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Bolt no tiene sombra

El jamaicano gana la final de 200 con gran superioridad, aunque lejos de su récord, y hoy puede convertirse en el atleta más laureado de los Mundiales

Bolt no tiene sombraFoto: efe

bilbao. Minutos antes de despegar sus pies de los tacos y echar a volar -porque no corre, vuela- cumplió a rajatabla con lo que se espera de él, con esa escaleta de guiños al espectáculo que se ha convertido en un ritual marca de la casa. Bromeó en el pasillo de entrenamientos con sus competidores -¿competidores? ¿Se puede denominar así a los que galopan a ambos costados del relámpago de Trelawny tan abrumadora es su superioridad?-, estalló en carcajadas mientras observaba en las pantallas el concurso de jabalina en el momento en el que el keniata Yego firmaba un lanzamiento que le valía el bronce provisional -no dudó en imitar sus movimientos mientras se tronchaba de risa- y tras ingresar en el tartán hizo las delicias del público y de las cámaras con su sinfín de gestos, tics faciales y vaciles. Cuando cruzó la línea de meta -vencedor, cómo no- buscó rápidamente a su derecha a Warren Weir, compatriota, amigo y compañero de entrenamientos bajo las órdenes de Glen Mills, y celebró con él su medalla de plata, casi con más efusividad que su propio oro, besó su bíceps derecho y realizó su ya tradicional gesto de la victoria antes de dar rienda al espíritu de Bob Marley, con bailes y risas para dar y tomar y ondear la bandera de Jamaica por el cielo de Moscú.

¿Y en medio? Pues en medio más de lo mismo, la tiranía más absoluta de un hombre que compite contra sí mismo porque ninguno de sus rivales es capaz ni siquiera de acercarse a su sombra, larguísima. Usain Bolt se colgó al cuello la medalla de oro en la prueba de 200 metros merced a otra exhibición en la que volvió a jugar con la relación espacio-tiempo a su antojo. Duró la final 22 segundos y 66 centésimas, lejos de su propia plusmarca de todos los tiempos (19,19) porque ese fue exactamente el tiempo que quiso el fenómeno jamaicano que durase, ni más ni menos. Como en él es ya habitual, volvió a ser el más lento de los finalistas a la hora de salir de los tacos (177 milésimas de tiempo de reacción) pero, a continuación, voló en la curva como solo él sabe hacerlo con su privilegiado armazón de 1,95 metros para llegar como punta de lanza de la prueba a la recta final, con varios cuerpos de ventaja y sin dejar lugar a la más mínima emoción. Nunca la hay cuando Bolt exprime sus piernas. Y como en él es también habitual, se permitió el lujo de aflojar en los 50 metros finales, de mirar a izquierda y derecha con semblante relajado para cruzar la línea de meta con la mejor marca del año, mejorando los 19,73 que él mismo poseía. Segundo fue su compatriota Weir (19,79), mientras que el estadounidense Curtis Mitchell impidió el triplete jamaicano al hacerse con el bronce (20,04).

viaje hacia lo más alto Tras haber conquistado hace siete días el oro en el hectómetro contra viento y lluvia, el siguiente reto que le queda al mito de Trelawny en su imparable ascensión al Olimpo de los campeones será el de celebrar el próximo miércoles su 27 cumpleaños, probablemente al ritmo de Bob Marley -ayer se volvió a escuchar el Everything is gonna be alright en su honor en el estadio Luzhniki-, como el atleta más laureado en la historia de los Mundiales. Para ello, tendrá que ganar hoy el oro en los relevos 4x100, lo que le colocaría, con ocho metales dorados y dos plateados, justo por encima de Carl Lewis, el mítico hijo del viento, que acumuló ocho oros, una plata y un bronce. Una auténtica barbaridad. Además, si Bolt logra encadenar una vez más tres medallas de oro en 100, 200 y 4x100 metros lograría este triplete en cuatro de las últimas cinco grandes competiciones que ha disputado, con el único borrón de lo acontecido en Daegu'11, donde fue descalificado en el hectómetro por una salida nula.

A día de hoy es exclusivamente esto, alguna circunstancia ajena a su control en forma de salida falsa o de lesión, lo único que puede frenarle en su arrolladora trayectoria. Porque Bolt no compite contra rivales, compite contra sí mismo y solo él es dueño de su presente y su futuro. Solo él juega a su antojo con la relación espacio-tiempo, estirándolo o comprimiéndolo según preferencias o necesidades, porque el resto debe contentarse con correr a su espalda sin poder seguir su estela. Ponerse simplemente a su par es misión imposible. Doblegarle, una utopía.