bilbao. Ayer en Mallorca, a quinientos metros del final de una carrera suicida hasta Cala Millor, hay curvas cerradas, hay rotondas plantadas a cada palmo que desbarajan un pelotón relleno de chicos hambrientos, ilusionados e inexpertos, hay gravilla en el asfalto, Óscar Freire levanta el pie, mira a Koldo Fernández de Larrea, que corre a su lado arrastrado por la marea, y le dice: "Farrar está loco. Un día de estos se va a pegar una buena". El velocista alavés asiente. Sabe de lo que le habla.

En 2010, Koldo no se cayó muchas veces, dos, pero fueron dos batacazos tremendos. Del primero, en primavera, se repuso con vigor; del segundo, en octubre, en la recta de meta de la París-Bourges, tiene aún tatuajes imborrables. "Me levanté del suelo, vi cómo estaba y parecía que me había pasado un tren por encima", dice. Tenía la clavícula partida, un pómulo y el metacarpiano fisurados, las cejas agrietadas, las rodillas roídas y tres piezas dentales rotas. Pasó quince días en el hospital, dolorido, malhumorado, temeroso porque no sabía si sería capaz de recuperar el arrojo para meterse en el embudo de otro sprint, un planeta de locos, y alimentándose exclusivamente de purés porque no podía masticar. A sorbos siguió comiendo, ya en casa, otras tres semanas más. Su carrocería se consumió. Perdió cinco kilos. Aún no los ha recuperado.

El domingo en el paseo de Palma, el sol, la brisa del Mediterráneo, el primer dorsal, Fran Ventoso y José Joaquín Rojas, la línea rápida, el ADSL del nuevo Movistar, se cruzaron con Koldo y tardaron en reconocerle. "¡Pero si no pareces tú!", reaccionaron al poco; "no tienes músculo, no tiene gemelo, estás fino, pareces un escalador".

"Me he consumido muscularmente", reconoce el de Zurbano. Aún pesa de tres a cuatro kilos menos que el año pasado en la misma época, lo que ha derivado en una merma sustancial de fuerza, el turbo de los velocistas. La máxima potencia que Koldo era capaz de imprimir a los pedales antes de la caída rozaba los 1.700 watios. En las pruebas que ha realizado a principio de este año apenas alcanza los 1.500. "He perdido mucho en un sprint puro. Pero a cambio me noto más ligero en los puertos. Esto quizás me cierre la puerta de cierto tipo de esprines, pero me puede abrir la de otros más duros, los de etapas con más montaña, algunas clásicas...".

Koldo, un tipo duro, de carácter fuerte e indomable, se lame aún las heridas. Ha pasado no menos de diez veces por la consulta del dentista, en un invierno atroz, pero lleva aún piezas provisionales a la espera de que le coloquen las definitivas que le permitan masticar olvidando la prudencia -sigue sin poder dar, por ejemplo, un mordisco a un bocadillo-. Y hoy, no saldrá en el Trofeo Inca por precaución. A Koldo se le duermen los dedos de la mano y los brazos cada vez que gira la cabeza hacia abajo. "Es de repente, miro al suelo o me giro hacia los piñones y ¡zas!, se me duermen". Puede que tenga un nervio de la espalda pinzado. "Cuando regrese a casa me harán radiografías para ver si descubrimos lo que ocurre".

Las radiografías no pueden verlo todo. No pueden identificar, por ejemplo, una fisura en el arrojo de un velocista. Koldo ha gestionado el miedo y lo ha transformado en prudencia. "La adrenalina te hace olvidar el miedo", explica. "Pero ahora yo veo el peligro. Ya no soy como esos jóvenes que no perciben el riesgo que corren. Aquella época de mi vida ha pasado y me he tenido que dar dos buenos leñazos para darme cuenta de que muchas veces tienes más que perder que ganar en una maniobra arriesgada". Ayer, en Cala Millor, a quinientos metros de la meta, se dejaba llevar por la marejada del pelotón pensando, quizás, que la temporada es larga y habrá más oportunidades, cuando su amigo Freire levantó la cabeza y le habló de Farrar, de su juvenil locura que le llevó a su segunda victoria consecutiva en Mallorca.