ABORDARÉ cuatro cuestiones: mi valoración de la sentencia del procés, por qué tantas manifestaciones terminan en violencia, los perfiles de los jóvenes violentos de en Barcelona y unas sugerencias para salir del atolladero catalán.

La sentencia del procés resulta incomprensible para un vasco que ha vivido la violencia callejera en Euskadi, tantos años. No me refiero a la violencia de ETA, los GAL etc., sino a la violencia en las manifestaciones en Euskadi. La violencia a la que se refiere la sentencia, básicamente la del 20 de septiembre, así como la del 1 de octubre, comparada con la de las manifestaciones de apoyo a ETA, me saben a una pelea en el patio de un colegio. Todos los fines de semana, durante varios años, había una manifestación en el Boulevard de San Sebastián en la que se proferían gritos en apoyo a ETA y a su violencia. Más aún, cuando nos manifestábamos detrás de la pancarta (a menudo de Gesto por la Paz) pidiendo la liberación de Iglesias Zamora, de Ortega Lara o de algún otro secuestrado por ETA, teníamos que oír cómo, a diez metros, los jóvenes violentos nos gritaban, entre otras lindezas, “ETA mátalos” sin que fiscalía ni judicatura movieran un dedo.

La cambiante “verdad judicial” Incluso, siendo consejero de Interior Juan María Atutxa, se intentó poner cámaras en el Boulevard para poder identificar a las personas que proferían tales o similares amenazas y asociaciones de jueces o fiscales (no recuerdo bien) se negaron porque suponía un atentado a la libertad de expresión. Sí, la “verdad judicial”, en acertada expresión del presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra, ha cambiado; y mucho.

Un amigo catalán, creo que más catalanista que propiamente independentista y que tuvo un cargo público con CiU, al saber que tenía previstas algunas intervenciones en los medios, me escribe: “Un comentario marginal sobre la sentencia si has de hablar sobre ello. Jurídicamente, no es tan fácil desmontar la sedición. Míratelo bien si es el caso, porque no es necesario que se realice el hecho, basta con el intento”. Le recordé que yo no soy jurista sino sociólogo, aunque he leído muchos comentarios, de signo diverso, de gentes de leyes. Y le añadí: “... si además me dices que la sentencia está muy bien montada, no hace sino aumentar mi perplejidad y mi preocupación. Máxime cuando ya no se juzgan los hechos, sino las intenciones o los intentos”.

Tras hacerse pública la sentencia, la televisión nos mostró imágenes con la plaza Urquinaona en fuego, a dos pasos de vía Laietana. Dos cuestiones: por qué, en el mundo de hoy (Chile, Hong Kong, Bolivia, Ecuador, Francia etc.) hay tantas manifestaciones pacíficas que concluyen en actos vandálicos y cuáles son los perfiles, pues hay más que uno, de los jóvenes que los protagonizan. Cada pregunta exige tratamiento propio.

¿Por qué violencia? Ya no hay autoridad reconocida y sí una aceptación generalizada de la desobediencia, incluso violenta; se interpreta que la violencia callejera es una violencia de respuesta, siendo la violencia institucional (capitalista) la primigenia; hay desigualdades sociales que van en aumento y la sensación de que solamente mediante la violencia se obtienen los objetivos que se persiguen. El caso de los chalecos amarillos en Francia es paradigmático al respecto; la lógica del “nahi dut”, autonomismo individual sin otros límites que lo que a mí me parezca (lo hago así porque me apetece); dominancia aplastante del constructo social de que todo está mal. Los medios escritos, las radios y las televisiones se han convertido en púlpitos laicos de cosas que funcionan mal y de la necesidad de voluntarios para remediarlo: las pensiones, la educación, la sanidad, las personas con alguna dependencia, los transportes (con huelgas en todos los puentes acueductos y vacaciones); el presentismo: lo queremos todo y ahora. Y gratuitamente. Y todo esto en una de las partes del planeta donde está más desarrollado el estado de bienestar. Pero el estado de bienestar no tiene techo, no tiene límites. Siempre puede ser mejor. En fin, falta ecuanimidad, mesura, rigor en las críticas. El ejemplo extremo lo tenemos en los comentarios anónimos en los digitales: son vomitorios de gente despechada por esto o aquello y que no se atreven a firmar con su nombre. Se ocultan. ¿Cómo dialogar con quien no sabes quién es?

Tres perfiles de jóvenes violentos. Estos días, en Barcelona, tras lecturas y conversaciones, veo: por un lado, independentistas pacíficos (incluso pacifistas) devenidos violentos bajo la idea dominante de que “los movimientos pacíficos no han servido para nada y además nos acusan de alzamientos tumultuarios, incluso ante la violencia policial del 1 de octubre”. Por otro, colectivos antisistema organizados internacionalmente que buscan cualquier pretexto para organizar la violencia callejera, auténtica guerrilla urbana; así los black bloc (método de lucha más que una organización) que en Francia llevan actuando desde hace varios años -por ejemplo, los 1 de mayo- y que ya se han infiltrado en las manifestaciones de los chalecos amarillos; es una violencia de carácter ideológico, que ellos denominan violencia política, rechazando que se les etiquete de violencia gratuita. Precisamente, esta da forma al tercer colectivo, formado por quienes buscan la violencia lúdica -que a veces llamamos gratuita en el sentido de que no buscan objetivos políticos u otros- y quieren llevar a cabo en la realidad lo que ven en la ficción de las películas, buscan un protagonismo a caballo entre el narcisismo y la aventura.

El diálogo es imprescindible Lo es para el futuro. Sin diálogo, luego negociación, intercambio de posiciones y puntos de vista, cesión de parte de las propias... no hay solución. Para la convivencia a medio y largo plazo, sugiero tres medidas:

Una, la liberación mediante indulto o amnistía de todos los encarcelados y la búsqueda de un apaño para que los huidos de la Justicia española puedan volver. Hay ejemplos históricos de que esto, en España, es posible. Como el indulto al general Rodríguez Galindo (condenado a 75 años de cárcel por secuestro y asesinato de Lasa y Zabala y excarcelado cuatro años después) y la vuelta a España en la transición de huidos por razones políticas durante la transición política.

Dos, promover un gigantesco programa de reflexión conjunta entre diferentes (independentistas y constitucionalistas) a lo largo y ancho de Catalunya, liderado por un colectivo civil catalán de una 15 o 20 personas seleccionadas por el Govern y la Delegación del Gobierno en Catalunya y con una figura consensuada que lo dirija.

Y tres, llevar a cabo dos o tres consultas no vinculantes a la población catalana, durante los próximos cuatro o cinco años, hasta llegar a una consulta pactada con el Estado, vinculante, bajo la supervisión y apoyo de la Unión Europea.

Un amigo catalán, escritor y expolítico me apunta que me falta una cosa importante. Lo digo con sus palabras. “Mi composición de lugar es que, si se hacen bien las cosas, algunos (presos) pasarán las Navidades en casa y el resto saldrá antes del verano o como máximo en un año. ¿Qué juega en contra? La conflictividad, cortes de carreteras, etc. y no digamos la violencia. Ahora ya hay detenidos que han pasado a prisión sin fianza y que el juez no soltará hasta que tenga la garantía de que no reiterarán la acción; hablando en plata: hasta que cese el conflicto”. Estoy de acuerdo, pero con una precisión: que cese el conflicto violento, porque el otro va para largo.* javierelzo@telefonica.net