El resultado, también previsible: los cuatro días han constituido una larga noche sin altibajos, de ritmo monocromo y uniforme, sin sorpresas y de tono extraordinariamente moderado. Un debate teatralizado. La última noche, deliberadamente el más dócil de todos los crepúsculos, fue diseñada a la medida del candidato en un esfuerzo por dejar brillar a Biden que, como los planetas, carece de la energía y la luz propia de las estrellas. Estoy de acuerdo con Gail Collins, columnista de opinión del New York Times, cuando dijo que el discurso de Biden fue bueno porque, admitámoslo, todos estábamos preocupados. Biden superó las expectativas y eso era todo lo que tenía que hacer. Su discurso, una visión desapasionada pero empática ha sido, en opinión de demasiados columnistas, el mejor de su carrera.

Todo el decorado ha sido orquestado para retratar al binomio Joe Biden-Kamala Harris como la antítesis del líder venal y vanidoso que actualmente ocupa la Casa Blanca. No obstante, tal como afirmó uno de los cronistas del discurso de Biden, nos enfrentamos a algo más relevante que el sufrimiento de Joe. En palabras de Héctor Tobar, profesor de la Universidad de California-Irvine, millones de nosotros podemos ahora recitar de memoria los detalles de su notable biografía familiar, pero el partido y la sociedad necesitan políticas concretas y polémicas para dar forma a un mundo pos-Trump. Coincido con Daniel McCarthy, editor de Modern Age, en que el énfasis excesivo en la familia del nominado en la última noche de la convención hizo que pareciera que Biden se postulaba para abuelo antes que para presidente.

Es cierto que al aceptar la nominación presidencial Biden también hizo promesas programáticas concretas pero la mayor parte de las mismas son préstamos más o menos azucarados del programa político de Bernie Sanders: proteger la atención médica -evitando mencionar las palabras seguridad social y universal-, una política fiscal más justa -evitando mencionar una subida de impuestos- e invertir en energía renovable para abordar el cambio climático y crear empleos -evitando hacer referencia a políticas transnacionales de cooperación a escala mundial-. En líneas generales, Biden se ha limitado a subrayar los fracasos de las políticas de Trump en estas áreas, un recurso acaso más electoral y sumamente más fácil de digerir pero menos maduro. Todo ello obliga a darle la razón a Doug Schoen, analista de la Fox -y es la tercera vez que doy la razón a un comentarista republicano- cuando afirmaba que la convención ha sido en gran medida una acción defensiva.

Por otro lado, en un intenso y deliberado esfuerzo por ganar votos del ámbito más conservador del electorado, tanto el propio Biden como el senador Coons hablaron sobre la importancia que la fe católica, la tradición y los valores familiares tienen para el candidato. Este tema fue el centro del escenario, lo cual sin duda conmoverá a muchos votantes pero también extrañará a aquellos que recelen de los candidatos a los que Dios habla al oído. En esta misma línea, Biden hizo repetidas menciones a la patria, la bandera, sus colores y las tropas, subrayando que no solo los conservadores tienen derecho a ser patriotas. Biden incluso ha logrado el apoyo del antiguo secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, quien afirmó que "nuestro país necesita un comandante en jefe que se encargue de nuestras tropas de la misma manera que lo haría con su propia familia€ Un candidato capaz de restaurar el liderazgo de Estados Unidos en el mundo". Y estas palabras no dejan de tener un fuerte deje a George Bush. Pete Buttigieg supo poner un punto de orden al mencionar que los soldados estadounidenses arriesgan sus vidas por los Estados Unidos "no porque es el país en el que viven, sino porque es un país en el que creen", insistiendo en que son las ideas de justicia social, derechos humanos, igualdad y equidad los valores que deben de ser defendidos, y no otros.

El Partido Demócrata presentó su lado más activista -al que por alguna razón se ha apellidado radical- al inicio de la semana, a través de los discursos de los líderes progresistas. En opinión de David Brooks, del New York Times, algunas personas hablan desde lo más profundo, y otras desde aguas poco profundas. En esta convención no han sido las palabras e ideas de los primeros las que han propiciado la línea de aplausos oficial del partido, pero han aguantado el envite y han sabido dar un voto de confianza a Biden y su equipo. Entre estos se sitúan Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Tammy Baldwin y Cory Booker, entre otros.

Sanders, probablemente la figura más icónica del ala progresista del actual Partido Demócrata, ha afirmado que "en respuesta a las crisis sin precedentes que nos enfrentamos, necesitamos una respuesta sin precedentes: un movimiento como nunca antes de personas que estén preparadas para levantarse y luchar por la democracia y la integridad". En esta misma línea, Elizabeth Warren ha afirmado que al igual que invertimos en la construcción de infraestructuras como nuevos sistemas y vías de comunicación, es hora de reconocer que el cuidado de las personas, la educación y la sanidad, son un constituyente básico de la infraestructura de un país. El plan de asistencia médica universal de Sanders transcendió asimismo en el contexto de las referencias al covid-19. La pandemia ha afectado a más de 5,5 millones de ciudadanos, ha matado a más de 173.000 y se ha llevado millones de puestos de trabajo ha dicho Biden, y ha dejado que sea Kristin Urquiza quien leyera el obituario de su padre e hiciera una defensa efectiva y más radical del plan de salud de Sanders. Urquiza afirmó que su padre votó por Trump. "Mi padre tenía 65 años y estaba sano. Su única condición preexistente era confiar en Donald Trump, y lo pagó con su vida€ El coronavirus ha dejado claro que hay dos Américas; la América en la que vive Donald Trump y la América en la que murió mi padre".

Las ideas de Sanders han empapado el conjunto de los discursos de la convención porque, al margen de los ya citados temas, ha liderado algunos de los puntos más críticos de la agenda política actual. Sus ideas se han evocado, sí, pero se han enumerado sin mencionar a su autor en aras de la circunspección. Muchos de nosotros esperábamos algo más. Esperábamos un programa con preguntas, respuestas y agendas dinámicas, algo más emprendedor que limitarse a afirmar que la administración Trump es un vergonzoso desastre. Esperamos más desde que la elección de Obama abriera la posibilidad de nuevas formas de hacer política, nuevas ideas y nuevos retos, mucho más allá de las caras, razas y géneros de los miembros de la parte superior de la lista presidencial. Pero durante estas cuatro noches hemos lamentado muchas carencias y más de una laguna. Tal vez podíamos haber conmemorado el centenario del sufragio femenino de otra manera.

Hilary Clinton aseguraba que estas no pueden ser de nuevo las elecciones del "podría haber sido" o "debería haber sido", pero se ha repetido la misma estrategia de hace cuatro años que tan deficientes resultados aportó. Ha hecho referencia a los tres millones de votos de más que obtuvo sobre Trump pero se le ha olvidado hacer referencia a los votos de los superdelegados que le dieron la victoria sobre Sanders en las primarias. En las primarias de 2016 el establishment impuso la praxis de la moderación y el electoralismo sobre el activismo y a la agenda política de Sander, tildado de radical. Se ha pagado con creces aquella intriga política y ahora se travesea con el mismo juego y, espero equivocarme, el resultado puede muy bien ser el mismo.

Es poco probable que Biden vea una sacudida a su favor en las encuestas después de estos días de comedimiento y etiqueta. Lo más que se puede esperar es que mantenga su ventaja sobre Trump que, sin duda, es exactamente lo que los organizadores de la convención esperaban lograr. Muchos de nosotros esperábamos más. Esperábamos que la convención aspirara a aumentar las distancias con respecto a Trump y también a marcar una nueva línea política. Las elecciones se pueden ganar sin programa, pero lo que se cosecha es del todo incoloro. Y todo esto resulta aún más extraño cuando el lema de la campaña es Restore the soul of this nation, algo que difícilmente se puede lograr pasivamente. No queremos un sustituto al actual habitante de la Casa Blanca por ser quien es sino porque representa lo que representa. No votamos por una cara sino por un programa, no queremos un cambio de persona sino de política.

Muchos votantes apostarán por Biden con la convicción de que algunos puntos del programa de Sanders se filtren en su línea política y realmente se pueda gozar de mucho más que de un cambio de gobierno y de un cambio de atmósfera política. El voto se decantará por una regeneración porque necesitamos la efervescencia y la convulsión propias de una revolución democrática.

Profesor y director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, Reno.