Una buena amiga y seguidora habitual de mis escritos me dijo el otro día que “después de leer mi último artículo “se había acojonado”. Sí, es cierto que el panorama que dibujé en mi reflexión asustaba. Pero la “tormenta perfecta” que se estaba fraguando a nuestro alrededor no presagiaba nada bueno. La guerra comercial sin cuartel iniciada por Trump, su impacto a corto, medio y largo plazo entre nosotros y la transformación del orden mundial puede suponer una catarsis en nuestras vidas si es que no andamos listos en ajustarnos, en reorganizarnos como sociedad y como proyecto común europeo.
De la semana pasada a esta la situación no ha hecho sino empeorar. La amenaza de nuevas barreras arancelarias –como castigo al pago del IVA europeo– y los derroteros que la Casa Blanca ha determinado para los conflictos bélicos de Oriente Próximo y Ucrania nos conducen a una crisis europea de primer nivel. Crisis europea sí, porque va a ser la Unión Europea, junto a Ucrania y sus ciudadanos en primer término, las víctimas propiciatorias del movimiento de aproximación emprendido por Trump hacia la Rusia de Putin. Trump rendirá Ucrania ante Putin. La dejará sin respaldo militar, a merced del Kremlin e impedirá su alianza futura en la OTAN. A cambio, obtendrá de Putin su apoyo para que Estados Unidos pueda esquilmar los recursos naturales (tierras raras) que Ucrania atesora. Ucrania, como Gaza, sacrificadas en injustos procesos de “paz” promovidos como negocios injustificables.
Europa, aliada de Zelensky, recibirá la bofetada de Trump a modo de abandono del liderazgo militar de su seguridad. “Si quieres seguridad, la pagas tú”, dejando a la UE en campo abierto y frente a la amenaza de un Putin, que ahora sí, se siente poderoso frente a una comunidad –la europea– sin aliados mayores y desorientada en su repentina soledad. El escenario abruma, pero no es cuestión de vivir amedrentados. Ni de “montar un pollo” con mucho ruido y pocas nueces. Tampoco es tiempo para la inacción, ni para andar haciendo gorgoritos ni brindis al sol de populismos inútiles. Es momento para unirse, para forjar una nueva Europa en la que todos nos sintamos reconocidos y protegidos.
En más de una ocasión hemos utilizado, por ejemplo, la expresión “montar un pollo” sin pararnos a pensar de dónde viene tal curiosa afirmación. Y lo cierto es que tal aserto que asociamos con un escándalo o un conflicto nada tiene que ver tiene que ver con el ave de corral que conocemos. Aunque la escribamos con elle, la grafía correcta debería ser con y; “montar un poyo”. La cita surgió de la palabra poyo, es decir, en un banco o una pequeña plataforma portátil utilizada antiguamente por los oradores para dar discursos sobre política, religión o acontecimientos públicos en parques o plazas. Los conferenciantes, colocaban su poyo y se subían a él para elevarse por encima de la gente y captar mejor la atención de los oyentes. Con el tiempo, la expresión fue adquiriendo el sentido de “subirse o montar el poyo” como una forma de ganar visibilidad o protagonismo en una situación pública.
En el Reino Unido, los denominados Speakers Corner (el Rincón del orador) siguen teniendo una gran tradición y en ellos, personajes como Orwell o Marx “montaron pollos” con encendidos discursos dirigidos a las masas de sus épocas.
Ni Orwell ni Marx fueron los protagonistas del “pollo” que se montó el pasado martes durante la rueda de prensa celebrada tras el consejo de ministros. Allí, la vicepresidenta Yolanda Díaz y la portavoz del ejecutivo español, Pilar Alegría, montaron un pollo de órdago a mayor en relación a la aprobación del salario mínimo interprofesional y su obligación o no de tributar. En vivo y en directo, dos representantes del mismo gobierno se fueron desautorizando alternativamente en un espectáculo lamentable.
En el foco del conflicto estaba la necesidad o no de tributar los ingresos derivados de la obtención del salario mínimo y la obligatoriedad de hacer la declaración de la renta de todos aquellos contribuyentes cuyos ingresos fuesen superiores a los 16.000 euros.
Yolanda Díaz, y ese espacio de la gauche divine que representa Sumar, negaba la necesidad de tributación mientras que la parte mayoritaria del gobierno argumentaba lo contrario so pretexto de “pedagogizar socialmente” la declaración de impuestos.
Y, como siempre suele ocurrir en estos casos, se aprovechaba el pollo para dar rienda suelta a los “complejos” del rojerío progresista para competir entre sí sobre quien defendía mejor a los “desfavorecidos” y quien se alineaba con las “élites”. Ricos y pobres una vez más, en un enfrentamiento cainita de una izquierda incapaz de colaborar y especializada en fragmentar. Egos “populares” que, de no remediarse, acabarán con la legislatura.
En esa trifulca llegaba, cómo no, el alineamiento de unos y otros. Los aplaudidores y los detractores. A la tesis de no tributar se apuntaban los más “progres” y a la necesidad de hacer pasar los ingresos por Hacienda, los “pragmáticos”. Todo para regodeo de una derecha faltona, populista y ramplona a la que faltó tiempo para exigir la exención de los impuestos en defensa de las “clases populares”. Como si Feijóo fuera el valedor de los derechos de los pobres. Un pollo sin cuartel y sin cabeza.
Al mismo tiempo, en Euskadi, la propuesta de reforma fiscal promovida en las Juntas Generales apostaba por incrementar hasta los 19.000 euros de ingreso la cifra exenta de declaración en renta (En el Estado, 16.000). ¿Alguien de los vociferantes en Madrid había dicho algo significando la diferencia? ¿Alguien, en contraposición al debate suscitado en el Estado, respaldaba la medida vasca asegurando su apoyo? Quienes en la Carrera de San Jerónimo reclaman “progresividad fiscal” aquí callaban. Silencio administrativo negativo.
Y lo que es peor; esos mismos que exhibían perfil, aquí desacreditaban la reforma porque “no era ambiciosa”. Si nadie lo remedia, y la oposición se mantiene instalada en la demagogia, las nuevas medidas fiscales dirigidas a miles de contribuyentes vascos pueden quedar en agua de borraja y los posibles beneficiarios de las mismas se verán privados de su aplicación. Todo por interés político. Y por “perfil”.
Ahora bien, quien impida que las medidas propuestas sean aprobadas definitivamente deberán explicar a los 87.000 jóvenes guipuzcoanos que se queden sin las nuevas ayudas para la adquisición de vivienda las razones de su oposición. Tendrán que aclarar a los más de 375.000 vascos y vascas que quedarían exentos de hacer la declaración de la renta por qué se verán obligados a presentarla.
Quienes reparten carnés de progresismo no podrán esconderse ni camuflar su negativa. Deberán dar la cara y explicar su “coherencia”. ¿Bien común? Mejor montar un pollo.
De pollo en pollo sin pausa. Por primera vez los sindicatos más representativos de Euskadi se habían puesto de acuerdo para llevar a un ámbito de negociación un justa reivindicación; la fijación de un salario mínimo propio en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca. La demanda contaba con el apoyo explícito del Gobierno vasco, que se había brindado a elaborar los estudios que fueran necesarios para acercarse al “quantum” objetivo que soportara tal petición en el caso de que la misma fuera atendida en una negociación entre los protagonistas sociales. La patronal de Confebask había accedido a participar en el foro en el que se intentara consensuar tal medida. Y asistió a la reunión prevista en el Consejo de Relaciones Laborales. Pero su presencia fue un espejismo. O, mucho peor, una broma de mal gusto.
La patronal vasca, que solo actúa como tal a la hora de exigir ayudas públicas a las instituciones del país, acudió al encuentro para decir, simplemente, que no participaría en la iniciativa ya que un SMI propio para Euskadi pondría en riesgo “la competitividad y la sostenibilidad de las empresas vascas”. Ni Trump ni los aranceles; el Salario Mínimo.
Al igual que en una parte de la representación sindical, hay un sector de la patronal que actúa solamente movida por sus intereses, sin mirar más allá de su necesario compromiso social para cimentar un país más justo y próspero. Un país que exige el compromiso de todos y que en ocasiones, como la presente, se siente huérfano de un núcleo dirigente dialogante y responsable, que mire más allá de sus ganancias de clase.
No es esta la primera vez que ante reivindicaciones de arraigo, de afianzar un marco vasco de relaciones laborales, la patronal, supuestamente de este país, se ha borrado del debate y de su resolución. Una lástima. Veremos cómo actúa en la crisis que se nos avecina.