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Tribuna abierta

En el País de la Canela

La memoria es azarosa, como la vida y su viceversa, como bien relataba Felipe Benítez Reyes en su novela. A veces nos vienen a la memoria personas que nos cruzamos o formaron parte de nuestras vidas durante algún tiempo. Una de esas personas, en mi caso particular, fue la Dra. Encarnación Terrón Losada, con la que compartí los estudios de medicina en Valladolid allá por los años 70. Alegre y vitalista llena de ilusiones al término de los estudios. Algunos años más tarde me llegó la noticia de su desaparición en Santa Marta Colombia, concretamente el 16 de agosto de 1990, donde había ido a visitar a una hermana misionera. En una nota judicial, en España, de 2002 fue declarada fallecida por no haber tenido noticias de ella desde ese 16 de agosto, aunque había llegado a la ciudad el 14 de ese mes. Todo lo que queda de su misterio es el número del expediente de búsqueda, el 71,642. No se sabe mucho más sobre las circunstancias de su desaparición, pero lo más probable es que no fuese voluntaria. Un misterio que se quedará sin resolver.

La Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) fue un organismo del Estado colombiano que fue acordado, con la firma en la Habana del “Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, por el Estado colombiano y las FARC, el 24 de noviembre de 2016. Este organismo es el encargado de coordinar y contribuir a la búsqueda de personas dadas por desaparecidas en contexto del conflicto armado. Al menos no han tardado más de 70 años en buscar las fosas comunes como en otro país más cercano que conozco.

Según la UBPD, el numero total es de 132, 877 personas en 12,291 lugares diferentes. La mayoría de los desaparecidos corresponden a los años 80 y 90. La UBPD sigue encontrando cuerpos, los identifica y los devuelve a sus familiares para un entierro digno. Esto no significa que se investigue a los culpables, se les juzgue y condene. Un trabajo minucioso, complejo y delicado que lleva tiempo y necesita recursos.

De todos los movimientos guerrilleros de América Latina, los únicos que sobreviven son los existentes en Colombia , aunque las FARC y el M-19 se disolvieron para integrarse en la sociedad civil, estos han sido perseguidos y en mucha ocasiones asesinados. La respuesta a las guerrillas de carácter marxista leninista fue la creación de los paramilitares llamados Autodefensa Unidas de Colombia, impulsados por la derecha, que también fueron oficialmente disueltos en los 2000-2006. El expresidente Uribe tiene una causa judicial al respecto.

Como consecuencia de las disidencias internas, y la cantidad de armas en el país, después de las desmovilizaciones aparecieron grupos que siguen la lucha armada pero están más involucrados aún en actividades de narcotráfico y criminales. Los grupos y sus cambiantes alianzas sigue haciendo que algunas zonas del país sigan siendo muy inseguras.

Es bien conocida la historia de la creación de Panamá. Las triquiñuelas políticas, económicas y militares de los EE.UU. en el siglo XIX y XX , a pesar de los acuerdos protección de istmo firmados entre los EE.UU. y Colombia en 1846, Colombia perdió parte de su territorio y así se creó Panamá, para facilitar la construcción del canal por parte de los EE.UU. Hay razones para la desconfianza entre ambos países.

Durante muchos años, con los republicanos en la Casa Blanca, los EE.UU. apoyaron económicamente y militarmente al gobierno de Colombia en la lucha contra el narcotráfico, especialmente de cocaína en esos años. La guerra contra el narcotráfico la inició el presidente Richard Nixon en 1971 cuando declaró las drogas como “enemigo público número uno”.

Pero según datos de la United Nations Office on Drugs and Crime (UNODC), la tendencia de producción de cocaína en Colombia en los últimos 20 años ha sido creciente alcanzando un máximo estimado de 2.600 toneladas en una extensión de 250.000 hectáreas, según los informes de UNODC. No parece que haya sido muy exitosa la guerra contra las drogas. Tal vez habría que trabajar más en la disminución de la demanda por parte de los clientes de EE.UU., una demanda que parece insaciable en los países más ricos. Por otra parte, la crisis de los opioides con el fentanilo y sus miles de muertos en los EE.UU. parece estar más relacionado con el trafico desde otros países.

A los problemas de la falta de una resolución final de los conflictos armados en Colombia, aunque el presidente Petro accedió con una de sus promesas de pacificar el país, como lo hicieron sus predecesores, se han añadido los últimos años los casi tres millones de venezolanos que huyeron de su país y están repartidos por Colombia, sobre todo, en provincias y ciudades limítrofes como Santander y Cucuta. Una situación complicada para el país que no tiene los recursos suficientes para resolver esos problemas.

El gobierno de los EE.UU. ha declarado a las bandas de narcotraficantes como terroristas. Es en este marco legal en el que se ampara su presidente para enviar tropas, navíos de guerra para atacar supuestas, ya que nunca proporcionan evidencias, narcolanchas en aguas internacionales. Su legalidad ha sido muy cuestionada. La cabeza del presidente Maduro tiene ya un precio, 50 millones dólares, no sabemos si es con o sin el cuerpo. Más recientemente, la atención de los EE.UU. se ha volcado sobre Colombia, acusando a su presidente de narcotraficante. La política pirómana, errática del presidente de los EE.UU., no conoce límites. Ahora ha vuelto su atención sobre el Caribe y Latinoamérica. Tal vez sea una reacción a la cada vez mayor participación de China, como en África, en el intercambio comercial en su ruta de la seda del Pacífico, habiéndose convertido en el segundo socio comercial de la región. Para más inri, el presidente ha dado luz verde, con su transparencia oficial de las redes sociales, a la CIA para intervenir en la región, de lo que ya sabemos que tiene mucha experiencia. No sabemos si detrás de estas amenazas, de matón de colegio, se esconde una verdadera intención o tan solo bufonadas para asustar a los políticos e hinchar su vanagloria.

La colonización de América por parte de los españoles y portugueses, por parte de aventureros que buscaban rápidas riquezas, y se anexionaban los territorios en nombre de un rey y una religión, resultó en los que conocemos hoy. William Ospina, en una magnifica trilogía sobre aquellos tiempos y personajes, relata en su País de la Canela, Ursúa y la serpiente sin ojos, las ambiciones de los conquistadores españoles, deslumbrados por las leyendas del Dorado, lleno de riquezas, árboles de canela, buscaban fama, riqueza y gloria. Pero también nos relata la historia del primer rebelde contra la corona de España, Lope de Aguirre, que se declara independiente del reino de España. Así comenzaba la insurrección.

El nuevo aspirante a rey en los EE.UU. parece querer volver a aquellos tiempos donde solo imperaba la fuerza de las armas en nombre de la religión. Siguen las amenazas, ¿serán bravuconadas o llegará más allá? Siguen considerando Latinoamérica y el Caribe como su patio trasero.

Pero qué mejor que terminar estas reflexiones que con el inicio de América Insurrecta de P. Neruda de la que posiblemente el 47 presidente de los Estados Unidos ignore completamente como en tantas otras cosas.

“Nuestra tierra, ancha tierra, soledades,

se pobló de rumores, brazos, bocas.

Una callada sílaba iba ardiendo,

congregando la rosa clandestina,

hasta que las praderas trepidaron

cubiertas de metales y galopes.

Fue dura la verdad como un arado”.