José Luis Úriz Iglesias

XISTE la sensación de que hasta apenas unas horas la población de este país no había tomado conciencia de la gravedad de la pandemia de coronavirus que asola el mundo. Hay teorías que lo achacan al carácter latino propio de los italianos, españoles, sudamericanos... muy dados a ignorar el peligro y con costumbres de proximidad personal y vivencia al aire libre que no se dan en otros lugares y que favorecen la expansión de este virus. Y puede ser que esta crisis, además de pillarnos desprevenidos, haya puesto de relieve lo mejor y lo peor del ser humano.

Así, hemos apreciado la inmensa labor solidaria de un personal sanitario, cuyo esfuerzo resulta difícil de compensar más allá de nuestro agradecimiento, expresado gráficamente en el sonoro y colectivo aplauso, que resuena en las calles de nuestros pueblos y ciudades. Quizás ese esfuerzo, en muchos casos sobrehumano, sea el elemento más positivo que podemos sacar de estas semanas.

Pero también han aparecido comportamientos que sacan a la luz lo peor de nosotros mismos. En primer lugar, las actitudes irresponsables de quienes, y son muchos, no se tomaron en serio el peligro que autoridades, médicos y científicos estaban trasladando desde los diferentes medios de comunicación.

La salida en manada desde Madrid, epicentro de la epidemia en el Estado, a las costas de miles de ciudadanos que interpretaron las medidas que se comenzaban a tomar como unas vacaciones probablemente haya permitido que el virus se haya extendido con una mayor facilidad. ¿Se tenía que haber cerrado Madrid antes? ¿Se tenía que haber cerrado incluso antes la comunicación con Italia? ¿Y con China? Probablemente, pero no sirve de nada planteárselo a balón pasado, salvo para que tomemos nota de los errores y poder corregirlos en el futuro.

Tampoco fue demasiado edificante observar el viernes los bares llenos hasta los topes o a cuadrillas de jóvenes en manada aprovechando "las vacaciones" en colegios e institutos. Indicativo del nivel de irresponsabilidad es la respuesta de aquellos a los que recomendé no estar en grupo por la calle: "No nos importa contagiarnos". De acuerdo, se pueden tener comportamientos irracionales propios de la edad, pero el problema, chaval, es que tu insensatez pone en peligro a otros, incluyendo los grupos vulnerables. Y es mejor omitir su réplica a este razonamiento.

Hoy las cosas han cambiado de forma radical, quizás porque la intervención del presidente del Gobierno haya metido el miedo al común de los mortales. Miedo al contagio, que no a contagiar, pero especialmente miedo a las consecuencias de infringir las normas. Y un elemento añadido importante: la sanidad pública, ejemplar, ha absorbido, como debe ser, la privada. Y al hilo de esa realidad, una pregunta: ¿Cuánto de responsabilidad en lo ocurrido en Madrid ha tenido el trasvase erróneo de lo público hacia lo privado? O vayamos a Estados Unidos, donde la sanidad pública está muy debilitada y para algunos segmentos de la sociedad es inexistente; donde gentes que aquí, al manifestarse los primeros síntomas, recurren a la red sanitaria, no pueden hacerlo al carecer de prestaciones, donde puede estar dándose una extensión silenciosa pero brutal. Paradojas de la vida, es probable que las medidas restrictivas tomadas por Trump nos hayan hecho un favor.

Ese es un primer cambio de paradigma por la pandemia. Pero no será el único. Porque también la globalización se va a poner en entredicho. Que existan fábricas paralizadas por falta de piezas fundamentales en la cadena de fabricación, al haber primado el abaratamiento de los precios a la distancia de los lugares de proveedores, debe cuestionar ese sistema. Quizás el futuro pase justo por lo contrario, porque la Volkswagen tenga sus suministradores esenciales en el polígono de Landaben de Pamplona aunque resulten más costosos y no más baratos pero en China.

Por no hablar del aspecto político, que igualmente presenta luces y sombras, algunas negras, negrísimas. El comportamiento de Pablo Casado líder del PP ha distado mucho de ser el que esta situación límite necesita. Lejos de adoptar posiciones generosas de estadista al que lo que le importa es la situación del país y la salud de su ciudadanía, camina por veredas partidistas y electoralistas intentando sacando un rédito espurio a las dificultades del gobierno. Probablemente, Pedro Sánchez y su gobierno hayan cometido errores. ¿Quién en esta situación límite no los cometería? Quizás jamás se debió permitir las manifestaciones del 8-M, o seguramente se debió cerrar Madrid a cal y canto al detectarse el incremento exponencial de los casos de coronavirus. No se hizo. Pero ahora no toca echar en cara, toca remar todos con el máximo esfuerzo en la misma dirección para salir con la mayor rapidez de la tormenta perfecta en la que estamos sumidos.

Mención aparte merece el diferente comportamiento de los dirigentes de Euskadi y Catalunya. Mientras Iñigo Urkullu, desde la crítica responsable a la declaración de Estado de alarma, ha adoptado una posición de colaboración institucional, Quim Torra ha intentado aprovechar la grave situación de una manera oportunista para insistir en sus imposibles demandas.

El tuit, posteriormente eliminado, de la ahora eurodiputada de Junts per Catalunya, Clara Ponsatí, indicando "De Madrid al cielo", demuestra una vez más la deriva de un sector del independentismo que aún no se ha enterado de que el coronavirus afecta a toda la población, piense lo que piense, independentista o no, catalana, andaluza, o navarra.

Todo lo que está mal es propenso a empeorar y el binomio coronavirus-conflicto catalán no va a ser una excepción. Mientras ciertos políticos, entre los que se encuentran paradójicamente gentes tan diversas como Casado, Abascal, o Puigdemont, se dediquen a ziriquear en lugar de ayudar, cada vez lo tendremos más complicado.

Como resumen final, habrá por tanto un antes y un después del covid-19, en lo sanitario, en lo político, en la estructura industrial y económica y, lo que quizá debería ser más importante, en el comportamiento social e individual.

¿No debería ser el futuro un mundo sin ruidos, sin contaminación, con políticos estadistas, sin jóvenes o turistas irresponsables, con proximidad de los suministros, una sanidad pública más potente, comportamientos más solidarios y colectivos, madres y padres dedicados al cuidado y educación solidaria de sus hijos...?

Probablemente. Al menos debemos reflexionar sobre ello. Sería lo bueno que nos deje esta pandemia.

* Exparlamentario y concejal del PSN-PSOE