UÉ mérito tienen, y reconocimiento merecen, aquellas personas dedicadas a formar y enseñar a los niños, adolescentes y adultos. Sobre todo los comprometidos con la mejora innovadora en sus métodos pedagógicos.

Si además las materias sobre la que transmiten conocimiento giran en torno a la vida y su significado, merecen un reconocimiento complementario.

Somos actores de la vida; estamos, luego vivimos. Todo ser humano, o buena parte de la especie, en algún momento de su existencia, se plantea preguntas del tenor de ¿por qué estamos en la vida?, ¿para qué estamos en la vida?, ¿cómo vivimos? Y en función de las respuestas que vayamos asumiendo, en línea con lo que otros nos dicen -especialmente los formadores citados al principio-, o que vayamos descubriendo personalmente, seremos capaces de aclarar y aceptar todo lo que la vida nos da, nos quita, nos facilita su obtención o, simplemente, nos ofrece.

La primera cuestión planteada, el por qué estamos aquí, es decir, dentro de la vorágine maravillosa de la vida, ofrece un abanico de posibilidades en cuyos extremos podemos encontrar una primera respuesta que nos dirige hacia un ser supremo: a Dios, quien a lo largo de la existencia del ser humano va rodeándose -le vamos rodeando- de mayores poderes y capacidades, aunque últimamente parece que esa evolución adopta un sentido opuesto, es decir, le recortamos importancia, capacidad y presencia.

Por otra parte, en el otro extremo del espectro justificativo nos encontramos con el azar, concretado en una afortunada combinación bioquímica. Casi nada.

Estos dos límites conforman lo que podríamos llamar el espacio especulativo, se cree en uno u otro y más si adoptamos posicionamientos intermedios. Son tantas las combinaciones posibles como iglesias, creencias, agnosticismos y escuelas de pensamiento existen en el mundo.

Más interesante, en mi opinión, resulta avanzar en la batería de preguntas indicadas para orientarnos hacia algún punto concreto. En esos distintos planos nos encontramos con la imperiosa necesidad de acometer realidades más objetivas, en tanto en cuanto esas realidades están muy interrelacionadas con los momentos y circunstancias reales de nuestra vida.

Respondiendo al para qué estamos, y retomando el plano binario antes expuesto, si nuestra primera creencia es Dios, nuestra vida resulta finalista. Por el contrario, si la respuesta del azar es la que nos satisface, entonces nuestra existencia se compone de más azar, más participación y presencia de la cadena bioquímica, incluyendo el campo de los sentimientos e ideas, al fin y al cabo generados por meras reacciones neuronales. Es decir, nuestra vida no tiene una finalidad determinada ni es determinista, salvo por la muerte. Esto empieza a ponerse duro.

Si la interrogación afecta al cómo vivimos, en el sentido de que nuestra vida tenga algún contenido práctico y operativo -lo tenga o no, la verdad es que nos lo planteamos una mayoría de personas-, la respuesta puede resultar complicada por amplia. Piénsese en las innumerables corrientes filosóficas desarrolladas desde el inicio de los tiempos.

Se me ocurre que hay un hecho contrastable, universal, transversal y atemporal, que puede orientarnos sobre ese "cómo vivimos".

Me refiero a que nuestra existencia se sustancia, entre otras cosas, en la convivencia entre nuestra especie y con otras especies. Y la vida contemplada , analizada, sufrida y disfrutada desde el enfoque de convivir me parece, simplemente, mejor, más llevadera y más soportable.

Ahora bien, la convivencia es tal en tanto en cuanto se desarrolla conforme a un conjunto determinado de circunstancias relacionales, de conceptos concretos, y su aplicación.

Entre todos los posibles yo destacaría varios, empezando por el consistente en el respeto al otro, sea este igual, parecido o diferente, concretando la diferencia en términos de raza, religión, ideología, sexo, nacionalidad o etnia. Obviamente, ese respeto ha de mantenerse mientras la diferencia lo sea de manera pacífica, sin utilización agresiva, violenta o no, respecto a los demás. Si es agresiva, estamos legitimados a defendernos de ella.

Un segundo concepto vendría definido como el afecto al otro, sea este, también en este caso, igual o diferente. No se trata de "buenismo", cualquier sociedad o grupo que base su cohesión en el odio -como antónimo de afecto- está llamada a generar subcolectivos desgraciados e inadaptados, especialmente cuando esa falta de afecto se aplica exclusivamente vía mando.

Los humanos somos una especie con alta capacidad creativa que, unida a las nuevas tecnologías, se ve claramente potenciada. La creatividad, como tercer elemento estructural básico, genera satisfacción en quien la aplica adecuadamente, y genera innovación e incrementos del conocimiento para el conjunto social. Ahora bien, para lograr un nivel socialmente aceptable y avances en las diferentes actividades, es imprescindible utilizar y destinar la creatividad individual hacia la colectividad. En el ámbito colectivo es donde la creatividad logra su madurez y esplendor. Realizada y aprovechada individualmente, no deja de ser una ganancia o victoria pírricas. Los Goya y los Picasso, por ejemplo, es preferible que estén expuestos en un museo con acceso público que ocupando parte de una pared en un domicilio particular, en términos del disfrute de la belleza y sensibilidad y no, obviamente, desde una perspectiva patrimonial y de riqueza.

Por último, citaré la necesaria aceptación colectiva de la supremacía del interés y el bien, comunes, frente al individualismo exacerbado, insolidario y transgresor.

Los cuatro elementos citados y conjuntamente considerados nos facilitan un esquema de vida como para disfrutarla. Pero, claro, siempre hay individuos que se consideran más listos -que no más inteligentes- que el resto y tratan de zafarse del compromiso de comportarse según los cuatro parámetros a la vez.

Por ello resulta conveniente e imprescindible la creación de una superestructura -nacional o supranacional- a la que habitualmente y de manera natural, como si conviviera con nosotros desde siempre -como los manzanos, vaya- llamamos Estado. Este Estado es en quien delegamos nuestra autoprotección, nuestra autorregulación y, solo parte de, nuestro autodesarrollo personal y colectivo. Pero le damos también la potestad principal de regular, diseñar e implantar el sistema de transmisión de la educación y el conocimiento, los cuales nos capacitan, entre otras cosas, para adecuarnos a nuestro entorno y a la evolución sistémica.

No obstante, queda cada vez más patente la necesidad de consolidar superestructuras más eficaces y ejecutivas capaces de actuar en los conflictos globales, y con ello, minimizar la aparición y consolidación de Estados fallidos. Dicho de otra manera, resulta conveniente migrar hacia un modelo dual, por parte de las democracias occidentales, en el cual la capacidad de actuar intra-Estado conviva con la capacidad de actuar extra-Estado, y en este último plano, debe existir una real cooperación multilateral con otros países y estados.

Casi se me olvida, esa educación y conocimiento a los que me he referido nos dan las herramientas para reducir el efecto e influencia, negativos, de esos a los que antes he llamado listos. * Economista y empresario