EL 2019 era el año en que se desarrollaba la distopía de Blade Runner (1982). Curiosamente, este año ha fallecido el actor Rutger Hauer, que interpretó al replicante antagonista. Se acaba 2019, y aunque no tan avanzados como en el 2019 de la película, tenemos ya andro-robots, videollamadas, drones y hemos batido el récord de emisiones de CO2.

El verdadero problema es el calentamiento global y una de sus consecuencias es la variación climática. El otro gran problema es la gran cantidad de residuos que la especie humana produce. Hagamos un poco de historia. Hace 47 años que la ONU organizó la primera conferencia de la historia. En Estocolmo, en 1972, se plantea por primera vez el problema global y se advierte de la necesidad de establecer un control sobre los agentes contaminantes. Aunque las acciones planteadas no alcanzaron una aplicación exitosa. No es hasta Berlín, en 1995, cuando se acuerda reunirse anualmente y hacer un seguimiento para controlar el calentamiento global. Es en Kioto, 1997, cuando se firma un protocolo para reducir un 5% las emisiones de gases (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonos, perfluorocarbonos y hexafluoruro de azufre) de efecto invernadero y también reducir las emisiones de gases contaminantes. Se plantea la idea del mercado del carbono, que consiste en que aquellos países incapaces de reducir sus emisiones pueden comprar derechos de emisión a los países que sí hayan conseguido minimizar su impacto medioambiental y así equilibrar la balanza global. Esto entra en vigor en 2005. Diez años después, en 2007, se crea la Hoja de Ruta de Bali. En Copenhague, en 2009, se marca el objetivo de mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los dos grados centígrados y lograr una reducción del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2050. Al año siguiente, en Cancún, por fin se materializa el Fondo Verde para el Clima con el objeto de recaudar fondos para ayudar a los países en desarrollo a adaptarse. En Doha 2012 se prorroga el protocolo de Kioto hasta 2020, aunque Estados Unidos, China, Rusia y Canadá no la respaldan. Como las medidas son insuficientes, en París 2015 se acuerda limitar el aumento de la temperatura global a 1,5o C y reformar las corrientes financieras hacia un desarrollo sostenible. Y llegamos a Madrid 2019, al gran circo de la COP25, en donde muchas empresas vinieron a blanquear su imagen de marca y trasladar a la sociedad los valores éticos y sociales de sus compañías y seguir así entre las más valoradas del mundo. Pero la realidad es que, como vemos, han ido retardando la toma de decisiones.

Ya en Río 1992, una niña de 12 años, Severn Cullis-Suzuki, realizó un brillante discurso. Hoy, muy pocos se acuerdan de ella. El actual fenómeno de Greta Thunberg se debate entre ser una malhumorada imitadora con aspecto de Pipi Calzaslargas, un nuevo caso de explotación de una menor, o una Juana de Arco del siglo XXI que acabará inmolada por sus seguidores en una pira virtual o convertida en un producto de mercadotecnia ecológica. El tiempo nos lo dirá.

La causa medioambiental es más seria que un fenómeno mediático y no se debe caer ni en el postureo ambiental ni en la indiferencia. Las emisiones de carbono y los vertidos y residuos de nuestra actividad son el factor principal del calentamiento del planeta.

Desde que el Homo Erectus, hace unos 1,5 millones de años, controlase el fuego, este nos ha permitido guisar y hacer digeribles ciertos alimentos, conservar los mismos, producir herramientas, calentarnos y defendernos de otros animales, pero también contaminar el planeta. Algunos fijan el inicio del Antropoceno con el comienzo de la agricultura, otros lo marcan con el inicio de la revolución industrial. El caso es que no terminamos de empezar a limpiar nuestra casa común, de la que habla la Laudato Sí.

La apuesta por una ecología integral y la espiritualidad ecológica no son monopolio de los cristianos, pueden ser compartidos con cualquier persona que cultive una espiritualidad laica o que profese otras religiones. Todos somos responsables, el reto ecológico nos pide una conversión ecológica que nos exige una transformación personal, un cambio de vida con una mayor responsabilidad personal y comunitaria. Nos hemos de replantear el fallo estructural en el que vivimos, y del que formamos parte; y hemos de tomar conciencia de la transgresión ecológica.

De lo contrario, en 2049 estaremos recitando a nuestros nietos, cual replicante, el monólogo de Lágrimas en la lluvia: "He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas, más allá de Orión. He visto brillar rayos-C en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir". Para desaparecer y extinguirnos como una especie de Homo más.

* Biólogo