hAN pasado apenas dos meses desde que saltó la noticia del proyecto de Facebook y otras multinacionales de las comunicaciones de crear una nueva moneda, y ya ha desaparecido de los medios de comunicación, arrastrada por otras portadas de alcance más restringido en el tiempo y el espacio o ligadas al comercio (proteccionismo) y al crecimiento económico (escaso), que parecen cosas más relevantes e inmediatas para la vida de las personas.

Pero en realidad el asunto tiene más implicaciones de las que la prevé por ejemplo el comité del Senado norteamericano que oyó varios testimonios de expertos y debatió sobre el asunto el mes pasado. Como señalaba una de las comparecientes, las monedas digitales son la mayor innovación en los sistemas de pagos desde que se puso en marcha el sistema de Bretton Woods en 1948. Pero lo que pretende Facebook con su libra es también la primera propuesta seria de sustituir al dólar en su rol de moneda mundial.

Es significativo que, en ausencia de una autoridad mundial, en un periodo de creciente polarización y regionalización de la política, sean las grandes corporaciones globales las que toman la iniciativa. Y por si acaso, establece su sede en Ginebra, a fin de mantener toda la distancia jurídica posible de las autoridades monetarias estatales de Estados Unidos o de la Unión Europea.

Sus promotores afirman que las libras serán un nuevo medio de pago global, en el que se medirá el valor relativo de las mercancías y servicios que se suministren por parte de los socios del sistema (Vodafone, Uber, Spotify, eBay entre ellos) y luego por todos los que se incorporen a este nuevo mercado global. Por su parte, el valor equivalente o peso de la libra se medirá mediante una cesta de divisas en euros, dólares, libras esterlinas y yenes y cada libra estará respaldada por reservas en forma de depósitos bancarios en efectivo y deuda gubernamental de corto plazo (es decir, dinero casi efectivo) de los países que emiten estas monedas. Un banco central emisor virtual, Calibra, fundado como una subsidiaria de Facebook, será el encargado de gestionar esta moneda global.

Pero al afirmar que se usará como medio de pago, lo más probable es que la emisión de libras supere casi desde el inicio al volumen de reservas mantenido por la asociación. Y será la propia actividad económica de los socios del sistema la que garantice el valor de la libra en términos de otras monedas.

Esto es así porque esa es la tradición monetaria en Estados Unidos, de donde proceden la mayoría de los fundadores de la libra: mientras que las reservas del BCE se elevan a 690 millones de euros en divisas y en oro (en una proporción 40-60), una cifra muy parecida al dinero efectivo en circulación, 750 mil millones, La Reserva Federal de Estados Unidos (su banco central), que tiene menos de 300 mil millones de dólares en divisas y en oro (21 mil millones en divisas, el resto en oro a precio de mercado), ha puesto en circulación 1,7 billones de dólares en billetes.

Sustraerse a esta fragilidad específicamente monetaria (que no financiera) internacional de Estados Unidos es en parte lo que quieren evitar las corporaciones globales con una nueva fuente de emisión de dinero mundial; todas las transacciones en libras estarán al abrigo de la volatilidad del tipo de cambio entre el dólar, el euro y el yen -por cierto, que algo similar intentó el FMI en los años setenta con los llamados derechos especiales de giro, cuyo valor se mide también por el de una cesta de monedas-. La diferencia fundamental es que mientras la libra es una moneda mundial, una divisa virtual con la que se pueden comprar cosas, los DEG son solo una especie de activo de reserva en manos de los bancos centrales para poder movilizar una cantidad equivalente a su valor en divisas con las que poder realizar pagos.

Una característica del pensamiento económico dominante desde hace décadas es la confusión entre moneda y finanzas, como si el dinero solo fuera un medio financiero (un activo) para saldar las transacciones financieras y reales. Tratar como si fuera un tipo de activo financiero más un medio de pago de alta potencia -una moneda- forma parte de la distorsionada perspectiva neoliberal, que considera que entre una moneda y cualquier otro activo financiero (un bono, una acción, un título de deuda pública, un cheque, etcétera) solo hay una diferencia de grados, de velocidad a la hora en que puede transformarse en un medio de pago efectivo y liberar de una deuda: la moneda de curso legal es siempre un medio de pago (por eso se denomina “en efectivo”) que ningún acreedor puede legalmente rechazar, pero cualquier activo financiero depende de la voluntad y del acreedor de aceptarlo, y además su valor en moneda de curso legal varía con el tiempo: si un euro es siempre un euro, una acción puede valer hoy 10 y mañana 8 o 13 euros.

Esta diferencia, que el pensamiento dominante solo interpreta como una cuestión de grado (de liquidez) evita analizar la diferencia cualitativa del dinero de curso legal con cualquier otro activo: y es que cuando se quiere saber “cuánto vale” un activo financiero, siempre se traduce a moneda de curso legal. Pero si queremos saber cuánto vale un euro, no lo medimos en otro activo financiero, sino que simplemente lo gastamos, y sabemos lo que podemos comprar con él, es decir, su valor se cotiza en productos reales, que se comen y se usan, en productos del trabajo humano, en bienes y servicios útiles. Hasta hace un siglo, la unidad básica de medida del valor de las cosas era el oro. Con el dinero fiduciario, es una infraestructura jurídico-política (los bancos centrales y el tesoro) que funciona como un bien público, quien decide la unidad de medida. Ahora Facebook quiere que el poder de decisión de esta cuestión tan básica esté en sus manos.

Los defensores de la pretensión de Facebook de establecer una moneda mundial y un banco central mundial bajo control privado acuden a la usual letanía de la innovación, el cambio tecnológico digital inevitable, de la realidad virtual que ha venido para quedarse y todo se reduciría a saber quién se pone a correr delante y quiénes se quedan para correr detrás.

Pero de lo que habla la propuesta de la libra es de política, y de la política real, la que genera cambios estructurales en la forma en que vivimos, trabajamos y accedemos a los objetos útiles para la vida en sociedad. Como dijo la senadora demócrata Sherrod Brown: “El CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, ha dicho que Facebook podría ser más un gobierno que una empresa. Pero nadie votó a Mark Zuckerberg? lo último que necesitamos es concentrar más poder en las corporaciones”.

Cuando se le preguntó repetidamente al responsable de poner en marcha Calibra en Facebook, David Marcus, por qué Facebook está presionando para obtener el favor de los políticos de Washington a favor de la libra, Marcus señaló que la tecnología de las cadenas de bloqueo es inevitable y que si Estados Unidos no lidera en su construcción y regulación, la tecnología vendrá de lugares “fuera del alcance de nuestro aparato de seguridad nacional”: como viene siendo habitual, invocar el espectro de China parece que sirve en Estados Unidos lo mismo para un roto que para un descosido. Pero también funciona como cortina de humo para ocultar que el verdadero desafío al poder del estado (norteamericano en este caso) no viene de China, sino de sus propias corporaciones privadas.* Profesor de Economía Aplicada de la UPV/EHU