L pasado miércoles nos acostamos siendo conocedores del acuerdo que habían alcanzado EH Bildu, Podemos y el Partido Socialista en relación a la derogación de la reforma laboral. Controversias a un lado y sin ningún afán de crítica oculta, creo obligado felicitar a los muñidores de tal compromiso. Todo lo que sea bueno para Euskadi debe ser bienvenido. Con esa filosofía de defender los intereses de este país en Madrid otros trabajamos desde hace tiempo (más de un siglo) y nuestra acción política siempre ha buscado lo mejor para Euskadi. Por eso, cualquier avance logrado que redunde en el bienestar de nuestra ciudadanía debe ser reconocida. Sin doblez ni cautelas.

Esperemos que el giro copernicano dado por quienes tenían como cometido derribar el enemigo Estado español y ahora colaboran en su reforma sea duradero y que el “posibilismo” pragmático ahora puesto en práctica les permita asumir igualmente que también otros trabajan en Madrid para mejorar el bienestar de los vascos e incrementar las capacidades de autogobierno de Euskadi (algo que esperemos se concrete en poco tiempo).

Confiemos, por lo tanto, en que la buena noticia aportada como consecuencia de la negociación de la prórroga del estado de alarma y de la magnífica sintonía que parecen compartir en estos momentos Arnaldo Otegi y Pablo Iglesias no sea flor de un día. Ni un movimiento de agitación y propaganda . Ni una “acumulación de fuerzas” instrumental.

Nada de lo que tenga que ver con la “izquierda patriótica” causa ya extrañeza. Su ductilidad para hacer una cosa y la contraria, para convertir la acción política en un ejercicio permanente de táctica, no engaña a nadie. Ni causa sorpresa. Tan pronto explota su perfil más pragmático negociando y consensuando en Madrid que retrocede a posiciones numantinas en relación a la defensa de derechos básicos y elementales de la ciudadanía en Euskadi. A un tiempo dice tender la mano para “reconstruir” el país y, en paralelo, sacude mandobles acusando a sus adversarios políticos (especialmente al PNV) de no ejercitar la democracia y de actuar por intereses espurios.

La secuencia de actos salvajes y de sabotaje provocados la pasada semana contra mobiliario público, sedes de partidos políticos y hasta la vivienda particular de dirigentes del partido socialista nos retrotrajo, por desgracia, a tiempos pasados en los que la “izquierda patriótica” asumió aquel principio de “socializar el sufrimiento”. Tiempos oscuros de terror, de intolerancia y de miseria moral.

Pese a todo, pensábamos que con la experiencia del camino recorrido, cualquier barbaridad asimilable a aquella injustificable actividad violenta sería argumentalmente rechazada, condenada y repudiada de manera inmediata y sin sombra de sospecha por todos.

Cuán equivocados estábamos. Ha bastado un primer brote de violencia nostálgica para que los representantes de la hoy nueva “izquierda independentista” hayan dado un paso atrás e impedido una defensa unánime en diversas instituciones de las libertades básicas que asisten a personas y organizaciones.

La cuestión va más allá de un problema de léxico, de imposición de relato o de diferente interpretación de la realidad. El politólogo e insigne defensor de la actual doctrina de la “izquierda patriótica”, Mario Zubiaga, afirmaba en su cuenta de Twitter que “vamos a ver si nos dejamos de memeces: lanzar pintura no es violencia. El término condena expresa un juicio farisaico parcial que impide el debate integral acerca de cuál es la violencia éticamente justificable. ¿La que se prepara cuando se gastan 2.100 millones en tanques?”.

Como se ve, la discrepancia sobrepasa lo anecdótico. Y es que el muro levantado por EH Bildu, Sortu, etc., en relación a su pasado es tan infranqueable para ellos mismos que les impide cualquier avance. El significado de determinados términos, alzados como límites totémicos, se llevó por delante el intento de acuerdo entre el PNV y EH Bildu en materia de paz y convivencia. Tras meses de conversaciones, el acuerdo fracasó, simplemente, por un escollo de vocabulario, convertido en barrera infranqueable para los herederos de Batasuna; el término “injusto” vinculado al daño provocado por la violencia. El inmovilismo se llevó por delante aquel intento bienintencionado de Hasier Arraiz, eliminado de la escena por el Saturno devorador de sus propios vástagos.

El mismo obstáculo acabó con el consenso y los avances de la Ponencia de Memoria y Convivencia, con Julen Arzuaga enrocado en no reconocer la injusticia de una actividad armada que había dejado tras de sí a centenares de víctimas. ETA se había acabado, sí; pero las consecuencias del sufrimiento por ella provocada seguían sin ser reconocidas y asumidas por quienes se sentían incapaces de pronunciar una sencilla frase: “Matar estuvo mal”.

Ahora, la historia continúa. Continúa para otros; para la mayoría de la sociedad vasca que pretende mirar al futuro pero sin olvidar su pasado. Sin embargo, para ellos la historia sigue atascada en el mismo punto. Arkaitz Rodríguez , secretario general de Sortu, intentaba quitarse de en medio la presión política y mediática de estos días en relación a los episodios de asalto a sedes y de amenazas buscando culpables fuera de la izquierda abertzale (siempre hay alguien a quien culpabilizar, el Estado, el PNV, la propia disidencia…).

Así, el excompañero de prisión de Otegi afirmaba en las redes sociales que “hay quien está muy interesado en poder hablar de pintadas y ataques para tratar de tapar su nefasta gestión de la crisis del covid-19 así como su inacción en materia de presos. Nadie que desee un cambio en el país, también en esta última cuestión, debería darles facilidades”. Rodríguez insistía. “Al igual que es de sobra conocido que la izquierda abertzale nunca ha entrado y nunca entrará en la falaz rueda de las condenas, entre otras cosas porque lo realmente grave no son las pintadas, sino el mantenimiento de una política penitenciaria excepcional y en muchos puntos ilegal” (...) “así pues, menos emplazamientos maniqueos y tendenciosos a la iquierda abertzale y más pasos por el respeto de los derechos de los presos”.

Todo menos desmarcarse y recriminar el brote intolerante. Pero la declaración más transparente que identifica claramente la posición que al respecto defiende EH Bildu la pronunció el pasado jueves en una cadena radiofónica la portavoz parlamentaria Mertxe Aizpirua. Cuestionada sobre si condenaba o no la acción cometida contra el domicilio de la secretaria general de los socialistas vascos, Aizpurua decía que “el ataque que tuvo Idoia Mendia en el domicilio viene a consecuencia de una situación extrema que está pasando un preso vasco. Si no existiera esa situación, no sucedería esta” (sic).

La portavoz parlamentaria de EH Bildu en Madrid, consciente de que su declaración , tal vez, no había sido la más afortunada, trató acto seguido de matizar. “Me solidarizo con Idoia Mendia porque, entre otras cosas, este tipo de situaciones no conducen a encontrar vías de cooperación entre la gente… Además, ¿de qué valdría que yo lo condenase?”.

Indicar sutilmente que todo tiene un orden lógico de “causa-efecto” es poco menos que justificar o comprender las razones del ataque. Y la condena dialéctica serviría para mucho. Para deslegitimar cualquier tentación violenta e intolerante. Para dejar claro que el pasado no debe repetirse de ninguna de las maneras, que el retorno al ejercicio de la coacción y el miedo es incompatible con los principios democráticos. Serviría, en definitiva, para derribar, de una vez por todas, el muro de desconfianza que la “izquierda patriótica” ha levantado en torno a ella, imposibilitando que una relación normalizada se pueda establecer en el ejercicio de la actividad política vasca.

Y mientras ese muro continúe en pie, nadie podrá fiarse de la Izquierda Abertzale.

El año 2005 se estrenaba la película La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet. El filme, que recomiendo vivamente, parte de una trama un tanto enigmática e inquietante para abrirse finalmente a una historia (basada en hechos reales) donde todo cobra sentido cuando se descubre el peso del pasado reciente en la vida de la protagonista. Un pasado tortuoso y dramático.

Al igual que en el cine, en la vida secreta de las palabras de la izquierda patriótica, el peso del pasado asfixia a una organización que, por falta de valor para enfrentarse a contemplar con rigor su imagen en el espejo, huye de la realidad. Y en esa huida pierde toda la credibilidad para poder obtener nuestra confianza.

* Miembro del EBB de EAJ.PNV