CSKA MOSCÚ 61-62 OLYMPIACOS
CSKA MOSCÚ: Teodosic (15), Siskauskas (8), Kirilenko (12), Khryapa (3), Krstic (11) -cinco inicial- Kaun (2), Shved (3), Gordon (2), Vorontsevich (0) y Lavrinovic (5).
OLYMPIACOS: Spanoulis (15), Mantzaris (3), Keselj (3), Dorsey (0), Antic (7) -cinco inicial- Papanikolau (18), Hines (0), Printezis (12), Sloukas (4) y Law (0).
Parciales: 10-7, 34-20 (descanso), 53-40 y 61-62.
Árbitros: Lamonica, Martín Bertran y Sahin. Eliminaron a Khryapa.
Incidencias: 15.262 espectadores en el Sinan Erdem Arena.
bilbao. Georgios Printezis dio forma a una de las mayores sorpresas del baloncesto europeo. Desde que el Limoges fue campeón de Europa en 1993 no se había visto una igual. El ala-pívot ateniense, repudiado en Málaga a comienzos de esta temporada, anotó la canasta de su vida a siete décimas del final después de ser asistido por Spanoulis y dio al Olympiacos, el club en el que se formó, su segunda Euroliga.
Fue un desenlace increíble, inesperado, de una campaña en la máxima competición que el nuevo campeón empezó perdiendo en Bilbao. Entonces y ayer, todo señalaba al CSKA Moscú como ganador. Pero los rusos se durmieron en Estambul en laureles aún no conquistados de una ventaja de 19 puntos (53-34) a doce minutos del final, se dejaron llevar pensando que el Olympiacos entregaría la final, pero ocurrió lo contrario. Dusan Ivkovic apeló al corazón que los griegos no pierden ni en las condiciones más complicadas y con su banquillo, inédito hasta entonces, y Spanoulis al mando empezó a recortar la distancia que le separaba de un equipo de otra galaxia que bajó de repente a la tierra.
El final condensó las dos caras del baloncesto. Lo bueno fue el desenlace, la confirmación de que no siempre el dinero da la felicidad en el deporte. Lo malo fue el inicio, ese primer cuarto con menos puntos en la historia (10-7), que anunciaba un partido plúmbeo y rácano, como los de hace cuatro lustros. Pero Milos Teodosic rompió la tónica y el hermético duelo con tres triples consecutivos en el segundo cuarto (25-13).
Esa diferencia no entraba en el plan del Olympiacos, que vivió durante muchos minutos con solo tres jugadores sumando puntos. Por contra, el CSKA empezó a manejar la final con la suficiencia que le permitía su mucho talento. Les pareció tan fácil, con la ventaja rondando la veintena de puntos que los rusos no tuvieron recursos, ni en el banquillo ni en la cancha, para frenar la remontada.
Kazlauskas dejó que Teodosic jugara para él y no para el equipo y abrió la puerta a Spanoulis y Papanikolau, el chaval de 21 años que antes de la canasta de Printezis había sostenido al Olympiacos. La defensa de los de Ivkovic empezó a creer que podía frenar a los gigantes y todo lo demás lo puso el CSKA Moscú que se bloqueó y cometió errores impropios de una plantilla de 35 millones de euros hasta 22 pérdidas de balón. A 19 segundos, Teodosic solo metió un tiro libre (61-58), Papanikolau no tembló (61-60) y a nueve segundos, Siskauskas, el jugador más veterano de todos, perdió la oportunidad de sentenciar el título con dos errores que recordará cuando se retire.
El balón quedó en Spanoulis que atrajo a la defensa rusa. El base, en lugar de forzar, cedió la gloria a Printezis, que no falló con su semigancho. 20 años después de aquel triple de Djordjevic, Estambul volvió a ver cómo la Euroliga se decidía en el último segundo. Fue solo la decimonovena canasta del campeón, que sumó también 20 pérdidas de balón, pero se las apañó para sumar un punto más que el rival y alzar el trofeo ante la incredulidad general. Los héroes, los dioses, son griegos.