HABIÉNDOSE calmado ya la ola del 8 de marzo, dedico estas líneas a una de las víctimas más graves que se ha dejado la marea morada en Euskadi. El obispo donostiarra José Ignacio Munilla ha padecido todo un linchamiento mediático a raíz de unos comentarios en su programa de Radio María El Sexto Continente, en las que se decía, aseveraba que las feministas eran tales por la influencia del Diablo. Como era de esperar, las reacciones llegaron de inmediato, y el mismo día 8 un nutrido grupo de mujeres se desnudó ante la sede de la Diócesis, gritando agresivamente ser diablesas que iban a por el obispo. Me recordó a un suceso muy parecido que le ocurría dos años antes a su homólogo de Lapurdi, don Marc Aillet, quemado en los carnavales de Donibane-Lohizune en forma de muñeco debido a unos desafortunados tuits donde comparaba a las víctimas del aborto con las del Daesh. El conflicto lo llevó incluso a ser reprobado en la Asamblea Nacional Francesa.

Aún sin llegar tan lejos como Aillet, Monseñor Munilla es probablemente uno de los prelados más mediáticos del Estado, a la par que impopulares. Su manera de interpretar la doctrina, y de aplicarla en el territorio más rupturista de España no facilitan en absoluto su tarea pastoral. Sus supuestas declaraciones radiofónicas se han extendido además por todo el Estado, pues basta darse un chapuzón en la red para encontrar multitud de titulares sobre él en diarios de gran alcance.

No soy yo un seguidor acérrimo del prelado de Gipuzkoa, sobre todo en lo que refiere a su planteamiento del zoon politikón u hombre (o mujer) como animal político. Sin embargo, impulsado a golpe de titular, escuché recientemente el programa de El Sexto Continente, constatando así, y sin un método excesivamente ortodoxo, que las declaraciones del católico sencillamente no se produjeron.

Munilla habla regularmente de la ideología de género como un mal a evitar, si bien no se trata de un planteamiento propio, sino del Catecismo Católico (CC) por el que se rige, que declara en su capítulo III: “corresponde a cada hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual”, y añade que “la diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio”. Esta cita se extrae del tercer artículo del mencionado capítulo, que contiene casi setenta.

Por su parte, el feminismo no viene definido en el CC, aunque sí la dignidad femenina de la que habló el obispo: ”el hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal” (aº 2.334). Sin ir más lejos, el tan popular Papa Francisco afirma valorar el feminismo “cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad” (Amoris Laetitiae, pº 173), en tanto que para el jesuita, “la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana”. Con todo, el máximo representante del Vaticano en Gipuzkoa no negó -al menos en su programa- el derecho a la huelga, ni tampoco el valor del feminismo en cuanto a tal, sino la negación propia de la ideología de género de las diferencias entre mujeres y hombres, que desborda lo propiamente legal -diferencia denunciada expresamente por la Iglesia- para empapar también lo biológico, algo que para toda religión existente hasta el momento resulta intolerable.

Cabe además añadir que la ideología de género, aunque comprende al feminismo, no lo define unívocamente, si se entiende éste desde su más pura aceptación denotativa: principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre (RAE). En tal sentido, y con sus límites de dogma, el CC, y también Munilla, serían feministas.

Aseguraba John Gray, graciosamente y desde el título de su obra, que “los hombres son de Marte”, y las mujeres “de Venus”. Nadie pareció ofenderse porque no resulta descabellado acepta reír las diferencias físicas o psíquicas entre mujeres y hombres, aunque la ideología de género luche contra ellas. Se podrá, pues, estar libremente más cerca o lejos de dicha ideología, aunque de lo que no cabe duda es de que a Monseñor Munilla le vendría mejor utilizar el lenguaje de Gray que el de Aillet. Al menos, si desea ser mínimamente comprendido por todo el pueblo católico, incluso en Gipuzkoa.