bilbao. "Los rusos, los rusos, a ver los rusos", dice Rubén Gorospe cuando el coche del Cafés Baqué remonta la pendiente de Jaizkibel en la mañana glacial del lunes en la que trata de familiarizar con el recorrido de la Vuelta a Bidasoa a Daniel Díaz, el terrible argentino que desde su llegada a Euskadi ha maltratado a sus rivales de manera inmisericorde (cinco triunfos en nueve carreras). "Los rusos, los rusos", insiste el mañariarra con temor. Y los rusos, los del legendario Lokomotiv, aparecieron ayer, en la primera etapa, presumiblemente la más sencilla de las cuatro, la menos montañosa, en la que aparentemente no debía suceder nada y ocurrió que la carrera quedó laminada, en propiedad de las piernas de los seis ciclistas que llegaron con más de un minuto de ventaja sobre el pelotón, que arribó a Hendaia sobrecogido, aturdido por la gesta de Sergey Shilov, que ganó, es el primer líder y siembra el pánico a la espera de la montaña, que llega hoy con Jaizkibel a menos de diez kilómetros para la meta de Hondarribia.

El ruso asombró por su arrojo al marcharse nada más comenzar la etapa, cuando los demás ciclistas trataban aún de desentumecer los músculos, de habituarlos al frío y a la lluvia, que arreciaba. Shilov marchó en solitario hasta que en el kilómetro 22 se le unieron diez ciclistas entre los que estaba su compañero Kozyrev, otro tipo magro que imprimió potencia a la fuga, que se mantuvo siempre por encima del minuto de ventaja. Fue por la inoperancia en el pelotón, las riñas. Nadie quiso responsabilizarse. Caja Rural y Baqué porque tenían representación delante; los demás, ellos sabrán. Lo cierto es que el caballo se les escapó. Un caballo ruso poderosísimo que parecía el de Atila. Un bruto que no tembló cuando Sebastián Tamayo, un colombiano, un tirillas, lanzó el sprint en las calles de Hendaia desesperado, tratando de escapar de la afilada guadaña de Shilov, que ganó y es líder.