E L Día Mundial del Medio Ambiente es un evento global liderado por Naciones Unidas que se celebra cada 5 de junio en miles de comunidades del planeta. Desde sus inicios, en 1972, ha crecido hasta convertirse en una plataforma global de alcance público, ampliamente replicada en todo el mundo.

Sólo desde los años 60 del siglo XX el ambientalismo vino a alumbrar la necesidad de incorporar a las inquietudes de la Humanidad aquello que, no siendo humano, formaba parte de la vida planetaria. En unos momentos en que cundió la defensa de los derechos de otras culturas, la pluralidad y las vindicaciones multipolares, apareció también la demanda de la diversidad biológica o biodiversidad. De la misma manera que se ganó consciencia en el respeto de las diferencias, en la sexualidad, en las religiones, en las culturas, en las razas; surgió la sensibilidad hacia los derechos de la naturaleza. Desde entonces, la idea que animó los derechos humanos se extendió, como una vindicación humana más, a los derechos de las aguas, de los bosques o de los animales, en definitiva, al medio ambiente.

La defensa del medio ambiente es una prioridad absoluta. Los datos hablan por sí solos: la mitad de las especies que conviven con nosotros y nosotras están en peligro de extinción; por cada muerto en accidentes de tráfico en Europa, hay 21 muertes prematuras provocadas por la contaminación; el 76% de los ciudadanos y las ciudadanas de Europa malvivimos en ciudades con índices de polución superiores a los permitidos.

Pero la descontaminación a nivel global y la lucha contra el cambio climático debe comenzar por lo local. Los compromisos en mitigación y adaptación se han establecido siempre en el ámbito de los estados, en una construcción de arriba hacia abajo. Ahora bien, durante los últimos años, el papel de los gobiernos regionales -como es el caso de Euskadi- y locales -ayuntamientos, principalmente, aunque también otros entes- es primordial en el éxito de la política climática. Así, la construcción de abajo hacia arriba se basa en el nivel competencial, de responsabilidad y de intervención de los citados entes. Este es el caso actual de Euskadi, con competencias y, por lo tanto, con capacidad para incidir tanto en el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero, muy especialmente en las emisiones difusas, como en las medidas de adaptación a los impactos sobre los diversos territorios, los sistemas físicos y los sectores socioeconómicos más vulnerables al cambio climático.

En nuestro país, no partimos de cero. Contamos con la Estrategia de Cambio Climático del País Vasco-KLIMA 2050, que fue aprobada en 2015 y que es el instrumento compartido por todos los departamentos del Gobierno vasco. La aprobación de dicha estrategia ha supuesto un hito ambiental para Euskadi, ya que cuenta con una herramienta propia para afrontar los desafíos futuros de la climatología. En la actualidad se está trabajando en una Ley de Cambio Climático.

Por otra parte, participamos en la red de gobiernos regionales para el desarrollo sostenible (nrg4SD), que se trata de una organización internacional que representa a los gobiernos regionales a nivel mundial, y por tanto con una mayor cercanía a la ciudadanía, que cuenta con la participación activa del País Vasco y que está trabajando para promover y compartir experiencias, entre otras materias, en adaptación, mejora de la gestión ambiental, transferencia de tecnología no intensiva de emisiones de efecto invernadero, promoción de las energías renovables, indicadores de rendimiento de todos los sectores emisores, distribución de buenas prácticas y mercados de carbono, siendo ejemplo de buenas prácticas tanto a nivel local como regional.

Trabajando de esa forma, se puede ayudar a presionar a que Europa intensifique sus esfuerzos para hacer realidad el Acuerdo de París y limitar el calentamiento global a un máximo de 1,5 grados centígrados. Esto implicará una estrategia climática a largo plazo de la UE con el objetivo global de alcanzar la neutralidad climática y aumentar el objetivo de reducción de los gases de efecto invernadero de la UE para 2030. Esta sería una señal fuerte para fomentar una mayor ambición climática global.

Por otra parte, el modelo de producción de alimentos también puede mejorarse radicalmente. Debemos volver a centrarnos en el apoyo a las pequeñas explotaciones y las cadenas de suministro cortas. También es preciso trabajar contra el despilfarro alimentario, el uso de plaguicidas y la producción y utilización desmesurada de los plásticos, que acaban en la naturaleza. Con esta visión, podemos preservar la biodiversidad y los ecosistemas, y hacer que los alimentos sean sanos y asequibles para todos y todas.

Otro tema importante en la mejora del medio ambiente, es combatir la utilización que se hace del coche en multitud de ocasiones y su potencial nocivo para la convivencia si no se hace un uso adecuado del mismo. Es inagotable el catálogo de eslóganes publicitarios dirigidos a vendernos un aparato que, sobre ruedas, parece conducirnos hasta la felicidad. Nos hablan del “placer de conducir”, nos dicen que “hay otra forma de llegar”, que nuestro destino es “la libertad”, que nos merecemos “hacer lo que tengamos ganas”.

El coche, aquel reclamo que pretende ofrecernos posición social y supuestamente exhibir éxito profesional y laboral, desde hace muchas décadas se ha convertido en uno de los protagonistas estelares de nuestras vidas, y hoy en día, lo queramos o no, es un verdadero okupa del espacio público.

Pero, el problema no sólo es el espacio, sino también el aire que respiramos. El 99% de los automóviles funciona con diésel o gasolina, entre otros combustibles contaminantes, que nos enferman e incluso nos matan. Lamentablemente, esto no es una exageración o una frase elocuente. En algunos informes oficiales e institucionales se viene a decir que el automóvil es el causante de 38.600 muertes prematuras al año en el Estado español, cifra que se eleva a 422.000 en toda Europa, debido a la exposición continua a las sustancias emitidas por los tubos de escape, en su mayoría provenientes de vehículos privados.

En este sentido, necesitamos una transición que nos aleje de la movilidad basada en combustibles fósiles y promover modos de transporte más sostenibles, limpios y accesibles, lo cual requiere una importante inversión en transporte público ecológico.

Todos estos objetivos son alcanzables, si existe voluntad política.