DICE la profesora Lucetta Scaraffia en el prólogo del libro Revuelta de las mujeres en la Iglesia, que Jesús estableció una relación especial, no habitual en su tiempo, con las mujeres, y afirma que los textos evangélicos son el texto más subversivamente feminista jamás escrito antes del siglo XX. Considera, además, que aunque las sociedades patriarcales judía y romana apenas lo asimilaron, aquellas semillas de la tradición cristiana han germinado en la emancipación de la mujer, dos mil años después, en los países de tradición cristiana, aunque han tenido lugar en la sociedad secular, no precisamente en la cultura eclesiástica oficial, pero ese cambio es más difícil en países que no son de tradición cristiana. Tales observaciones fundamentan en parte la autoestima del movimiento feminista cristiano, pues lo que plantea es volver a los orígenes, sobre todo en un tiempo en el que la Iglesia es vista en algunos ambientes como un reducto antifeminista que no asume en su seno las conquistas obtenidas en muchos ámbitos de la sociedad civil.

¿Revuelta de mujeres en la Iglesia?

El caso es que, desde una opción en clave de resistencia y esperanza, insisten en que su experiencia eclesial ha crecido en paralelo con la conciencia feminista, y le dan impulso a un proceso de toma de conciencia colectiva como mujeres creyentes, con una aportación especial desde los cuidados, una valoración positiva de la diversidad, considerando que la acción pública y la denuncia abierta en la sociedad ayudó a hacer resurgir esta conciencia. Y respecto a la Iglesia dicen: somos mayoría en las tareas eclesiales, somos las manos y el corazón de la Iglesia, pero se nos explota. Por eso tejen redes y plataformas de mujeres que va fraguando en La revuelta de las mujeres en la Iglesia. Y denuncian que se ha dado una ablación de la memoria de la historia de las mujeres cuando se borran los referentes femeninos de resistencia y emancipación, también en el interior de la Iglesia. Aun así, admiten que se están viviendo cambios institucionales importantes, aunque a un paso lento.

El papa Francisco, precisamente, viene a significar un avance en esta línea. Ya el 15 de abril de 2015 había dicho en una audiencia: “Es necesario que la mujer no solamente sea más escuchada, sino que su voz tenga un peso real, un prestigio reconocido en la sociedad y en la iglesia. (…) Jesús la considera de una manera que da una luz potente que ilumina un camino que lleva lejos, del cual hemos recorrido solamente un tramo (…) Es un camino que es necesario recorrer con más creatividad y más audacia”.

Parece que el camino del Sínodo que se está planteando en la Iglesia católica quiere ir por ahí. Es significativo el dato de que, en el proceso previo sinodal, el 75% de las personas participantes han sido mujeres, y en el Sínodo de los obispos que se va a celebrar en Roma en el próximo octubre se incorporan con voz y voto un grupo de varias decenas de personas, no obispos, la mitad mujeres, para definir una Iglesia sinodal tras un camino en el que se ha consultado “al Pueblo de Dios”. Pero en ese camino hay quienes se oponen a esta línea de Francisco, y han sembrado tanto desde sus posiciones que hay docentes de teología preocupados por la situación de algunos seminarios actuales, pues cierto alumnado joven de teología camina con el freno echado en el carril del Vaticano II, y entre algunos curas jóvenes hay resistencias al papa Francisco, como ha dicho Miguel Rico, nuevo obispo de Ávila. ¿Qué pasaría si una de las ventanas que se abren es la de nombrar cardenales, inmediatamente, a algunas mujeres para poder participar en el próximo cónclave? Circulan nombres de posibles candidatas, pero el peso de la tradición, y el Código de Derecho Canónico de 1917, aún vigente en este aspecto, establece que para ser cardenal hay que ser varón y al menos sacerdote, pero el Derecho Canónico se puede cambiar.

Sea lo que sea, el movimiento feminista cristiano acepta críticamente la Iglesia que se ha desarrollado históricamente, pero con la pretensión de transformarla desde dentro para “vivir la fe en una comunidad inclusiva hasta que la igualdad sea costumbre”, aunque la institución no lo haya puesto fácil en el pasado y vive sus graves contradicciones en el presente, también con la gran carga de abusos sexuales a menores, y a religiosas. Es significativo, además que, en un momento en el que aumenta el número de mujeres que tienen responsabilidades como nunca en el Vaticano y en determinadas diócesis, en un ambiente de cooptación, valoran los pasos dados por el papa Francisco, pero consideran que las reformas reales han de posibilitarse desde abajo, no como una concesión, sino como una conquista, por lo que insisten en la necesidad de autogestionarse, tanto en la formación como en la gestión de grupos, pues afirman que es un elemento clave en el proceso de organización de las mujeres. En esa línea son especialmente sensibles cuando la subordinación y explotación de género están legitimadas por la religión, sin excluir una mayor aceptación de las personas transgénero y otras personas con diferentes orientaciones sexuales.

Consideran, además, que esa revuelta pasa por una mirada feminista desde la teología, y esto llega más allá de una simple aspiración. Si en Génesis 1,27 se relata la primera versión de la creación del ser humano a imagen de Dios, macho y hembra a la vez, y Dios le encarga a la primera pareja humana reproducirse, en la segunda versión del relato de creación, Génesis 2-3, Eva es creada, después, de una costilla de Adán, y en la interpretación de los siguientes pasos de tal relato aparece como pecadora, culpable y tentadora. Resulta que san Agustín, en el siglo V, leyendo Romanos 5,12, interpretó que en Adán hemos pecado, y entendió en consecuencia que heredamos la culpa y el castigo de Adán y Eva. Hoy, otras interpretaciones teológicas no entienden que se derive de ahí la idea de pecado original y aún se mantenga en la cultura occidental.

También se apela al personaje de María Magdalena, primera testigo de la resurrección a quien en 2016 se le ha reconocido en un decreto del Vaticano como Apóstola de los apóstoles quien, a partir del siglo VI, pasó de ser una referente de mujer apóstol a convertirse en prostituta y pecadora arrepentida, lo cual ha quedado grabado en el imaginario colectivo hasta hoy. Y se valora la existencia de un pensamiento teológico feminista, con aportaciones de teólogas de otros países y la Asociación de Teólogas españolas como referencia. Es muy significativo que cinco de las grandes editoriales religiosas que tienen numerosas ventas en nuestro entorno cuentan con colecciones para investigación y divulgación de teología feminista. El movimiento también se potencia con encuentros de mujeres y teología, que se consideran clave en lo que llaman la revuelta de las mujeres en la Iglesia. Y, ya a otro nivel, también se considera que el Sínodo de Mujeres, convocado por Catholic Women’s Council, es parte de un proceso imparable e internacional tras afirmar que están “hartas de ceder el asiento a la clerecía”.

Como el tema del sacerdocio femenino es una de las reivindicaciones, puede ser significativo recordar que, en la Iglesia anglicana, en el año 2014, las mujeres constituían un tercio de los miembros del clero, y en el Sínodo, en el que participaban obispos, clero y personas laicas, se respaldó la legislación para ordenar a las mujeres como obispos. Es una ironía que, como consecuencia del acuerdo, algunos clérigos anglicanos, casados, se pasaron a la Iglesia católica porque no aceptaban el sacerdocio de las mujeres, y fueron reconocidos como sacerdotes con una fórmula especial. ¿Y si alguna mujer sacerdote anglicana plantea incorporarse a la Iglesia católica… sería aceptada? De todas formas, a uno le entra un cierto sonrojo si, por ejemplo, hoy en día que Bizkaia cuenta con una nueva diputada general, a la que le acompañan siete mujeres y dos hombres en su gobierno, tuviese que hacer algún tipo de justificación por haber tomado tal decisión.

El principio crítico de la teología feminista, dice Rosemary Dadford Reuther, consiste en la plena humanidad de las mujeres. Todo lo que empequeñece o niega la plena humanidad de las mujeres no puede ser considerado (…) obra de un auténtico redentor. Y Pablo, a quien algunas mujeres lo observan con una cierta displicencia, dice en Gal 3, 28: “Ya no hay distinción entre judío y griego, entre esclavo o libre, entre varón y mujer”, y con ello se anula cualquier frontera que discrimine, confronte o subordine cualquier ser humano, liberando a Dios de toda responsabilidad en algún tipo de sacralización de privilegios, subordinaciones o roles que cualquier grupo humano pretenda establecer. Así sea.