bASTA dedicar muy poco tiempo a recorrer las noticias para observar que hay un ansia de tirar hacia adelante como sea. Lo mejor es sortear los acontecimientos en el último momento, orillando cualquier reflexión que permita reconsiderar y alterar drásticamente el rumbo de las políticas tecnológicas, económicas y sociales. Nos vamos a referir a estos tres aspectos importantes del llamado progreso sostenible: la organización política, el cambio climático y el desarrollo tecnológico, ingredientes de base de la continua evolución social y económica.

Avanzar en la democracia participativa y en la separación de poderes ha sido un cambio radical -que nadie duda- frente a los pasados sistemas despóticos. Ahora bien, cuando estos sistemas democráticos se rigidizan por su inflexibilidad, por la distancia entre los comportamientos de los dirigentes y los deseos de los dirigidos, y por su lentitud con regulaciones exhaustivas, dejan de cumplir en gran medida los fines para los que se crearon. La Europa necesaria no es un macroestado, u otra estructura por encima de las ya demasiado grandes de los Estados miembro lógicamente amenazados de fragmentaciones. El modelo de Europa y sus iniciativas debieran ser un acicate para ampliar la democracia participativa en lo local, en dirección muy distinta que la concentración de poderes y políticas a través de la agrupación de partidos de los estados miembros.

Sabemos que en la organización política de hoy y desde principios del siglo pasado estamos perdiendo el valor de lo que aún podemos llamar “lo comunitario”. Lo de pequeña dimensión -lo próximo- se elimina continuamente a costa de reforzar el individualismo y las grandes instituciones que lo regulan. Los lugares donde se decide se elevan en estructuras de muchos peldaños rindiendo culto a la dimensión y a la legislación universal, sin poder dar respuesta a lo específico y local. Así los chalecos amarillos en Francia, los distintos movimientos populistas europeos que retornan a las raíces de una sociedad más cerrada, los independentismos de desgarro y los nuevos empleos de desarraigo laboral, que últimamente prosperan, no son más que manifestaciones contra una tendencia creciente al alejamiento entre las personas y sus espacios cercanos e imprescindibles de participación, en su realidad cotidiana social y laboral.

En tanto que las personas se cualifican cada vez más, son más críticas y competentes, necesitamos reactivar los sistemas participativos a menor escala como las empresas, los pueblos, los barrios, las asociaciones, las universidades, las escuelas, y los hospitales. El debate constante entre lo público o lo privado debería trasladarse a global (grande-concentrado) o local (pequeño-distribuido) respecto a la gestión, decisión y desarrollo de un determinado ámbito de actividad. El ejercicio hacia una sociedad más rica e igualitaria no pasa por apuntar a la derecha o a la izquierda como alternativas, sino a un necesario equilibrio entre la concentración y desconcentración de las capacidades de diseño de soluciones, gestión de los recursos y decisión, en aspectos vinculados a la vida diaria de las personas. El auténtico progreso -que todos citan- tal vez dependa de esa ausente “democracia corresponsable de proximidad”. Tal vez el regreso esperado en la ordenación política pueda llegar mirando hacia una izquierda social, partido que no existe. Esta ideología política comunitaria quedó atascada y maltrecha en la historia del siglo pasado, cediendo el testigo a la izquierda política, que adoptó la dimensión estatal e internacional como forma de combate, perdiendo una de sus mayores esencias diferenciales con la derecha. Los esporádicos brotes para su reactivación son rápidamente mutilados por su necesaria estructuración en los grandes sistemas políticos vigentes.

El cambio climático es otro asunto del que seguimos recibiendo noticias drásticas sobre las dimensiones y el impacto actual y futuro de la acción humana. El estilo de vida, orientado al consumo como motor de desarrollo, produce desechos a escala planetaria que hacen de los espacios naturales entornos intolerables para la vida. Si por desarrollo entendemos el crecimiento económico que activa el consumo, estaremos negando la solución a este problema (ver riqueza social- www.escueladisenosocial.org).

Incorporar las energías renovables es un paliativo al problema y solo haciendo propietarios de la basura a quienes la compran en forma de envases haremos reaccionar a los ofertantes de productos con envases contaminantes que perderán mercado. El regreso aquí toma el nombre de economía circular, que es lo que ya había en cualquier caserío, donde todos los subproductos tenían un destino diverso en forma de abono, alimento de animales, herramientas, lindes y consumo energético.

En cuanto al desarrollo tecnológico, tan importante en el cambio de los hábitos de vida, debemos reconsiderar sus fines. Estamos ante un desarrollo exponencial del conocimiento aplicado. Por ejemplo, hablar del 5G supone multiplicar por varios cientos las capacidades personales del manejo de datos. Este desarrollo exponencial se cristaliza desde la ciencia en la tecnología, que nos permite crear y transformar la realidad resolviendo problemas y creando oportunidades. Ahora bien, las reglas que nos hemos dado entre tecnología y economía hoy vigentes nos conducen a la aplicación de la tecnología principalmente para el desarrollo económico. Así, a través de la producción y del consumo indefinidamente crecientes, esperamos lograr el ansiado desarrollo sin apenas analizar las consecuencias del deterioro ambiental. Esta opción que universaliza el ciclo de comprar-usar-tirar agrava el problema anterior.

La competencia entre estados y países, copiando a las empresas, agudiza la exclusividad del uso del conocimiento en forma de tecnología y demanda el acceso fácil a los recursos naturales para usarlos produciendo más. Para ello, la tecnología orienta su aplicación hacia el dominio tecnológico, militar o empresarial entre países. Se cierra el ciclo entre desarrollo científico, tecnología, producción y venta, haciendo que la disponibilidad de recursos materiales se convierta en una baza del interés político y avive las pugnas por el control de territorios y continentes. El regreso sostenible tiene que ver con la mayor difusión y aplicación de los conocimientos a la sociedad y a su bienestar (tiempo de calidad), eso que anunciaba la ilustración hace siglos con ese “atrévete a saber” como reto de universalización de la ciencia y de la cualificación responsable de los individuos.

El regreso político, el regreso ambiental y el regreso tecnológico no es volver a las situaciones anteriores que ya pasaron y son irrepetibles, sino retomar ciertas vivencias para, con lo que sabemos ahora, dar cauce a la solución progresiva de los problemas vigentes. El regreso debe ser sostenible en el sentido de mantener un equilibrio en su transformación hacia un progreso en la calidad de vida, frenando paulatinamente el consumo. La calidad de vida ya no depende de los medios materiales de los que disponemos como sociedad avanzada, sino de la calidad relacional, la disponibilidad de tiempo y del acceso a los recursos básicos.

Nos dice la historia que no es fácil que se produzca un cambio de rumbo sin acontecimientos traumáticos para muchas personas y nuevos conflictos sociales como los que ya estamos viviendo. El transatlántico del desarrollo mundial vigente tiene una inercia enorme, sus camarotes son deseados por todos los países y empresas que compiten y el remolcador adecuado no está aún en el puerto. La política, la intervención sobre los recursos materiales y vivos, y la tecnología deben ser un tridente de una transformación hacia una sociedad distinta, digital y global, que no centralista. Una sociedad compuesta por entidades locales y agrupaciones de alta calidad relacional y tecnológica, y de deseada singularidad política, cultural, productiva y social. Esta diversidad es la que da riqueza y posibilidades de auténtico desarrollo de nuestra especie, a través de los diversos pueblos y colectivos humanos. Se trata en esencia de rescatar y desarrollar también la biodiversidad humana -social, tecnológica y política- en este deseable e innovador regreso sostenible.* Analista