Aitor Esteban, que ha sido estos días aclamado por las redes como el Messi del Congreso y que debe de tener ya dos o tres balones de oro en la repisa de su chimenea junto a las fotos de la boda, terminó su tanda de intervenciones en el proceso de investidura con una llamada a no dañar, a fuerza de uso y abuso, la figura del Jefe del Estado, su papel institucional y hasta su dignidad personal. Puede sorprender a quien se maneje con categorías simplistas que un portavoz del PNV defienda al Rey y su función constitucional frente a los impúdicos manoseos de una derecha que se declara constitucionalista y monárquica. Pero la cosa no carece de lógica histórica, de muy larga data, ni de sentido político.

El discurso dicotómico y maniqueo, falso y tramposo, presentado por la derecha estos días divide el país entre verdaderos españoles de bien frente a traidores, felones, vendidos, cobardes e ilegítimos. Este esquema abona un cenagal que puede terminar en pérdida de libertades y en destructivas confrontaciones personales y sociales. La escritora turca Ece Temelkuran acaba de publicar un lúcido y original ensayo, titulado Cómo perder un país, en el que explica el funcionamiento de esa deslizante cuesta abajo que comienza con el rechazo a la diferencia, continúa con el acoso y desemboca en el totalitarismo populista. La autora nos muestra el proceso vivido en Turquía con intención de que sirva de advertencia ante fenómenos que estamos observando, en distintos grados y momentos, en los Estados Unidos de Trump, el Reino Unido de Johnson, algunas democracias "iliberales" del este de Europa o incluso, más sutilmente, en otros países europeos.

Mucho de lo que cuenta la novelista turca podría ser aplicable al discurso que, si nos atenemos a lo visto estos días, la derecha propone para la legislatura. Por eso es tan pertinente el juicioso llamado de Alfonso Alonso a los suyos para situarse en la "concordia, no en la bronca (€) en la sensatez, no en el grito". Tarea necesaria pero difícil si su jefe de filas sigue confiando la portavocía del partido a una mujer de la que me cuesta recordar declaración sin veneno y cuya identidad pública podríamos describir invirtiendo los términos de la famosa oración franciscana: ponga yo división donde pudiera haber unión, ponga yo ofensa donde pudiera haber perdón...

A nadie puede interesar, y quizá menos en Cataluña o en Euskadi que en cualquier otro lado, el deslizamiento en España hacia un modelo como el descrito por la autora turca en versión más o menos edulcorada. Aún estamos a tiempo de evitar el horror de ver a un Trump, un Johnson, un Erdogan, un Bolsonaro, un Duterte, un Orbán o una Le Pen hispanos al frente de las instituciones españolas. Por eso ni siquiera como boutade se puede defender eso lanzado en sede parlamentaria por la representante de ERC de que "personalmente la gobernabilidad de España me importa un comino", que como posición política suena irresponsable e insincera, como provocando con la confianza de que las cosas no puedan ir a peor. Pero sí pueden. Por eso a mí sí me importa la gobernabilidad de España, una gobernabilidad construida entre diferentes, responsable, con derechos, libertades y garantías, compleja, compuesta de soberanías múltiples entrelazadas y con respetos y lealtades cruzados y fiables. De hecho me importa mucho.