bilbao. Se llama la Copa de los Mosqueteros, pero harían bien en cambiarle el nombre por el de Copa Rafa Nadal. Ocho veces la ha abrazado, ocho veces la ha alzado al cielo de París, ocho veces la ha mordido el jugador que ha hecho de la arcilla de Roland Garros su dominio particular, una tierra inconquistable para cualquiera que no lleve el apellido Nadal. Solo Roger Federer tomó prestado el trofeo durante un año de manos de un jugador que no tiene rival en la superficie ocre donde el tenis se despliega en primavera.

Ayer entregó el trofeo Usain Bolt, que concentra la agonía en menos de diez segundos. Nadal disfruta en esa otra agonía de más de dos horas, de puntos largos, derechas liftadas que buscan las esquinas y las líneas y reveses cortados que permiten volver a empezar. Como agónico fue el esfuerzo por volver a ser el mismo durante siete meses de dudas y de horas de rehabilitación. Cuando el tenista de Manacor regresó en febrero en Acapulco y perdió la final ante Horacio Zeballos, estaba lejos de pensar que el octavo título de Roland Garros sería suyo. Pero Rafa Nadal ya ha dicho que disfruta del sufrimiento, de esas situaciones que para otros son imposibles, como salir vivo de la semifinal ante Novak Djokovic.

Una vez en la final, David Ferrer quiso soñar con su primer Grand Slam, con su particular toma de La Bastilla en Roland Garros. Pero Rafa Nadal quería ese trofeo como si fuera el primero porque ya piensa en que cualquiera puede ser el último. El alicantino, cuarto del mundo, no puede con el balear, sencillamente. Es un muro insuperable. No es ninguna vergüenza para el subcampeón porque tampoco pueden los demás. Solo Djokovic parece capaz de vencer a Nadal sobre tierra, pero ese partido ya se había jugado el viernes.

La lluvia amenazó y, finalmente, no intervino y la final pudo disputarse de corrido sobre una pista más pesada de lo normal. Tardaron los dos jugadores en adaptarse al medio, en manejar unas bolas lentas y se intercambiaron rupturas en el tercer y cuarto juegos. Ferrer se adelantó por 2-3 y enseguida empezó a ver la cara de la derrota. Nadal, cuyos envíos ya llevaban veneno y dinamita en largos peloteos, encadena siete juegos seguidos que le dan el primer set y la mitad del segundo. Ahí empezó a perder el alicantino la final porque ese rato minó toda su confianza lo que se tradujo en su falta de determinación para convertir sus ventajas al resto en juegos a su favor. Solo tres logró David Ferrer en doce oportunidades.

cuestión de fe Nadal, imperturbable ante las dificultades, siempre encontraba la vía de escape y cuando rompió en blanco el saque de Ferrer para cerrar el segundo set empezó a pedir que grabaran su nombre al pie de la Copa de los Mosqueteros. Ferrer trataba de encontrar soluciones, miraba al cielo implorando por esa lluvia que interrumpiera o aplazara su camino al cadalso. Regresó de un 2-0 en el tercer set para igualar a dos y a tres en unos minutos en que Nadal bajó la guardia, como preparando el terreno para la traca final.

El de Manacor se anotó el séptimo juego del tercer set, Ferrer cedió su servicio con una doble falta y levantó la bandera de rendición definitiva. Rafa Nadal no esperó más y cerró el duelo con una derecha cruzada. En esa bola vio el aspirante esfumarse su primera final de Grand Slam en la que se encontró con el peor rival posible. Al otro lado de la red, el octacampeón se arrojó a la tierra de Roland Garros y estalló en lágrimas de júbilo después de siete meses en lágrimas de dolor que le colocaron en la posición de volver a ganar en París.

Ya son ocho, más que nadie en uno de los Grand Slams. En la cuenta de Rafa Nadal ya figuran doce de los torneos gordos, lo que coloca igualado con Roy Emerson solo por detrás de Roger Federer (17) y Pete Sampras (14). Es también el cuarto tenista con más apariciones en finales de Grand Slam (17), por detrás de Roger Federer (24), Ivan Lendl (19), y el estadounidense Pete Sampras y Rod Laver (18), y el segundo más joven en conseguir doce títulos de Grand Slam, con 27 años y 6 días, solo por detrás del suizo Roger Federer (26 años y 32 días). Son números de leyenda, de una leyenda que no se agota y que sale indemne y con más fortaleza, incluso, de siete meses en el dique seco. París es la tierra inconquistable de Rafa Nadal. Allí la historia la marca él.