EN el mundo de las ciencias sociales, y en el de la política, el sociólogo británico Anthony Giddens (1938) es ampliamente respetado y reconocido como uno de los pensadores más relevantes e innovadores de los últimos cuarenta años. La ambición de Giddens ha sido tanto refundar la teoría social como reexaminar nuestra comprensión del desarrollo y la trayectoria de la modernidad. Una nueva concepción de la ciencia social era absolutamente necesaria para abordar los nuevos y complejos problemas de la sociedad mundial desde los años 70.

Giddens desarrolló una nueva visión de lo que es la sociología, presentando una comprensión teórica y metodológica de ese campo basada en una reinterpretación crítica de los clásicos. Desarrolló la teoría de la estructuración, un análisis de la “agencia” y la “estructura” (la interrelación entre individuos y fuerzas sociales) en la que la primacía no se otorga a ninguno. También analizó en profundidad la modernidad, la globalización y la política, especialmente el impacto de la modernidad en la vida social y personal.

Más recientemente, Giddens ha centrado su atención en una gama más concreta de problemas relacionados con la evolución de la sociedad mundial, por ejemplo los problemas ambientales, centrándose especialmente en los debates sobre el cambio climático, que se analizan en sucesivas ediciones de su libro The Politics of Climate Change (2009). También ha estudiado el papel y la naturaleza de la Unión Europea en su libro Turbulent and Mighty Continent. What Future for Europe? (2014). Y se ha ocupado también, en una serie de conferencias y discursos, de las consecuencias de la “revolución digital”.

Respecto al cambio climático, la postura de Giddens es que hay muchas razones que lo explican, pero la principal, y es una novedad histórica, es el papel de los humanos en su desarrollo y agravamiento. Ninguna civilización previa intervino en la naturaleza en un nivel remotamente similar al que lo hacemos hoy en día de forma cotidiana. No tenemos experiencia previa en el tratamiento de un problema de este tipo ni sabemos a ciencia cierta los peligros que plantea.

Esos peligros, por tanto, aparecen como abstractos y localizados en algún punto indefinido en el futuro. A este respecto, Giddens plantea una paradoja: es probable que aplacemos cualquier respuesta adecuada al cambio climático hasta que ocurran grandes catástrofes relacionadas inequívocamente con él, pero para entonces, por definición, sería demasiado tarde, ya que no tenemos manera de revertir la acumulación de gases de efecto invernadero que está impulsando la transformación del clima en todo el mundo.

Respecto a la globalización, Giddens considera que la creciente interdependencia de la sociedad mundial está impulsada no solo por la mayor integración de la economía mundial, sino principalmente por los avances masivos en las comunicaciones. Internet se ha expandido sin precedentes, uniendo a personas y organizaciones de todo el mundo, así como entrometiéndose profundamente en la vida cotidiana.

Internet es solamente un aspecto de la revolución digital en curso, junto con la robótica, la inteligencia artificial y las supercomputadoras. A este respecto, Giddens nos recuerda que esta revolución no es meramente una confirmación de la capacidad innovadora de las personas y las empresas, sino que hay que verla principalmente desde un prisma geo-estratégico y político de lucha por el poder mundial.

Un mundo cada vez más interconectado ofrece muchas ventajas y beneficios, aunque también conlleva nuevos riesgos, algunos de ellos de una dimensión global. Por ello, Giddens se refiere al surgimiento a nivel global de una “sociedad de alta oportunidad y alto riesgo”. Así, la incertidumbre contemporánea es esencial a nuestro tiempo, ya que nos enfrentamos a retos y oportunidades nuevos y no podemos basarnos en la experiencia pasada para evaluarlos.

Vivimos en un mundo que se ha movido “fuera del límite de la historia” al mismo tiempo que permanece profundamente arraigado en él. Giddens quiere decir que hoy enfrentamos riesgos con los que ninguna otra civilización anterior ha tenido que lidiar, como el cambio climático, el crecimiento masivo de la población mundial, la existencia de armas nucleares o la revolución digital. Algunos de estos riesgos son existenciales: son amenazas a la continuidad misma de la civilización humana. No podemos decir cuáles son los “más amenazadores”, ya que el verdadero nivel de riesgo es, por definición, desconocido.

Al mismo tiempo, tenemos oportunidades, como humanidad colectiva, que van mucho más allá de lo que estaba disponible en épocas anteriores, no solo para el avance material sino también para el enriquecimiento espiritual de nuestras vidas. Esta relación problemática y contradictoria entre mayores riesgos y mayores oportunidades es hoy una parte elemental de la condición humana.

En el mundo de la política, Giddens es conocido por su asesoramiento al ex primer ministro británico Tony Blair. El argumento de la “Tercera Vía” para reformular la socialdemocracia tuvo mucho eco en los años 90 del pasado siglo. En síntesis, la Tercera Vía argumentaba que los conceptos políticos de izquierda y derecha se estaban desmoronando como resultado de cambios socio-económicos vertiginosos, lo que colocaba a las personas en nuevas relaciones de confianza y dependencia entre sí y con sus gobiernos.

Giddens criticó el socialismo de mercado y construyó un marco de seis puntos para una política radical reconstituida: 1. Reparar las solidaridades dañadas. 2. Reconocer la centralidad de la vida política. 3. Aceptar que la confianza activa implica políticas generativas. 4. Abrazar la democracia dialógica. 5. Repensar el estado del bienestar. 6. Enfrentar la violencia. The Third Way (1998) proporciona el marco dentro del cual se justifica su propuesta de tercera vía, que Giddens también llama “el centro radical”o “centro-izquierda progresista”. Según Giddens, “el objetivo general de la Tercera Vía política debe ser ayudar a los ciudadanos a pilotar su camino a través de las principales revoluciones de nuestro tiempo: la globalización, las transformaciones en la vida personal y nuestra relación con la naturaleza”.

Muchas de las ideas de Giddens llevaron a Blair a transformar el legendario Labour Party en una formación centrista y, si nos atenemos a la evolución del izquierdismo desde entonces hasta hoy, sin duda el análisis de Giddens fue acertado en lo fundamental. La Tercera Vía influyó también en una serie de partidos políticos de centro-izquierda en todo el mundo: en Europa, Estados Unidos, América Latina y Australia.

A pesar de su impacto en el Nuevo Laborismo en el Reino Unido, Giddens se desvinculó de muchas de las interpretaciones de la Tercera Vía hechas en la esfera de la política cotidiana. Para él, su programa no consistía en rendirse al neoliberalismo ni al dominio de los mercados capitalistas. El objetivo era ir más allá del fundamentalismo de mercado y del socialismo para hacer que los valores del centro-izquierda cuenten en un mundo globalizado. Argumentó que “la regulación de los mercados financieros es el problema más apremiante en la economía mundial”.

La crisis financiera global, según Giddens, está lejos de haberse resuelto por completo, porque refleja muchas de las características de la sociedad mundial de alto riesgo que vivimos hoy, incluso la dimensión de género, dado el papel que jugaron los “machos alfa” en el comportamiento agresivo de quienes juegan en los mercados mundiales de dinero. Hay también, nos dice Giddens, un factor clave adicional: el papel de la teoría económica neoclásica. Ninguna otra disciplina académica ha tenido nunca un papel tan relevante en la sucesión de acontecimientos mundiales. La síntesis neoclásica ha impulsado la economía mundial y su sujección radical a los mecanismos de mercado sin restricciones.

Esta observación nos lleva a cuestiones generales de carácter político. Todavía hay un papel clave para la “tercera vía”, entendida como una orientación política general y aplicada más allá de los límites de los estados-nación. Tenemos ante nosotros una gran tarea, afirma Giddens: crear una forma de capitalismo responsable, en el que la creación de riqueza se reconcilie con las necesidades sociales, incluidas las ambientales.