EL PSOE ganó las elecciones generales con holgura y con ello dio respiro a una mayoría social asustada por el avance de las derechas. Lo hizo, precisamente, con un discurso encendido que puso el acento en la necesidad vital de parar al trío derechista, Partido Popular, Ciudadanos y Vox que, en caso de ganar, pondría en peligro real libertades y derechos conquistados por la sociedad a lo largo de décadas. Sin embargo, el PSOE vive en un dilema, como consecuencia de que un sector poderoso del propio partido desea gobernar con un discurso distinto. Este sector, sensible a las presiones del Ibex 35 y particularmente de la banca, ha pasado la página de la campaña electoral olvidando el discurso antiderecha de Pedro Sánchez y aboga por un entendimiento con Ciudadanos, que es la marca blanca de unas derechas que comparten ideas y programas neoliberales y un nacionalismo español desatado.

Sánchez, en la campaña, alertó asimismo sobre las aspiraciones de las derechas a hacer de Catalunya un conflicto crónico, defendiendo él mismo las ideas de diálogo y convivencia. Ahora, ese mismo sector recalcitrante servil a los dueños del dinero y que nunca ha creído realmente en la plurinacionalidad ni en el socialismo, ha extendido el área de líneas rojas, prohibiendo a Sánchez sentarse en una mesa de diálogo con independentistas catalanes y vascos. Una posición prohibicionista que puede incluir en algún momento al propio PNV, hoy por hoy a salvo.

En este escenario, Pedro Sánchez ha optado por ganar tiempo. Para ver hacia dónde se inclina Ciudadanos y, de paso, dejar que Podemos se debilite aún más. Con los primeros pactaría medidas económicas y con los segundos, medidas sociales, gobernando en solitario. Este y no otro es el ideal de Sánchez. Una estrategia que no creo vaya a convencer a Podemos ya que ser funcional a un gobierno neoliberal en lo que toca a la economía podría provocar una explosión en su ya difícil equilibrio interno.

“¡Con Rivera no!”, clamaban militantes socialistas de base en la noche electoral, claramente inclinados a pactar con Podemos. Pero es verdad que la fuerza morada no puede aceptar cualquier cosa, menos aún cuando sectores amplios, entre ellos su sector de Andalucía, prefieren ser oposición pura y dura. La verdad es que lo que pueda ocurrir es imprevisible, pero lo que menos se entendería es un pacto del PSOE con Ciudadanos que representa hoy por hoy una derecha moderna en algunas esferas sociales pero profundamente derechista en lo económico y reaccionaria en lo tocante a una visión predemocrática de la unidad de España.

Este escenario general del que depende la puesta en marcha de un gobierno central e incluso la posibilidad de unas nuevas elecciones, se completaba con el complejo laberinto de la elección de alcaldías. En Euskadi parece ha funcionado un pacto global entre el PNV y el PSE. Un pacto que, se mire por donde se mire, pone en cuestión la autonomía municipal. Y lo hace aunque ese pacto sea legal y legítimo, desde luego, pero no lo más conveniente para una sana democracia. Lo ideal, pero incluso lo lógico, es que la alcaldía de cada municipio se elija en cada municipio. Si en Irun una fuerza política ha ganado con 3.000 votos de ventaja sobre la segunda, de 5.500 sobre la tercera y de 6.000 sobre la cuarta, cualquier pacto de otras fuerzas políticas para lograr la alcaldía debería ser estrictamente local, no el resultado de un reparto global. Pero lo mismo en Andoain, por poner otro ejemplo, donde con un electorado mucho menor la primera fuerza saca cerca de 900 votos a la segunda fuerza y 1.200 a la tercera.

No hay que olvidar que en las municipales se vota por marcas pero también en función de personas. Muchos votantes deciden qué votar por sus preferencias con tal o cual persona a la que consideran mejor que otras. Pero esta lógica que hay que respetar queda aniquilada por una fría decisión tomada por unas cúpulas sobre un mapa territorial. Son justamente las políticas impuestas desde arriba las que se cargan el municipalismo y la sagrada autonomía. Y no es convincente la explicación de que este tipo de acuerdos externos a los municipios concretos se hace solo por la estabilidad.

La estabilidad no solo debe contemplar la viabilidad de las instituciones, sino que debe reconocer algo fundamental: la estabilidad social. Una estabilidad, esta última, que se expresa el día de las elecciones en el cívico comportamiento de vecinos y vecinas que concurren a las urnas con papeletas distintas, que se saludan y conversan en el colegio electoral aunque sepan que votan diferente. La gente vota en armonía, pero el día señalado, en el salón de plenos, se puede montar el follón y se abren heridas porque una decisión externa ha decidido que la alcaldía sea consecuencia de un pacto ajeno al municipio.

Precisamente, uno de los grandes pecados de la democracia en nuestros territorios es la exclusión de unas fuerzas para con otras y la imposibilidad de que un proyecto de municipio aúne voluntades de todos los partidos representados en el consistorio. En la lucha por la alcaldía se ponen sobre la mesa principios y argumentos políticos, pero todos ellos son, sobre todo, un disfraz para ocultar el verdadero deseo: el poder. La autonomía municipal amenazada constantemente debería defenderse por ejemplo con el principio de que la Alcaldía de Tolosa se haya decidido en Tolosa, la de Irun en Irun y la de Andoain en Andoain. Sería, además, la mejor medicina para la convivencia. Lo otro, el quitar y poner alcaldías por un pacto territorial hecho fuera de cada municipio concreto, no es sino una forma de crispar la convivencia y envolverla de malestar para cuatro años.

Pienso asimismo en qué pasa con las fuerzas políticas locales sometidas a la disciplina vertical. ¿Qué credibilidad pueden tener en adelante? ¿Cómo pedirán el voto la próxima vez? No creo que sea una satisfacción aupar a la alcaldía a un partido político como consecuencia de una decisión externa, más bien es un castigo para las militancias locales obligadas por la disciplina. Aquí nos encontramos con el famoso centralismo democrático del leninismo puro y duro. Desde arriba se manda, desde abajo se obedece. Magnífico panorama para la juventud que se plantee engrosar las filas de un partido político.

Nos encontramos, pues, con un mercadillo poselectoral en el que hasta las fuerzas políticas y líderes y lideresas con un perfil moral reconocido pueden sucumbir. Pero bien, superada esta coyuntura municipal, nuevamente nos encontramos ante el dilema del PSOE de qué gobierno formar y con apoyo de quiénes. Para más lío, la mayoría absoluta en un parlamento que se ha visto reducido en cuatro escaños es ahora más cara. ¿Será una cadena de casualidades o alguien está planificando cómo poner zancadillas a Pedro Sánchez?* Analista