Las 26 vueltas se iban consumiendo. Lorenzo se alejaba progresivamente. Rossi abría el viento en canal y Márquez dejaba hacer. 36 años contra 22. Ambos pilotos se distanciaban por un palmo, por un suspiro. Trepidante. El aperitivo de un festín de pantalón largo. Iannone rodaba en una solitaria cuarta posición.
La mochila que era Márquez se hizo pechera de Rossi a falta de siete vueltas para el final, cuando instantes antes le presentaban al italiano un mensaje en su pizarra que decía: BRK, que significaba que debía frenar menos con el motor de su máquina. Atacó el catalán, ya con poco que perder en este campeonato. Corre por engordar números. A estas alturas la cordura, la prudencia, la mesura -lo que no ha tenido hasta ahora-, se han exiliado o pueden hacerlo. Ya no hace falta regularidad porque solo una hecatombe le dará opciones de coronarse. Ahora sí, puede casarse con el riesgo.
La respuesta de Rossi fue colosal. Se ató a Márquez. Le dio de su propia medicina. Comenzó a acecharle, a susurrarle en la nuca. No le concedió un metro de más en su persecución. Pasó a ser analista Il dottore, con microscopio. Así hasta ver en el descuento de las vueltas el número 3. Entonces reaccionó. Recuperó el liderato. Se puso a tirar como alma que viaja con el diablo. Márquez cometió un pequeño error al perder el contacto con una estribera y se alejó a medio segundo. Restaban ya dos vueltas y Rossi conservó la diferencia hasta el último paso por la recta de meta. “Tenía claro que sería una lucha hasta la última curva y cuando me ha pasado he rodado un rato detrás de él, viendo que iba bien, porque él iba fuerte, pero yo podía dar algo más”, diría el italiano, al que no le faltaba razón. Lorenzo, a esas alturas, viajaba a seis segundos del triunfo.
lance de carrera Cuando parecía que estaba todo resuelto, que tenía Rossi su tercera victoria del curso y ampliaba la diferencia de su liderato respecto a Lorenzo en diez puntos, llegó el momento álgido, el culmen de la carrera, espectacular. Con una chicane por superar, Márquez se abalanzó por el interior en el anteúltimo ángulo y contactó con el hombro de Rossi, que cerraba su trayectoria. El italiano, expulsado, hizo un recto por la grava y, tras recortar obligado la última curva, enfiló en primer lugar la recta de meta. Había vencido en un precioso lance. De videojuego. Un bello credencial. “Marc siempre juega duro y es importante saberle responder”, expresaría Rossi, sobre un acto de fe para uno mismo y para el mundo. Una respuesta idílica para el pasado más reciente. “Sinceramente, yo no he acortado porque he querido, sino porque él me ha mandado fuera”, aludió, para agregar: “yo estaba dentro de la curva y él ha alargado la frenada un metro”. “Bueno, Valentino es perro viejo, creo que he hecho una última vuelta para ganar la carrera”, lamentaría Márquez.