N los aforismos, las sentencias o los dichos, todo tiene un sentido lógico. En el teatro de la antigua Grecia, Sófocles, Eurípides o Esquilo utilizaron una fórmula singular para volcar el devenir de una trama. Y es que mientras el público confiaba en un desenlace normalizado de la historia interpretada, aparecía por sorpresa una deidad y resolvía de un plumazo el argumento. Helios, Afrodita y cualquier otra divinidad del Olimpo se incorporaban a la escena por medio de una grúa o aparato mecánico que ponía en evidencia su carácter sobrenatural. De ahí que esta técnica teatral se denominara apòm?chan?stheós, que trasladada a locución latina se convertiría en Deus ex machina. De forma literal "el dios desde la máquina-grúa, etc."

Desde entonces se ha utilizado esta fórmula para identificar cuando alguien confía en que determinados problemas se resuelvan por designio divino. Es decir, de bóbilis- bóbilis

Cada vez que alguien justifica una determinada posición poniendo el nombre de Dios encima de la mesa me pongo a temblar porque las ocasiones en las que se ha pretendido convertir al Creador o a la religión en un elemento con soporte jurídico-político, la cosa ha funcionado mal. La fe, las creencias, forman parte de los sentimientos, del acervo pasional de los individuos, nunca del poder establecido. Y vincular la gestión de la realidad con posiciones dogmáticas de creencia suele ser sinónimo de una falta de respuesta racional a las circunstancias, al tiempo que un intento indisimulado de imponer algo por la fuerza de la fe.

Las personas vemos a Dios de una manera diferente. Unos ni tan siquiera lo ven. Otros creen en un ser con superpoderes, como un personaje de Marvel. Los más, lo interpretan como la entidad sobre la que giran todas sus creencias religiosas y morales. Lo cierto es que en las religiones monoteístas y politeístas se viene a identificar a la figura de "Dios" como un ser sobrenatural al que se le rinde culto por tener todo el poder sobre todo lo que nos rodea. En él se encuentra el misterio de la vida y en sus manos, el destino de los seres humanos. Deus ex machina.

Cada cultura tiene su imagen, su liturgia y sus principios filosóficos de vida. Para los que hemos crecido en la tradición judeo-cristiana, la figura de Dios es sumamente poliédrica y complicada, empezando por el dogma de "uno y trino". Además, los valores sobre los que se ha sustentado su autoridad difieren según el momento o la fuente que lo presente. El Jehová del Antiguo Testamento nada tiene que ver con el Dios misericordioso del Cristo resucitado.

El Dios de la Biblia, a mi juicio, posee una personalidad un tanto desconcertante. Tan pronto crea el universo y da a Adán y Eva la capacidad de vivir felices en el paraíso, como de expulsarlos del edén por caer en la tentación y comer una manzana inicialmente prohibida. Pasamos del "¡creced y multiplicaos!" a la orden imperativa de "¡a currar!", sin solución de continuidad.

Por seguir con la Biblia, el mismo Yahvé obsequió a Abraham con tener descendencia en edad viejuna para, más adelante, exigirle que matara a su hijo en sacrificio como muestra de fidelidad. Menos mal que, en el último momento, cambió de criterio y cuando el cuchillo estaba en lo alto para asestar el golpe mortal, paró el rito diciendo que todo había sido una prueba. Como de "susto o muerte". Abraham no perdió a su vástago pero casi palma del susto.

Lo mismo puede decirse de Moisés. Para mí, Moisés es el personaje del Antiguo Testamento que mejor conoce la multifaceta de Dios y que más sufrió su ira. Primero Dios le salvó de morir ahogado en las aguas del Nilo. Le dio una vida cómoda junto al faraón para, más tarde, enfrentarse a él liderando la liberación de su pueblo, el "pueblo de Dios" a quien debía conducir a la tierra prometida. Pero la tarea no fue fácil, ya que Jehová tuvo a Moisés dando vueltas por el desierto cuarenta años. Cuarenta años, que se dice pronto, comiendo maná y vagando de un sitio para otro sin llegar a la meta. No contento con esto, ya en edad anciana, le hizo subir hasta la cima de una montaña para, transfigurado en zarza ardiente, darle allí los diez mandamientos esculpidos en piedra. Un poco puñetero, ¿no? ¿Hacerle subir hasta la cima del monte -a su edad- para bajar después cargado con dos pedruscos?

Pobre Moisés. Tantas idas y venidas, tanto atravesar corriendo el mar Rojo, para, al final, cuando llegaba a su destino, morir castigado a las puertas de la "tierra prometida".

Por el contrario, el Dios del Nuevo Testamento se presenta diferente. Humaniza su figura y manda a su hijo a redimir a los mortales. Los judíos, que en las escrituras de la Biblia habían padecido la autoridad de Yahvé, se cebaron con el Mesías y le provocaron un bullying que le llevó a ser crucificado. Ojo por ojo. Por Abraham, por Moisés y hasta por el sufrimiento de los siete hermanos macabeos. Kaifás, Anás y los sumos sacerdotes del sanedrín dictaminaron la muerte de Jesús, mientras Poncio Pilatos se lavaba las manos (habría sido el único en no infectarse con el coronavirus). Cuentan que Cristo resucitó al tercer día dando a la humanidad la oportunidad de reconciliarse con el Creador. Y la imagen de un Dios conciliador, amante de los pobres, de los perseguidos, de los desaventurados fue remodelándose por quienes fundaron un club de fans que reseteó la imagen y el concepto de la divinidad al servicio de una organización que ha sobrevivido hasta nuestros días tras más de dos mil años de historia.

Hemos conocido la imagen de Dios con barba y sin ella. Con rasgos musculados o semblante frágil. Senil o púber. Superestar o asceta. Reflejos de los cánones de belleza de cada época. Su mención siempre, o casi siempre, es vana. Se utiliza su nombre como signo de certeza, de verdad, pero también los hay quienes lo hacen como amenaza.

Ver a Donald Trump con una biblia en la mano, significando que su alocada política obedece a la "palabra de Dios", es todo un símbolo de los malos momentos que aguardan a este mundo. Lo irracional, la superchería, la falsa verdad impone su infausta actualidad en unos tiempos líquidos en los que se comunica a golpe de tuit y se demoniza a la discrepancia. El pensamiento vuelve al maniqueísmo, al bien y el mal, y en ese horizonte de falso simplismo comienzan a justificarse por algunos los males que nos aquejan como un castigo divino.

Parece olvidarse la cita de al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Es más fácil exigir el milagro que afrontar las dificultades con el esfuerzo de cada cual. Es más cómodo reclamar respuestas que producirlas. Es más sencillo hablar que trabajar, que arrimar el hombro, y la realidad demuestra que en nuestro país, en Euskadi, hay mucho hablador. Mucho protagonista reivindicativo. Generadores del hayque (hay que hacer esto o hay que hacer lo otro). Líderes de la exigencia y censores de cuentas ajenas.

Son los que encabezan siempre la manifestación. Los que reclaman derechos y se olvidan de sus deberes. Los que nunca son responsables de nada.

No olvidamos fácilmente, en tiempos tan complicados como los actuales, su acusación dolosa de que los nacionalistas del PNV defendíamos al capital en contra de la salud. Que la vida de las personas nos importaba poco. Sería bueno recuperar las barbaridades que dijeron y propusieron incentivando la alarma pública. Afortunadamente, sus pretensiones de cerrar la actividad económica, de provocar el colapso productivo, no se llevaron a cabo. Afortunadamente, no tuvieron capacidad de gestión, para llevar adelante aquella locura. Porque, de haberlo hecho, hoy Euskadi sería un desierto industrial. Además, la realidad ha demostrado que salud y empleo pueden conjugarse conjuntamente, como nosotros también decíamos.

Aun así, el bache económico y su repercusión en el empleo y en la estabilidad de miles de familias vascas va a ser notable. Lo vamos a pasar mal. Pero debemos seguir empujando, creando, haciendo, para revertir la situación. Con el esfuerzo de todos. Con la responsabilidad de las instituciones. Con el compromiso compartido de un gobierno, de unas diputaciones y de los ayuntamientos. Todos remando en la misma dirección; volver a poner en pie a este país. No esperemos soluciones mágicas que despejen el horizonte. Ni hagamos caso a los repetidos salmos de los profetas de siempre. De quienes lo criticarán todo. Y lo reclamarán todo. Deus ex machina.

* Miembro del EBB de EAJ-PNV