N tiempos de depresión colectiva por un determinado resultado de un partido de fútbol, podemos recordar las lúcidas reflexiones de Juan Carlos Onetti, escritor existencialista uruguayo cuando afirmaba que ante la corrupción política, la impostura de las religiones, el incierto porvenir de los jóvenes, el control de la economía por mercenarios invisibles, siempre quedarán el fútbol y otras místicas para adecentar el mundo.

Estas reflexiones no se pueden aplicar a Euskadi en sus propios términos ya que la actividad política se ejerce con regularidad; la economía es fruto del esfuerzo de quienes han sabido adaptar talleres a empresas punteras o han creado modelos cooperativos espejo de la economía social del mundo; las religiones pertenecen al fuero interno de las personas y sus creencias y, sí, podemos aceptar que el porvenir de los jóvenes, por usar una palabra eufemística, es incierto.

Por otro lado, Bizkaia posee un equipo de fútbol, el Athletic, basado en un modelo sin parangón en el mundo. Un equipo en donde se conoce a los jugadores y no a sus representantes, un equipo que no participa de un mercadeo que se ha instaurado en esta práctica deportiva y que de forma incipiente y colateral al crecimiento de las apuestas, empieza a presentar algunos signos de corrupción. Un equipo de jugadores de la tierra con el gap competitivo que esto supone. Un equipo que tiene la facultad de unir a una sociedad a veces convulsa y fraccionada.

El Athletic Club juega un papel relevante como generador de identidad basado en una política que destaca el valor por el talento local de dos maneras: mediante la territorialización y su cantera. Sin embargo, el significado del club va más allá de los límites geográficos de Euskadi. Es el quinto equipo más seguido en el Estado español y tiene peñas por todo el mundo.

La tesis muestra que las vinculaciones al Athletic Bilbao vienen marcadas por un modelo tradicional, en el que los clubes actúan como representantes de su entorno, combinado con una apreciación de lo propio como baluarte frente a las lógicas mercantiles que imperan en el fútbol moderno. Consecuentemente, la identidad del Athletic Bilbao se encuentra marcada por una transversalidad de interpretaciones que los aficionados destacarán en función del momento y las circunstancias.

Aceptar el momento y las circunstancias supone evitar un decaimiento moral como el producido tras la última Copa y mantener la adhesión a los colores. Este Club nunca ha sido un club de interiorización de un resultado concreto, sino de un vínculo permanente a unos colores, una filosofía, un modelo que nos diferencia de los demás.

La filosofía se rige por el principio que determina que pueden jugar en sus filas los jugadores que se han hecho en la propia cantera y los formados en clubes de Euskal Herria, que engloba a las siguientes demarcaciones territoriales: Bizkaia, Gipuzkoa,

Araba, Nafarroa, Lapurdi, Zuberoa y Nafarroa Behera, así como, por supuesto, los jugadores y jugadoras que hayan nacido en alguna de ellas.

La aplicación de esta filosofía se remonta a 1919 y se mantiene vigente pese a los cambios vividos por este deporte con el paso de los años: profesionalización, globalización, mercantilización€ En este contexto de transformaciones resalta la brecha espacio-tiempo del último cuarto de la centuria pasada, como apunta Richard Giulianotti (1999), en el que las antiguas fronteras entre lo local, lo regional, lo nacional y lo global se han visto derrumbadas. Como consecuencia, se han debilitado los vínculos entre los clubes y sus comunidades locales llegando a su deslocalización. Este no es el caso del Athletic.

En todo caso, tampoco se trata de atribuir a un club de fútbol una dimensión casi metafísica; es eso, un club de fútbol. Todos provocan una gran adhesión de numerosos ciudadanos, no en vano es el deporte mayoritario por excelencia y a través de la práctica del fútbol se producen heterogéneas catarsis de múltiples problemas. El Athletic tiene algo más, su afición no le obliga a obtener grandes resultados que en los denominados grandes clubs, que solo lo son por su presupuesto y por la atención mediática que generan a través de una bastarda interacción de intereses económicos, tienen que obtener resultados, tienen prácticamente que ganar siempre para evitar efectos desestabilizadores, sociales e incluso políticos. Lo que los aficionados del Athletic piden es esfuerzo y dedicación a sus jugadores y el Athletic actúa con reciprocidad.

Pero sin recurrir a la metafísica, la academia sí ha reparado en las características del Athletic desde varias perspectivas. Sobre la(s) identidad(es) del Athletic han girado alrededor de tres puntos principales, aunque de manera inconexa y poco interrelacionada: a) como representante nacionalista, bien vasco bien español (Rojo-Labaien, 2013; Walton, 2011; Ball, 2010; MacClancy, 2007, 2003); b) como símbolo de Bizkaia (Rodrigálvarez, 2014; Vaczi, 2011; Agiriano, 2010; Unzueta, 1999) y c) como movimiento de resistencia frente al fútbol moderno (Groves, 2011; Castillo, 2007a, 2007b).

El fútbol no es una práctica deportiva aislada del contexto social y político donde se desarrolla. Con frecuencia, ha sido sometido a una utilización política por parte del poder establecido, reproduciendo así los valores sociales dominantes. No obstante, también encontramos la vertiente contraria, casos en los que el fútbol se ha convertido en una herramienta de lucha contra el poder hegemónico. En el Estado español, el Athletic siempre se ha erigido en un contravalor, en su día de la "España imperial franquista" y hoy del fútbol absolutamente mercantilizado y constituido por profesionales ajenos al valor de un modelo, de unos colores y de un territorio.

Por eso este artículo, casi parafraseando a Erasmo de Rotterdam, se titula Elogio del forofo. Quien esto escribe es socio del Alavés, lo que le imprime una cierta neutralidad. Pero el forofo siempre está con su equipo, aunque no le guste el fútbol, le gusta lo que su equipo simboliza.

El deporte forma parte de lo que llamamos cultura definida como el sistema de creencias y valores, costumbres, conductas y artefactos compartidos que los miembros de una sociedad usan en interacción con ellos mismos y su mundo y que son transmitidos a través del aprendizaje. La cultura, pues, se compone tanto de elementos tangibles (objetos, obras, tecnologías...) como intangibles (creencias, ideas, valores...), elementos que se aprenden y que están en constante revisión. El binomio sociedad-cultura es indisociable, si bien la sociedad es un concepto más amplio. Ambas tienen a su vez una relación íntima con el propio hombre, ya que la sociedad a través del proceso de socialización permite que este adquiera una serie de pautas culturales determinadas, pero manifestadas a través de su propia personalidad. No obstante, todo este proceso es dinámico, cambiante tanto en uno como en otro sentido.

La reflexión anterior parece concebida para el Athletic y su manifestación a través de una personalidad colectiva. Una de mis hijas me comentó que el Athletic es como una familia, ellos se consideran como una cuadrilla de amigos. Espero que sea verdad, lo que me consta es que no es verdad en los que se denominan grandes clubs de fútbol.