UAN Gorriti es un artista iluminado con luz de luna. Pinta con los colores furiosos de su imaginación vacas azules, guitarras y carneros llenos de sortilegios. La madera en sus manos es plastilina que se retuerce blanda hasta adaptarse a la fantasía enfebrecida de sus sueños. Es un sabio que pasa por loco pero, como dijo un alemán en su última exposición en la Selva Negra, tiene una inteligencia salvaje porque no pertenece a nadie.

Gorriti es mi amigo. Cuándo hablo con él, se para el tiempo. Los relojes dejan de marcar los minutos. Hoy, para Gorriti, lo que más importa son los patos. Tenía cinco y se han ido. En esta mañana de julio, mientras hablamos, tiene los pies en el agua y me dice que por obediencia no ha salido del valle.

Los tres meses de encierro ha seguido en su casa, pintando y exponiendo en su galería, que tiene por techo el azul infinito del cielo y de paredes, las montañas de Aralar que le rodean. Durante el confinamiento, noventa días, ha tenido emocionados a niños de todo el mundo dibujando lo que sentían dentro de este largo encierro. Han participado cientos de niños de América, Ucrania, Italia y otros países, con gran número de vascos. ¡Qué maravilla de dibujos! Si todos los niños del mundo se abrazaran -me dice-, nacería la libertad en colores. Cada semana elegía uno entre los recibidos y el premio era un original de Gorriti. La web la organizó su amigo Gorka y con todos los dibujos piensan que sería bonito hacer un libro. Otro libro de los muchos dedicados a Gorriti por tantas instituciones culturales y gubernamentales. Ha expuesto en Londres, Gales, la Selva Negra, Ámsterdam€ "Para mí, ahora, lo más interesante son los patos. Me preocupa que estén en el estómago de algún desaprensivo. Me siento como un árbol herido. Me han hecho un libro precioso. El libro es muy bonito -sin duda, con mucho cariño-, lo han preparado filósofas y psicólogas importantes, pero yo allí no estoy, me faltan las raíces y no entiendo nada. Las psicólogas querían regalarme un teléfono mejor, creo que se llamaba iPhone, pero yo no quiero. Ellas me pedían que sacara fotos y les mandara lo que dibujo, pero no sirvo. Y no me entienden. Los niños, sí."

Se queda un rato en silencio y, como hablando consigo mismo, me dice que estos días de confinamiento se ha acordado mucho de unos curas que estuvieron en su casa hace muchos, muchos años. Ellos tenían, como él, raíces, y se entendían. "Era un tiempo difícil, nos habían privado de la comunicación, de la palabra, y sufrimos. Y entonces nos hablamos en un lenguaje de familia, como el que yo había hablado con mis nueve hermanos. Teníamos las raíces apretadas a la tierra, igual que los árboles que se abrazan por las raíces. Aquellos sacerdotes, como yo, habían crecido dentro de la obediencia, somos una generación madurada en la obediencia. Recuerdo los eternos rosarios diarios de mi madre cuando éramos pequeños y nos dormíamos en un run run de avemarías. Pues a uno de aquellos sacerdotes, al que tampoco entendieron fuera de nuestra tierra, creo que se apellidaba Ellacuria, le asesinaron".

"Mi hijo Juan lleva cuatro años en África, tiene un amigo de Senegal que tardó diecisiete meses en llegar a Barcelona. Habían salido muchos en una patera, pero solo llegaron vivos tres. Ahora ha fundado con él una organización para que los africanos no se marchen de su tierra. África es rica. Y deben quedarse. No pueden perder sus raíces. Pienso que sus raíces son como nuestras raíces, un conjunto de vivencias que han crecido gracias a la gran compañía de la necesidad. Nosotros no teníamos nada, los rosarios de mi madre, su cariño€"

"Dicen que un chino se comió un murciélago y vino el virus para todo el mundo. ¿Tú crees que eso es posible? Es la contaminación, el poco amor a la naturaleza€ Aunque, hay algo raro en los chinos, mi hijo me cuenta que también se han metido en África y que tiene miedo€ Yo tenía miedo a la maestra de mi escuela. No tengo buen recuerdo de la escuela. Doña Vicenta siempre me castigaba. De todo lo que pasaba tenía la culpa Juanito. La maestra tenía un lorito que siempre llevaba y yo un tiragomas en el bolsillo. Y di al lorito en la cabeza y se murió. Doña Vicenta lloraba ¿Quién ha sido -repetía en la escuela- quién? Todos callaban hasta que uno, Feliciano Zúñiga, dijo que era Juanito, el hijo del guardabosques. Salté por la ventana y no volví a clase. ¡Cuánto he sufrido recordando que maté a aquel lorito y a tantos pajarillos inofensivos cuando era chaval! Quizás por eso, ahora, pinto pájaros y tengo el porche de mi casa lleno de nidos y, cuando me ven, me rodean en un murmullo de plumas y yo me siento pájaro como ellos, les habló y me entienden. Esa es mi universidad. Mis recuerdos. Nadie ha podido encerrarme. Si ni siquiera podía mi madre, ¿quién lo va a hacer ahora que he cumplido 78 años? Un alemán me dijo en la última exposición que hice en Alemania que tenía una inteligencia salvaje. Es porque yo no pertenezco a nadie".

"Lo más interesante de mi vida, me lo han dado las cabras. En una de mis muchas experiencias -como okupa de la naturaleza, en el monte- estaba pintando una tela enorme con los niños. Teníamos botes de pintura de todos los colores y, con mi silbido particular, llamé a las cabras. Y las 62 cabras entraron en el cuadro, se pasearon por la tela y salieron con las patas amarillas, rojas y azules. El cuadro quedó precioso y ellas guapísimas. Con los niños, lo bajamos al frontón para exponerlo. He necesitado tener 78 años, para saber lo bien que pintan las cabras y yo, conseguir pintar como una cabra.

Soy naturaleza, mis obras no pueden estar encerradas, sufren. Me pasa como a Henry Moore cuando hacía sus espacios vacíos, sus formas onduladas, se inspiraba en los paisajes de su Yorkshire natal. Es grandioso. En El pastor de Creta, si movía la mano de piedra de su escultura, acogía a toda la tierra que le rodeaba. Sus raíces. Yo, como él, a veces pongo títulos a mis obras, otras no. Moore decía que dar a una escultura o un dibujo un título demasiado explícito se lleva parte del misterio. Hay que enseñar a mirar. Yo no entiendo ni quiero. El tiempo no es mío, es de todos. El tiempo es un gran escultor y, ahora, nos está haciendo sufrir.

Ayer, una vecina me trajo un pastel y, desde el balcón le pregunté: "¿Traes mascarilla?". Negó con la cabeza. Yo me encogí de hombros y le conté cosas para que se riera y no se enfadara conmigo porque se iba a llevar el postre de vuelta a su casa. Sin mascarilla, no se puede entrar. Y se fue tranquila, creo que me entendió. Aquí, en el monte, es más difícil obedecer... ¡Carmen, han vuelto tres de los patos, pitos, pitos, estoy hablando con Carmen, por eso habéis venido!"

- "Gorriti, te noto sofocado".

- "Estoy subiendo a casa corriendo para coger maíz y darles de comer. A saber qué se han metido en el cuerpo estos días. Qué alegría más grande. Voy a colgar. Te llamaré otro día tengo que ocuparme de estos tres patos que han vuelto. ¡Qué feliz soy!".

* Periodista y escritora