LA referencia del Papa Francisco a “satanás” en el discurso pronunciado en la clausura del Encuentro sobre La protección de menores en la Iglesia, el domingo 24 de febrero, sorprendió a muchos, entre los que me encuentro. Su referencia al diablo ha sido fuente de no pocas descalificaciones, incluso en medios que, sin ser en absoluto portales religiosos, tampoco marcadamente eclesiófobos, sin embargo tratan de ser ecuánimes e independientes en sus informaciones acerca de lo religioso. Lo que no es frecuente. Por eso, una vez más, he de citar aquí al cotidiano Le Monde, que titula, significativamente, su editorial del 25 de febrero (fechado 26) así: “Pedofilia: al incriminar a Satanás, el Papa Francisco debilita su discurso”. Con este subtítulo: “Aunque a menudo acepta la responsabilidad de la Iglesia, ahora acusa a... Satanás. Como si fuera suficiente sacar al diablo del infierno para exorcizar el mal”.

No soy, en absoluto, un experto bergogliano, pero me parece claro que en algunos aspectos (y este es uno) el lenguaje del Papa denota una teología y una antropología que creo, desde mi poquedad de sociólogo de provincias, están ya fuera de contexto. Son referencia, a mi juicio, extemporáneas (de otro tiempo y contexto), inadecuadas y contraproducentes para una recepción en nuestros días del fondo de su mensaje. Porque este, el fondo de su pensamiento, yendo a la raíz de lo que quiere decir con sus referencias al diablo, ahora que habla sobre la pederastia en el clero, considero, sin embargo, muy pertinente y necesario.

El Papa parece sostener una imagen antropocéntrica de la maldad en la figura de satanás. Parece que con la referencia a satanás o al diablo, el Papa significa (¿personaliza?) el “mal”. Para mí, sobra la referencia a satanás. No así el “mal” que aparece en muchos momentos de su mentado texto con expresiones como “la mano del mal”, “el misterio del mal”, “el espíritu del mal”, “la manifestación del mal” etc. Personalmente, me siento más cómodo, en mayor sintonía, con expresiones como “misterio del mal”, “el espíritu del mal”, etc., que con un antropocentrismo del mal en la figura del diablo, de satanás, que creo corresponden a una cosmología, antropología y teología propias de otros tiempos, ya fuera de lugar en la reflexión cristiana de la Europa de hoy, aunque todavía siga presente en otras latitudes, como en América latina.

Pero me encuentro plenamente con Francisco en lo que creo que está en la raíz de su planteamiento en esta cuestión del mal. Lo que refleja en otros párrafos de su discurso: “Ante tanta crueldad, ante todo este sacrificio idolátrico de niños al dios del poder, del dinero, del orgullo, de la soberbia, no bastan meras explicaciones empíricas; estas no son capaces de hacernos comprender la amplitud, la profundidad del drama. (?) necesitamos tanto explicaciones como significados. ¿Cuál es el significado existencial de este fenómeno criminal? Teniendo en cuenta su amplitud y profundidad humana, hoy no puede ser otro que la manifestación del espíritu del mal. Si no tenemos presente esta dimensión estaremos lejos de la verdad y sin verdaderas soluciones”.

Pero ¿dónde nace este espíritu del mal? ¿Es que habría como una lucha entre dos principios, el principio del bien, el Dios creador bueno, y el principio del mal, el Ángel caído, Satanás, como nos enseñaron en la catequesis de críos? El Papa Benedicto XVI nos señala, sin embargo, que “la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, solo bueno, sin sombra de mal. (?.) Así pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad que abusa. ¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro -continúa Benedicto XVI-. El mal no es lógico. Solo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se le representa con grandes imágenes, como lo hace el capítulo 3 del Génesis, con la visión de los dos árboles, de la serpiente, del hombre pecador. (?) Podemos adivinar, no explicar (?.) porque es una realidad más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche”. Este texto magistral de Benedicto XVI (03/12/08) no habla de satanás, habla del misterio del mal, consecuencia de “una libertad que se abusa”.

El mal, lo que denominamos, falto de palabras ante lo innombrable, “el espíritu del mal” está ahí. Misterio insondable que tantas y tantas publicaciones y obras de arte ha ocasionado a lo largo de los siglos. Me permito recomendar el libro El mal. Un ensayo sobre el modo de pensar lo inconcebible, del filósofo de la religión Ingolf U. Dalfert (ediciones Sígueme, 2018). No se lee como una novela. Exige esfuerzo, como esfuerzo exige comprender Auschwitz, por dar un ejemplo del mal absoluto. Como me decía, días pasados, un amigo judío, Auschwitz es el ejemplo de que en todo humano hay una potencialidad de mal que escapa al mero entendimiento.

Ante la pederastia de parte del clero católico, la justicia debe actuar, con sus propias y seculares armas, porque se ha cometido un delito. La Iglesia debe ayudar a la justicia en su labor. Pero, como se dice en el punto de reflexión 14 que se abordó en Roma, debe mantenerse la presunción de inocencia “hasta que se pruebe la culpabilidad del acusado” y añade “evitar la publicación de listas de acusados (?) antes de la investigación previa y la condena definitiva”. Este punto, aunque es prácticamente imposible de cumplir, como se observa en la justicia ordinaria (de ahí la pena de banquillo, cuando no la de telediario, si se es famoso), me parece que sería deseable en todo proceso judicial salvo riesgo de reiteración delictiva.

Cuando escribí mi libro Tras la losa de ETA (PPC. 2014), entre mis lecturas traje a colación, hablando del perdón y la reconciliación, algunas reflexiones del gran filósofo y musicólogo Vladimir Yankélèvitch, de origen ruso, huido a Francia por el antisemitismo de su país y que luchó en la resistencia contra el nazismo. En el prólogo de su desgarrador libro Lo imprescriptible, de 1971, escribe esto: “Entre el absoluto de la ley del amor y el absoluto de la libertad del mal, hay un desgarro que no puede ser enteramente resuelto. No pretendemos reconciliar la irracionalidad del mal con el amor todopoderoso. El perdón es fuerte como el mal, pero el mal es fuerte como el perdón”. ¡Uf!

Esta idea me persigue, con desasosiego, desde que leí el libro, hace muchos años. Será la condición humana que diría Malraux. Solo así trato de entender (que no justificar) la supuesta pederastia (está subjudice) de algún cura amigo (más de uno desgraciadamente), aunque en otros casos la sentencia es firme y debe cumplirse.