EXPLICABA Mikel Azurmendi al programa ETA, el final del silencio, de Jon Sistiaga, que había cobijado a Mikel Etxeberria en su casa de París cuando llegó herido después de haber dado muerte al taxista Fermín Monasterio el 9 de abril de 1969 y superado una larga fuga que involucró a una docena de curas, un par de médicos y unas cuantas familias vascas y catalanas, además de la cobertura de una ETA que vivía en ese momento una muy embrollada situación. Contó Azurmendi que le había dicho Etxeberria que lo que le había pedido a Monasterio es que le hiciera un torniquete para cortar la hemorragia. Las prisas y la incomodidad de Sistiaga por el dato privaron a la audiencia de un relato más amplio de lo sucedido, que en su boca hubiera resultado especialmente esclarecedor. Mikel Etxeberria Iztueta, Makagüen, compartía con su reclutador y amigo José Mari Eskubi, en ese tiempo conocido como Bruno, la determinación de no dejarse capturar vivo. Compartían muchas cosas además de la vecindad de dos jóvenes hechos entre Berastegi y Leitza, aunque ya en ese tiempo tanto Eskubi como Mikel Azurmendi y otros anduvieran en una reflexión que se conocería como Células Rojas, y Saioak luego, que les apartaría de la lucha armada y les acercaría al PC de Carrillo. Sus incipientes conexiones comunistas fueron precisamente las que sacaron a Makagüen de París y a través de Centro Europa le condujeron a Cuba hasta su regreso a Iparralde primero y a Hegoalde después.

Revisando periódicos de ese 1969, me he encontrado con la sorpresa de que se informaba sobre asuntos relacionados con ETA con una pulcritud profesional hace tiempo abandonada incluso por diarios que siguen llevando hoy la misma cabecera. El enviado especial destacado por ABC, Salvador López de la Torre, titulaba su crónica del 30 de abril “Varios sacerdotes retenidos por el Juez Instructor de la causa abierta por el asesinato de Fermín Monasterio” e incorporaba dos subtítulos: “El supuesto asesino atravesó por dos veces la provincia vizcaína, amparado en una activa red de complicidades o encubrimientos” y “La E.T.A. ha conseguido reclutar algunos miembros del clero vasco”. La crónica que el periodista dictó por teléfono a su redacción central estaba llena de cautelas, al reconocer que se carecía de datos precisos y oficiales “sobre la odisea del supuesto asesino del taxista”, lo que obligaba a moverse “en el ambiguo mundo de las hipótesis y de los rumores más o menos sólidos”. Si sorprendente es la manera como el periodista matiza su información, no menos sorprende que explique luego que la organización cuenta con cómplices o encubridores de orígenes sociales muy diversos, “ya que el reclutamiento de la E.T.A. se cumple en numerosos sectores de la sociedad”.

No es este un año de los que habitualmente se recuerdan en la historia de ETA, como 1968 porque es el de los primeros muertos o 1970 por el Proceso de Burgos o 1973 por el atentado a Carrero. Para entender lo que pasó luego, sin embargo, resulta indispensable reparar en él. Un capellán del Ejército vasco en el 36, el navarro Julio Ugarte Vicuña, acaba de regresar de su exilio de Bergerac cuando escribe desencantado a Manuel Irujo que “nadie es capaz de canalizar el gran espíritu de la masa vasca. Allí nadie controla nada. Cada cual hace la guerra como puede”. En cuanto a ETA, dice: “yo cada vez lo veo más ridículo. Llevar pistola para no usarla es algo que me crispa. Creo que pronto será un globo pinchado”. Añade luego que su sobrino (Ibon Navascués) se ha encargado de la defensa de varios de ellos y lo que cuenta “son asuntos como para el Tebeo. Así cayeron tan bobaliconamente en manos de cuatro felipes. ¡Lástima de tipos como Echave, el de Mondragón, y otros, embarcados en un barco sin brújula”.

Es 1969 el año en el que esos felipes a los que se refiere Julio Ugarte renuncian a las siglas ETA (berri) y pasan a llamarse primero Komunistak y luego EMK, MCE, etc., y no le falta razón al decir que el mundo de ETA es como un barco sin brújula. Txillardegi y los de Branka ya han roto con una dirección de ETA que, a fuer de marxista -sostienen- ha caído en el españolismo. Etxabe, los Cabras y algunos de los que luego se sumarán al frente militar ven comunistas españolistas incluso en el movimiento de curas obreros. Hay dirigentes de la organización partidarios de la lucha armada, pero solo al servicio de la clase trabajadora. Hay quienes reivindican el asamblearismo y quienes se ven como guerrilleros, rurales o de asfalto. También los chicos de Rezola (EGI) ven oportunos los atentados contra objetivos simbólicos que terminan provocando la muerte de Artajo y Asurmendi cuando manipulaban un artefacto explosivo: de esos jóvenes instruidos por Beyris saldrán muy pronto los que harán causa con lo que queda de la ETA abertzale sin adjetivos y serán conocidos como ETA V, frente a la VI, que se siente ya trotskista. Un reciente artículo de Jon Juaristi en ABC en el que alude a su efímero paso por ETA ha servido para recordar que en este maremagnun de partidarios más o menos teóricos de la lucha armada están también los carlistas de Hugo Borbón y Parma, a quien el régimen acaba de rebotar a París; Juaristi dice que contaban con más armas que ETA.

El lendakari Leizaola le explica a Fernando Carranza, delegado del Gobierno en Caracas, que es desde donde llegan los dólares que hacen posible su supervivencia, que la semana de Pascua de este año ha sido para él de enorme tensión a causa de la explosión en Navarra de una bomba “con muerte de dos patriotas”, “el encuentro de una reunión de ETA en Bilbao por la policía”, “la fuga de uno de los presentes y posterior incidente en la carretera en Arrigorriaga con muerte del taxista que conducía, y la redada de los otros cuatro en Potes, esta vez sin muerte”. “Excuso decirle -precisa- que de este incidente se habla mucho y que los rumores tienen toda clase de tendencias, según quién hable”, añadiendo que en Bilbao no se creen “las versiones policiales relativas a la muerte del taxista y se piensa también que algunas, por lo menos, de las explosiones hayan sido puestas por la policía misma”.

Al lehendakari le sobran motivos para vivir ese año en tensión. Ha arrancado con la muerte en comisaría de Enrique Ruano, del que ahora se ha sabido que lo relacionaron con militantes de ETA (berri) cobijados en su entorno; con un temprano estado de excepción; con juicios, detenciones y deportaciones -las de Rubial y Ajuriaguerra, entre otras- de militantes de EGI y líderes obreros; con evidencias y denuncias de torturas, y con un frustrado intento de liberar a la presa Arantza Arruti de la cárcel de Iruñea en el que cae Xabier Izko, al que la policía tiene por ejecutor de Melitón Manzanas: la resistencia temerá con motivo que si bien Andoni Arrizabalaga ha visto conmutada su pena de muerte por cadena perpetua, a Izko no lo va a salvar nada ni nadie. Se producen las muertes de Artajo y Asurmendi, la detención de la dirección liberada de ETA en Bilbao y Mogrovejo, la muerte de Fermín Monasterio, la de Segundo Urteaga en Urabain, cuando la policía interpreta que toca las campanas de la iglesia para alertar a etarras escondidos. Tiene lugar una nueva detención a tiros tras la fuga de un militante de ETA del cuartel de Garellano, tienen lugar huelgas de hambre en Baiona por parte de notorios refugiados de ETA. Comenzando octubre, la policía mata a tiros a los vecinos de Erandio Antón Fernández y Josu Murueta, durante protestas contra la contaminación. Y el 11 de diciembre se consuma la gran evasión desde la cárcel de Basauri de quince presos, diez de ETA y cinco sociales, que en la mejor tradición de estos eventos han cavado un túnel en la prisión recién inaugurada y, con la ayuda del dirigente emergente Eustakio Mendizabal y los suyos -otro sector de la organización no la compartía- se hacen a la mar en Ondarroa, llegan a Iparralde y luego a París, donde el Gobierno vasco tramita su condición de refugiados políticos. Tres de los presos comunes se van por su cuenta, y la policía no tarda en capturarlos.

El Gobierno vasco y el exilio jeltzale vive el 69 con gran preocupación y sorpresa, además de cierta incredulidad. Mundo Obrero ha publicado el acta de la formación de un frente común contra la represión entre el Partido Comunista de Euzkadi, ETA y el autodenominado movimiento de sacerdotes vascos. El canónigo Olaso le explica al padre Aspiazu -junto a Ugarte los sacerdotes más notables de la generación de la guerra- que dos curas de la nueva ola le han dicho que hay varias ETA, que un grupo reducido es marxista-leninista, que los otros, no; pero el canónigo no se fía de “unos curas sin misa ni breviario, de poca formación, que ponen la foto del Ché en sus paredes”. Está convencido de que los de ETA y los “curitas” entregan a la juventud de Euzkadi como carne de cañón en la tarea de destruir al Estado español, lo que es tanto como entregarlos -opina- a la tarea de crear un Estado comunista español. Para Salvador López de la Torre, que se erige ya desde el ABC en especialista, ETA es “la organización quizá más izquierdista de la oposición española y la que se emparenta del modo más directo con todos los movimientos contestatarios circulantes por Europa (...) de todas las enfermedades ideológicas del marxismo que los comunistas soviéticos vienen, llamando aventurismo; es Mao, es Che Guevara, es Cohn Bendit, quienes animan teóricamente el movimiento. El difunto Sabino Arana reposa en su cementerio de Pedernales, lejos, muy lejos, de la nueva lucha abierta en Vizcaya”.

Hace ahora 50 años, tuvieron lugar en Euskadi hechos relacionados con ETA que no sé cómo harían los de Herenegun para entenderlos y resumirlos y luego explicarlos a los jóvenes de hoy; cómo harán los guionistas para embutirlos en cápsulas de media hora escasa, que es lo que se lleva y prolifera -ahora que se acabó el tiempo del silencio-, sin faltar a la verdad, sin desvirtuarla, sin parties pris. Y no desmentiré a quien crea ver en este desahogo una crítica a la frivolidad cuando no al oportunismo o la mala fe con que nos están contando nuestra muy compleja historia reciente.