EL Papa Francisco ha recomendado a Zelenski que saque la bandera blanca y negocie. No le ha pedido que se rinda, le ha sugerido que negocie un final de la guerra en Ucrania. Es una recomendación discutible y realista, pero coherente, que se suma a la preocupación de que finalmente Rusia gane la guerra en el campo de batalla, con rendición de Zelenski incluida. Antes de esa posibilidad mejor dialogar y acordar una salida negociada.

Bandera blanca

Pero al Papa le ha faltado dirigirse a Vladímir Putin y exigirle con la misma contundencia que enarbole la bandera blanca del diálogo y la negociación. Que el Papa Francisco se dirija exclusivamente a Zelenski es una mala pedagogía y, sobre todo, genera desconfianza en el lado ucraniano, que es lo peor que le puede ocurrir a la diplomacia.

Creo que lo que explica esta asimetría en el llamamiento del Papa es básicamente la creencia del Estado vaticano, del Papa y de sus asesores de que Rusia va ganando la guerra. Una tesis naturalmente discutible pero que va ganando terreno, algo que se advierte en el nerviosismo de gobiernos occidentales que deslizan gestos, hechos y palabras que conforman un cierto retraimiento o alejamiento de un compromiso que decrece.

Lo cierto es que las noticias que llegan a Europa occidental invitan a pensar que la fatiga en el pueblo ucraniano, incluidos muchos militares, es muy grande. Cuesta demasiado creer que Zelenski pueda ganar esta guerra. El pesimismo ya es notable y a ello se une una opinión pública que detecta cansancio por una guerra que pudo haberse evitado. Los constantes llamamientos de Zelenski al envío de armas indican que algo va mal para sus intereses.

En un contexto de descenso de la simpatía por la épica ucraniana, el Papa Francisco se ha adelantado a proponer un final negociado, a corto plazo, que corte de raíz la riada de muertos y heridos. Demasiada sangre, demasiados duelos. Demasiados huérfanos, demasiadas viudas.

Zelenski ha hecho pública la cifra de 31.000 soldados ucranianos muertos, y 70.000 heridos. Del lado ruso al menos 25.000 muertos e innumerables heridos según la BBC. Unas cifras terribles que debieran actuar como una orden imperativa de alto el fuego. No son meras cifras estadísticas, son personas golpeadas por una guerra en la que mueren los de siempre. Detrás de cada una hay una historia de vida, una familia, un drama.

Pero Zelenski reprocha al Papa que intente mediar “entre quien quiere vivir y quien quiere destruirnos”. ¿Pero qué esperaba Zelenski del Papa? ¿Que pidiera armas para el ejército ucraniano? ¿Que gritara viva la guerra de liberación? ¿Que convalidara la guerra? Pienso que el Papa Francisco ha hecho su único discurso posible. El del diálogo y la negociación para un rápido alto el fuego que corte la hemorragia de muertes, y facilite la firma de la paz.

Posiblemente al presidente de Ucrania le dé igual que la figura del Papa Francisco sufra un desplome entre sus seguidores católicos, pero incluso para quienes no formamos parte de la Iglesia católica es importante que quien es un referente moral para millones de personas muestre una coherencia con su misión pacifista en la Tierra. Es verdad que la conexión entre la hipótesis de pérdida de la guerra y la totalidad del discurso de Francisco es arriesgada y ataca la resiliencia ucraniana que, contra pronóstico, sigue proclamando la posibilidad de ganar. Como he dicho, el Papa Francisco y el Estado Vaticano creen que es la hora de parar la guerra y negociar. Lo reclaman los muertos y sobre todo los que van a morir.

Las guerras siempre invocan nobles motivos. Matan en nombre de la paz. En nombre de Dios. En nombre de la civilización. En nombre del progreso. En nombre de la democracia. Decía Eduardo Galeano: “Lo real es que las guerras mienten y convierten al mundo en un enorme matadero”. Solo la paz puede salvarnos del temor de un exterminio y alumbrar con nueva luz el futuro de luces y sombras. La encrucijada, la nuestra, es peligrosa. ¿Saben ustedes que los cinco países que producen más armas son los mismos que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas? Los dueños del mundo gastan a cada minuto más de 3 millones de euros en la industria militar. Con que solo uno de esos países vote contra las iniciativas de paz, las guerras siguen su camino. A Israel, país que practica el terrorismo de Estado y la desobediencia a la comunidad internacional, Estados Unidos le rescata una y otra vez de ser condenado, y a Ucrania le bloquea en la ONU el derecho de veto de Rusia.

Las instituciones internacionales debieran repensar la producción y el comercio de armas, así como el desarme progresivo.

El caso es que la bandera blanca del Papa Francisco, al proponer un acuerdo de fin de la invasión y guerra montada por Rusia para doblegar a Ucrania, son muy pertinentes. Zelenski sueña con vencer a Rusia en el campo militar. Pero es eso, un fruto de su imaginación. Lo que si puede suceder es que se cronifique la confrontación actual, los años pasen y muertes y más muertes desfilen por más extensos cementerios. Pero insisto que Putin está anclado en el “ya veremos” por algo le va bien el curso de la guerra.

Tienen razón el Papa Francisco: para negociar el fin de la guerra hay que ser muy valiente. Es más fácil hacer tronar los cañones que destruirlos. Es muy acertada la frase de la guerra es una locura, una derrota. Me pregunto cómo en nombre de una idea de nación se puede enviar a la guerra a miles y miles de combatientes que morirán en los frentes en una alta proporción. Zelenski no cesa de llamar a la guerra, pero ni él, ni los de su clase, van a las trincheras. ¿Hago demagogia?

Para asegurarse que van los que tienen que ir, el Gobierno ucraniano prohíbe abandonar el país y su propia región a los hombres de entre 18 a 60 años. Millones de personas no pueden negarse a ir a la guerra, por ley, mientras la Costa Azul y en concreto la península de Niza son un refugio de casas de lujo para los superricos ucranianos y para los rusos. Un caso muy ilustrativo son los cruces de fronteras con enormes sumas de dinero en efectivo, transportadas en limusinas por las fronteras. l

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo