HOY por hoy, a nadie se le escapa que la sociedad actual se ha instalado en una profunda crisis de valores constituyentes. De manera que o reestructuramos todo el edificio social -no valen reformas de interiorismo tan al uso hoy- o, de acuerdo con el escritor y filósofo Luis Francisco Olivencia Baldassari, “las posibilidades de un futuro para la especie humana están totalmente cuestionadas”.
En un artículo titulado Cambiaron los grilletes por los billetes, el autor peruano nos señala que en la sociedad “algo está mal”, y a continuación nos indica una serie de indicativos que lo corroboran: “? mal cuando la educación que reciben nuestros hijos solo sirve para castrarlos mentalmente en el futuro; mal cuando los partidos políticos -de todo tipo- prometen y no cumplen; mal cuando los gobiernos siguen gobernando para beneficiar a los dueños de las empresas; mal cuando el sistema ecológico es puesto en peligro por el orden económico predominante; mal cuando se priva a miles de millones de seres las condiciones adecuadas diarias de sobrevivencia; mal cuando la industria farmacéutica produce fármacos para activar o desactivar las alegrías y tristezas y eso es una buena parte de su negocio; algo malo debe estar pasando cuando decenas de curas católicos son acusados de pederastas y esa Iglesia gasta miles de millones de dólares para tratar de tapar los hechos; algo mal debe estar pasando cuando todos los gobiernos, parlamentos y poderes del Estado están podridos hasta la médula, atravesados por la corrupción, por la inmoralidad...”.
Estando de acuerdo con las premisas señaladas, y con otras muchas que no están recogidas aquí, los males que más inciden en la sociedad por su repercusión final en la misma se recogen en dos conceptos esenciales que afectan directamente a la existencia política del ser humano, puesto que de alguna manera la determinan. Me refiero a la relación íntima que se produce entre la economía y la educación.
La economía Simplificando al máximo, se puede señalar que el transcurso de nuestra existencia parte de las economías de supervivencia comunitarias (solidarias e igualitarias por necesidad entre los componentes de los grupo; por ejemplo, los nómadas) en las que todavía no se había instalado el sistema de clases hasta la racionalización filosófica de la esclavitud legitimada y practicada por los clásicos (incluidos, por supuesto, tanto los griegos como los romanos) que instauró la jerarquización de clases, cuyo progreso ha desembocado en lo que actualmente conocemos como sistema capitalista. Sin duda, de acuerdo con Olivencia, un sistema explotador que se aprovecha de casi todos, en beneficio de unos pocos.
Un inciso: llegados aquí, es preciso decir que el capitalismo, en su exigente perfección, es el invento que más se identifica con la ambición y competitividad del ser humano, a la vez que el más dañino para la raza humana. A lo largo de nuestra existencia, tan solo con la excepción, como hemos dicho, de la época del nomadismo, las ideas y las creaciones del ser humano, bien sean artísticas, científicas, políticas, sociales, etcétera, las hemos ido valorando materialmente. A continuación, la demanda de esos productos por parte de la sociedad es la que pone el precio que estamos dispuestos a pagar, ofreciendo su oferta en los mercados monetarios. La competitividad y el egoísmo por poseerlos hace el resto. De todas formas, es necesario añadir que este modo de proceder no es novedoso, a veces balancea pero nunca se derrumba, convirtiéndose en el devenir continuo de nuestra existencia, desde donde somos capaces de elegir lo que nos gusta, cómo lo consumimos y qué precio le ponemos.
La educación Ya hemos mencionado que el otro mal del sistema que nos atañe directamente es la educación. Siguiendo al doctor argentino de principios del siglo XX Aníbal Ponce y su excelente y ameno ensayo Educación y lucha de clases, volvemos a partir de la comunidad primitiva, esa sociedad sin clases de la que anteriormente hemos hablado. Entonces, los fines de la educación se identificaban con los intereses comunes al grupo en beneficio de su estructura homogénea. Su mecanización, instintiva e integral, no partía de ninguna institución, sino que cada miembro incorporaba, más o menos bien, todo lo que en dicha comunidad era posible recibir y elaborar. No había otro fin más que la supervivencia. No digo con ello que la existencia fuese la arcadia feliz de la que hablaban los griegos. No nos olvidemos que estamos hablando de la evolución de nuestra raza, no de los estados permanentes de ella. Dando un paso tremendo en la historia, este concepto de educación espontánea e integral con una finalidad igualitaria para todos los miembros de la comunidad desaparece cuando un grupo de individuos son liberados del trabajo material, creando la división de la sociedad entre administradores y ejecutores, que inevitablemente condujo a la formación de las clases, utilizando la terminología marxista. Tanto Aristóteles como Platón plantearon una sociedad que se asentaba en el trabajo del esclavo y la cultura para unos pocos, lo que determinó una singladura de elitismo que reflejaba claramente la separación entre la fuerza física y la fuerza mental, con lo que los fines de la educación dejaron de ir implícitos en la estructura total de la comunidad, en beneficio de los que podían disponer de tiempo para la reflexión.
Estas aportaciones inauguraron un nuevo vínculo de relaciones de las que todavía disfrutamos, el que engendra el poder del hombre sobre el hombre. He aquí la relación directa entre la economía y la educación. Los que se liberaron del trabajo material aprovecharon la ventaja para defender su situación, cerrando sus conocimientos con el propósito de prolongar la incompetencia de las masas, y de asegurar, al mismo tiempo, la estabilidad de los grupos dirigentes. Con lo cual, surge una educación muchas veces violenta, sistemática, organizada e institucionalizada para legitimar y perpetuar la división en clases y el derecho de la clase poseedora a explotar y dominar a los desposeídos, cuyo umbral es el Estado.
El Estado Ese umbral es un invento de control. El Estado comprendió la necesidad de estrechar de modo más minucioso la enseñanza de la escuela para impedir que las ideas subversivas -igualdad entre iguales- se infiltraran en los niños y niñas, exigiendo una vigilancia estricta sobre sus enseñanzas y sus métodos para el beneficio de las élites pudientes.
Recogiendo lo que anteriormente hemos señalado, somos nosotros y nosotras mismas los que elegimos cómo, cuándo y qué consumimos y quién nos representa. La economía, en su diálogo permanente con la educación, nos dirige el juego político. Dicen que libremente. Dudosa libertad... por zoquetería generalizada, con perdón. Si fuésemos más cabales, los políticos, no olvidemos que salen de nuestro entorno, o eso creemos, deberían ser los gestores de nuestra confianza política. Pero no. Ese cheque en blanco que atesora la clase política, que a su vez es la que conforma y acciona el sistema dominante, nos impone las reglas a seguir: elegimos quién nos representa por medio de un sistema de partidos, otorgándoles el poder de gobernarnos mediante unas elecciones construidas libremente por nosotros mismos. No cabe duda ninguna: somos nosotros mismos quienes nos gobernamos, nos encarcelamos, nos prohibimos, nos premiamos y nos decepcionamos. Esa es la mano negra del capitalismo. Lo compra todo, porque todo lo ponemos en venta. Ese es el yugo de nuestra libertad. Por eso creo que algo malo está pasando... porque algo estamos haciendo mal.