N el tiempo obligado del paseo, nos miramos, adelantamos las manos y las dejamos caer a lo largo del cuerpo, porque aún no nos podemos abrazar, somos extraños al amor y deseosos de amor. Queremos gritar "abrázame". Echamos de menos los abrazos. Esos abrazos prietos, de verdad. El reencuentro querido envuelto en los brazos. Hasta los abrazos nos han robado como ladrones de noche sin luna. Ignorábamos que esta ternura, ese gesto tan rutinario y, a veces, inexpresivo, iba a significar tanto para nosotros. Queremos volver a querernos.

Después de tantos días encerrados, se han anquilosado las piernas, andamos como robots sin expresión, temerosos, asustados, porque igual nos ponen una multa. Así, arrastrando los pasos, nos recogemos antes de tiempo. Parecemos indolentes muñecos de trapo. Una vez terminado el teletrabajo, ese invento que conocíamos tan poco, nos sentamos derrotados frente al televisor y vemos películas, series, noticias. Todo, con ese bicho detrás, como si fuera una nube de mal agüero que llega de otro planeta para quitarnos la calma. Me pregunto por qué no pondrán otro panel de fondo, con campos de amapolas para podernos imaginar que terminamos mayo sin haber conocido mayo. Dicen que pronto nos podremos reunir con amigos, no muchos, y sin abrazos. Lo dicen y lo desdicen al día siguiente.

Me contaba Edu Oyarzabal, compañero de DEIA, que días antes de la pandemia tuvieron una cena de antiguos alumnos de curso. Se empezaba a hablar de China como un caso aislado; ya se sabe, los chinos son gregarios y exagerados. Con sonrisas, se comentaban las medidas que se estaban tomando, apresurados hospitales prefabricados que construían como hormiguitas por algo parecido a una gripe. No era una gripe, era un virus extraño que se cernía sobre el país asiático como una maldición. Una maldición que entonces nadie creyó. Entre los amigos, estaba el traumatólogo Mikel Luzuriaga. Estuvo silencioso durante la celebración, pero a los postres rompió el mutismo. "Pues ese virus vendrá -dijo- y nos cogerá sin preparación. Tengo la sensación de que vamos a limpiar Chernóbil en pelotas. Los hospitales no están preparados. No hay mascarillas sanitarias para todos, ni guantes y ropa apropiada para atender al aluvión de enfermos que viene. Aún la información es reducida, pero yo os aconsejo que aisléis a vuestras familias. No es una broma. Hay que tomarlo en serio. En Italia empieza a haber casos aislados y hay veces que se tiene que elegir salvar a un accidentado de tráfico grave o atender a un enfermo de coronavirus". Las palabras del Dr. Luzuriaga parecían una profecía macabra de Stephen King. Gracias a aquel anuncio, en la fábrica de zapatos Callaghan dejaron pendientes los pedidos y empezaron a coser material sanitario. Pequeñas y grandes empresas de La Rioja les imitaron y se reciclaron. Fueron los primeros en poder abastecer a clínicas y hospitales con ropa desechable, guantes y mascarillas. Fue el primer reciclaje de grandes empresas que se volcaron en la sanidad. Pero no fue suficiente. En esta pandemia hemos vivido de todo, hasta nos han engañado los mismos chinos vendiéndonos material inservible. Ha nacido la nueva picaresca de la necesidad. Variaciones de precios para un mismo producto; hasta los ladrones han mejorado sus tácticas de robo, disfrazándose de falsos enfermeros para realizar las pruebas del coronavirus a domicilio por precios desorbitados. También simulan ser agentes bancarios que piden datos secretos de cuentas, para bolsas de alimentos para enfermos del coronavirus.

La mayoría de los habitantes de este mundo que nos ha dominado por sorpresa han comido demasiado por la ansiedad y la depresión. Han perdido la línea y, con la línea, la ilusión de estar más guapos y atractivos en el trabajo (generalmente desde casa). En algunas reuniones de videollamadas, los asistentes aparecían en sus hogares en pijama o chándal desconjuntado. Es como si el virus se hubiera llevado también la disciplina de la buena educación y la dignidad.

Hemos perdido parte (o una mayoría) de las ilusiones que teníamos a corto plazo. Este tiempo sin tiempo se ha llevado los proyectos que soñábamos. Pero se terminará y en los paseos no habrá multitud dándose codazos para andar, ni se reunirán los amigos a escondidas en los bancos del parque, ni los jóvenes harán botellón€ Por favor, ahora no. Pronto sí será posible, pero nos piden un poquito más de clama, solo un poquito. Después de tantos meses de encierro, unos días no son nada. Y en esos día podemos evitar nuevos contagios.

Las revistas de moda, mi punto débil, me han emocionado. En sus portadas no hay supermodelos deslumbrantes. Los artistas han pintado sus sensaciones. Vogue dice, con un cielo azul de fondo, que nunca estar tan lejos nos hizo estar tan cerca. Es un estado de esperanza. El director ejecutivo mundial cuenta que: "El cielo ha servido como metáfora en la portada de Vogue en tiempos convulsos, como las publicadas tras sendas guerras mundiales. Por ello, ese tono azul, con pájaros y nubes, es el elemento de esta excepcional portada que constituye un hito en nuestra historia: por primera vez desde nuestro nacimiento en 1988, nuestra mayor carta de presentación es una ilustración, no una fotografía. En esta imagen, que condensa el significado de nuestros tiempos, el ilustrador Ignasi Monreal, retrata la extraña sensación de esperar desde una ventana. Un balcón de espera, como antídoto a la incertidumbre. Porque, a veces, la distancia puede servir para darnos cuenta de que estábamos mucho más cerca de lo que pensábamos". La artista Malika Favre ilustra la portada de Bussines Vogue. Una mujer tocando un violín en tonos azules frente a ventanas abiertas donde un saxofonista, una violonchelista y un flautista le acompañan, también desde sus ventanas. Es el reflejo del sentimiento evocador de comunidad que nos ha acompañado durante estas semanas.

Vanity Fair escribe en naranja sobre negro que es tiempo de héroes. Con un abrazo sin terminar, el artista Emiliano Ponzi, expresa que "todo llega para el que sabe esperar". Elle, con una composición de caras que se encuentran del artista Coco Dável, espera que todo saldrá bien y volverán los abrazos. "Son momentos muy especiales y las prioridades han cambiado. Hoy, más que nunca estamos contigo, y nos queda todo lo que hemos aprendido". Al fondo de un mar azul añil, se dibuja un arco iris.

Todo saldrá bien. Sí, volverán los abrazos.

* Periodista y escritora