bilbao. ¿Qué pasa por la cabeza de un piloto que acaba de cruzar la línea de meta más importante de su vida, la que le acaba de proclamarle como nuevo campeón del mundo de Fórmula 1? Es muy complicado saberlo. ¿Qué recuerdos saborea? ¿Qué personas, momentos y situaciones afloran a su memoria? De Jenson Button se sabe que ayer rompió a llorar, que agitó los puños en señal de rabia, que gritó como un poseso, que vociferó el We are the champions, que agradeció efusivamente a todo el equipo Brawn GP el trabajo realizado durante todas sus temporadas, pero se desconoce las imágenes que procesó su cerebro durante esos escasos e inolvidables segundos.
Puede que rememorase recuerdos a largo plazo, que recuperara las imágenes de aquel chaval de 20 años que en el año 2000 debutó en el Gran Circo al volante de un Williams. Si fue eso lo que hizo, seguro que sintió una gran liberación . Por aquel entonces, todo el mundo coincidía en señalarle como el campeón del futuro, el piloto llamado a marcar una época en el Gran Circo, algo que, cosas del deporte, no fue capaz de hacer, pasando de promesa rutilante a proyecto fallido. Puede, por otra parte, que su mente no viajara tanto en el tiempo, que sólo rebobinara unos meses hacia atrás para quedarse en el pasado invierno. Duro y frío invierno. Si fue eso lo que hizo, la alegría, por inesperada, debió ser brutal. Durante varios meses, el británico ni siquiera sabía si iba a disponer de un monoplaza para esta temporada. Fruto de la crisis económica, Honda decidió cerrar la persiana y no fue hasta la aparición en escena de Ross Brawn cuando Button, Rubens Barrichello y 700 familias en total pudieron respirar tranquilos.
Pero entonces ocurrió lo inesperado. Brawn, auténtico artífice a la sombra de la gran eclosión de Ferrari a comienzos de la presente década, se sacó de la manga un coche excelente, justo lo que Button necesitaba para luchar por el título. No es Jenson uno de esos pilotos especiales capaces de dar un plus a su montura, de aportar su talento para ganar décimas al reloj, pero es fiable como el que más cuando dispone de un vehículo eficaz. Hombre y máquina formaron un binomio colosal. Con la archinombrada polémica del difusor como cuestión capital, el británico ganó seis de las siete primeras carreras de la temporada aprovechando la neta superioridad de su equipo y cuando el resto de escuderías recuperó el terreno perdido supo aguantar el chaparrón para llegar ayer a Brasil con opciones de certificar su título. Y así lo hizo. Button protagonizó una carrera de manual. Partiendo desde la 14ª posición de la parrilla fue agresivo cuando tuvo necesidad, sacó la calculadora en los momentos precisos y acabó cosechando una quinta plaza que le permite obtener el pasaporte para la posterioridad, ganar un título de campeón para el que muchos le daban como gran favorito un lustro atrás. Tarde, pero seguro.
La de ayer tuvo que ser también una carrera especial para Ross Brawn en el muro de su equipo, ya que la lucha por el título se centraba en sus dos pilotos, separados por 16 puntos, con Sebastian Vettel (Red Bull) como artista invitado. Rubens Barrichello, otra vez segundón como en su época en Ferrari, partía desde la pole position y su estrategia era clara. Correr, correr, correr y esperar que a Button le costara remontar posiciones. Rubinho, mucho más descargado de gasolina que sus rivales, debía meter tierra de por medio con respecto a Mark Webber (Red Bull) y Robert Kubica (BMW) para cubrir su posición en la primera parada de boxes, pero tras una buena salida su estrategia comenzó a tambalearse tras la colisión entre Jarno Trulli (Toyota) y Adrian Sutil (Force India), quien, de rebote, dejó fuera de carrera a Fernando Alonso cuando su monoplaza cruzó la pista tras salirse. El coche de seguridad ingresó en el asfalto y el brasileño perdió unas vueltas preciosas en su lucha por arañar segundos. Cuando la carrera se relanzó, Barrichello siguió primero, pero Button también hacía su trabajo. Noveno al término de la primera vuelta, el inglés adelantó a Romain Grosjean y Jaime Alguersuari para vérselas a continuación con el debutante Kamui Kobayashi (Toyota), quien le dio mucho más trabajo, pero al que acabó rebasando para colocarse sexto.
La tranquilidad de Button creció cuando quedó demostrado que la táctica de Barrichello no funcionaba. El brasileño tuvo que ver cómo Mark Webber, que acabó llevándose la victoria, y Kubica le adelantaban en el primer baile de repostajes, lo que sumado a su falta de ritmo en ese segundo stint acabó arruinando sus intentos de ser campeón del mundo. A Rubinho le faltaba velocidad para derrotar a la lógica, sólo le faltaba soñar con un abandono de los coches que le precedían para poder aspirar al milagro, algo que finalmente no ocurrió. Es más, a escasas vueltas del final fue adelantado por Lewis Hamilton (McLaren-Mercedes), quien, en esa maniobra, pinchó una de las ruedas traseras del brasileño al rozarla con su alerón delantero, obligándole a entrar en boxes por tercera vez y relegándole a la octava posición final. Así las cosas, Button tuvo tiempo para saborear su título. Cruzó la bandera de cuadros, empuñada por Felipe Massa, en quinta posición y confirmó aquellos pronósticos que ya en el año 2000 le colocaban como campeón del mundo. Tardó más tiempo del esperado, pero puede que ya hubiese interiorizado que su tiempo ya había pasado. Se equivocó. No contaba con que Ross Brawn se cruzara en su camino.