ESDE tiempo atrás, coincidiendo con mis excursiones juveniles a la Casa de Juntas de Gernika, me había llamado la atención el cenotafio sin inscripción tallado en el suelo del salón de plenos. No entendía cómo se había podido ubicar aquel monumento funerario en un lugar que iba a ser pisado una y otra vez por todos los que visitaran el recinto.

Podían haberlo emplazado en un muro lateral, o en un lugar protegido del edificio, pero aquel rectángulo tallado sobre la dura caliza y orientado hacia el antiguo altar estaba justo en el medio del pasillo entre el templete con el árbol foral y la iglesia-parlamento. ¿Para quién se elegiría como recuerdo semejante lugar? Solo para alguien al que se odiaba.

Parecía más una venganza que una piadosa memoria. Me recordaba la sutil vendeta de los navarros contra César Borgia, cuando sus huesos pasaron de una tumba en Santa María de Viana a ser arrojados bajo la Rúa Mayor para que las gentes los pisaran. Casi era como decirle: "quisiste ser César, hoy no eres nada, no habrá tierra sagrada para ti, ni tu alma podrá descansar jamás".

En la Bizkaia medieval ¿quién pudo ser recordado por algunos con tanta ira como para que no le olvidaran durante siglos? No lo sabía.

Pasado un tiempo, tras fijarme de nuevo en el rectángulo y recordar el asunto, pregunté al personal de las Juntas Generales sobre aquel espacio marcado sobre la superficie de la piedra. Algún significado debería tener en un lugar tan cargado de símbolos y de historia.

Para mi sorpresa, no se sabía nada. Me pareció extraño y, picada mi curiosidad, me dediqué a leer libros sobre el edificio y a repasar documentos antiguos con la esperanza de hallar alguna referencia al rectángulo. Pero no encontré nada. Era como si no existiera.

Pensé qué si no encontraba citas sobre el monumento, quizás sí podría encontrarlas sobre algún hombre cuya memoria hubiera sido odiada con singular rabia por gente poderosa.

Y uno encontré: a finales del siglo XIV y principios del XV fue famoso en el Señorío su segundo Corregidor, Gonzalo No, implacable perseguidor durante treinta y tres años de los jauntxos banderizos que asolaban la Bizkaia medieval.

Supe que Moro reedificó y amplió a sus expensas la vieja ermita juradera de Santa María de la Antigua, cerca del árbol foral. Templo donde fue enterrado tras su muerte en 1427.

Moro, por su lucha incansable contra los jauntxos, dejó en las Juntas y en muchos vizcaínos tan buena memoria qué en 1454 su hija María fue elegida por aclamación de las Juntas Generales puestas en pie como patrona del templo, a fin de que velara por la memoria de su padre, allí enterrado.

Paralelamente hubo vizcaínos poderosos, los jauntxos, cuyo odio oculto contra el Corregidor no tuvo límites ni final.

Con el derribo de Santa María de la Antigua entre 1828 y 1831 la tumba original de Gonzalo Moro se perdió, quedando sepultada en los cimientos del actual salón de plenos. Pero para algunas familias linajudas descendientes de los parientes mayores por él ofendidos, familias que seguían controlando Bizkaia a través de sus sucesores casi cuatro siglos después, no había remitido el odio que sentían por la memoria del Corregidor. Y llegó por fin la hora de su venganza.

Tras construirse el nuevo salón de plenos de la iglesia-parlamento de Gernika, alguien con suficiente poder en la Bizkaia foral del siglo XIX para así ordenarlo mandó que se marcase un cenotafio sin nombre en el suelo, a la entrada del salón, en un lugar que sería pisado por todos: la mayor ofensa posible para un muerto y que impediría el descanso de su alma hasta el final de los tiempos, pues no podría escapar de allí.

La venganza pasaría desapercibida para la mayoría, salvo para los que estuvieran en el secreto. Por lo que no sería posible revertirla.

¿Pero qué hizo Gonzalo Moro para granjearse tal inquina? Cuenta la Crónica de Ibargüen, escrita en el siglo XVI, los expeditivos usos del Corregidor contra los banderizos:

"Este Gonzalo Moro, en avisándole de algunos acotados iba de noche por los caminos y casas y al primero que cogía le colgaba en el primer árbol que se ofrecía; por donde mandó que no se cortasen árboles del todo sin dejar dos ramas en cada uno que decían horca y pendón, para castigar a los malhechores, y hasta hoy dura esta costumbre en Bizkaia".

Hasta el pueblo llano recordó la dureza de Moro, en un antiguo refrán en euskera: "Gonzalo Moro tati, tati, Gaxtoa gaxtigaetan daki".

Es decir, "Cuidado con Gonzalo Moro, que sabe castigar a los malvados".

Hace seis siglos Gonzalo Moro se enfrentó a los banderizos. Fue eficaz, sistemático e implacable, y por ello fue apreciado por las Juntas y amado por los vizcaínos, y por ello también fue odiado por los poderosos.

Estos tuvieron que esperar cuatro siglos, para lograr su venganza: la memoria del Corregidor sería humillada, sin saberlo, por los propios vizcaínos: su cenotafio sin nombre, marcado en el suelo de la entrada del salón de plenos, sería pisado una y otra vez por todos los que accedieran al mismo desde el árbol foral.

Este antiguo hechizo sobre su tumba dejaría su alma atrapada en la misma junto con sus huesos. Sería la venganza de los jauntxos hasta la consumación de los tiempos.

Como apoderado entonces de las Juntas Generales de Bizkaia sucesoras de aquellas que apoyaron a Gonzalo Moro y que eligieron por aclamación a su hija como patrona de Santa María de la Antigua, creí que debía actuar.

Pero ¿qué hacer? Si lo contaba, nadie me iba a creer. Posiblemente pensarían que "Aldecoa ha perdido un tornillo, ¿maldiciones medievales hoy en día? ¡Imposible!".

Pero allí, a mis pies, en la Casa de Juntas veía cada Pleno la tumba sin nombre que pisábamos una y otra vez. Debido a mi afición a la arqueología e historia conocía por un antiguo breviario latino el rito necesario para romper la maldición. Así que, me decidí a actuar.

Como marcaba el ritual, la víspera de la Navidad de 2018, la "fecha poderosa, cuando llega de nuevo la noche en la que nace la luz del mundo, el momento mágico en que lo viejo se extingue y la nueva esperanza se abre paso", aprovechando mi temprana presencia en Gernika para un Pleno de las Juntas, antes de comenzar el mismo y acompañado por casualidad de una persona en representación de la Bizkaia foral que tanto amaba a Gonzalo Moro (que por su cara de sorpresa aquella mañana, aún debe de preguntarse qué diantres hacíamos y en qué me estaba ayudando) invoqué por tres veces al pie del cenotafio el nombre del Corregidor y pronuncié también por tres veces las palabras que rompían el hechizo, le permitían a su alma, abandonar la tumba, escapar de allí y lograr el descanso eterno:

"Gonzalo Moro, sit tibi terra levis. Que la tierra te sea leve. Vale, vale, vale...".

Así, su alma, podría alejarse de sus huesos y de aquel lugar, y descansaría para siempre. Y yo habría cumplido el último ruego que nos hizo a todos los vizcaínos frente al altar de Santa María de la Antigua, María Moro, temiendo una venganza postrera de los jauntxos:

"Hijos míos, son poderosos y nunca le perdonarán. Velad por él...". * Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019