EL último dato a sumar son los resultados de las elecciones italianas. Estas, siguiendo tendencias expresadas en comicios de otros países, han puesto en manos de los ciudadanos algunas respuestas a las preguntas que se dilucidan en estos comicios: la ruptura entre el norte y el sur, el papel de las formaciones políticas que manejan un lenguaje expresivo híbrido donde las categorías de izquierda-derecha pierden claridad explicativa y vinculación con los ciudadanos, o la búsqueda de respuestas ante explicaciones que tienen que ver poco con las ofrecidas por el sistema de partidos tradicionales.

Italia vio desaparecer en un corto espacio de tiempo a las fuerzas que representan las ubicaciones ideológicas que definieron, hasta casi los comienzos del siglo XXI, la dinámica sociopolítica: ¿quién se acuerda hoy de la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido Comunista?? Hoy se reconocen en Forza Italia, Movimiento Cinco Estrellas, Liga Norte, Partido Democrático... Todos tienen nichos electorales particulares y de ninguno puede afirmarse que represente a toda Italia. La fragmentación geográfica del voto es una característica notable, la vinculación social con los partidos nuevos se basa en el interés pragmático y en la desconfianza, por otra parte todos buscan ocupar nichos y zonas de influencia y no tanto sobre lo que afirman sino sobre la negación de lo que otros dicen que son.

El descubrimiento es que la política no articula unidades geográficas, grupos sociales bien definidos o argumentos homogéneos sino que acepta la ruptura como el hecho más característico, la diferencia es el lenguaje y la relación entre votantes y partidos o movimientos es volátil, casi nadie puede presumir de tener electorados fieles basados en la confianza en las siglas que representan los intereses grupales. Lo que une a unos y otros es la capacidad expresiva que traza las diferencias con todos los demás.

Los conceptos de proyecto, alternativa, fidelidad, confianza o vinculación son cada vez menos relevantes. Las fuerzas políticas y los movimientos sociales que se mueven en estos escenarios aspiran al poder, no a la gloria; están atrapados en estructuras políticas individualizadas donde el individuo-ciudadano impone sus intereses basados en la lógica de la velocidad, en respuestas rápidas y contagiosas en las que el cambio que promueven ilumina el cambio que no llega y la ilusión por la rapidez de las acciones sustituye al trabajo pausado, reposado o envolvente.

La política vive un ocaso porque los fundamentos que la sostenían tienen poco que ver con los que la quieren sostener. El pacto se sostiene no por creencias inmaculadas en el poder del discurso sino porque se transforma en empresa de servicios, ofrece utilidades y productos específicos, asegura que hay argumentos e intereses para cada uno de los grupos que la sostienen y que estos no se van a tocar, de tal suerte que los doseles sagrados, las expectativas fraguadas y los intereses claves para cada grupo de votantes van a seguir protegiéndose de forma rápida, contundente, guiados por las leyes de la aceleración del cambio porque creen que el cambio se explica mediante el cambio.

En esta época se acaba el tiempo sereno, la eterna espera, la paciencia en los objetivos, la fe en que todo puede llegar a ser o el poder de la ideología. El tiempo de espera debe ser cada vez más corto y las promesas realizadas deben alcanzarse. Se achaca a las élites que ellas están pero las promesas nunca llegan, piden y prometen pero nunca se llega a lo que prometieron. La desconfianza, la inseguridad, la carencia de certidumbre son tres ingredientes añadidos, pero son el principio del fin de la política tal y como la hemos conocido. La toma de posesión por parte del ciudadano de las vinculaciones con la política, la individualización de las querencias, el precio de la confianza que la política necesita para desenvolverse en contextos de cambio e incertidumbre se citan con las diferentes maneras de estar que no se pueden manejar con criterios tradicionales. Las enseñanzas de los últimos ciclos electorales en Europa: Italia, Francia, Holanda, Finlandia, Dinamarca, Gran Bretaña, etc, hablan de nuevas formas de estar, decir y nombrar en política.

En España, la política se mueve en tierra de nadie, colgada por una parte del poder de la memoria y de los hechos de la transición política, de la emergencia de fuerzas políticas que no estaban en la épica y en la mitología de la transición y la desaparición de otras que quisieron tener un protagonismo que nunca alcanzaron o que, si lo lograron, no duró mucho tiempo. La política en España no está lejos del viejo axioma de Joseph Schumpeter sobre la destrucción creativa. El economista austríaco lo relacionaba con el mundo de las empresas, y los empresarios, sometidas al poder del cambio y a su evolución; unas mueren y otras nacen para ocupar su lugar.

Los electores actuales no son los de hace veinte, treinta o cuarenta años y no porque la demografía incluya al tiempo como la variable explicativa de sus movimientos sino porque las reivindicaciones y las posturas de los ciudadanos derivan hacia otras formas de representación y presentación de los problemas e intereses. Se acabó la relativa placidez de las promesas incumplidas sin tener por ello que pagar costes. Los ciudadanos aprenden -la escuela de la crisis tituló en Master y Licenciatura de Grado, incluso algunos hicieron el Doctorado, a una parte significativa de la población- que las promesas de la política pueden lo mismo ser que no estar y que hay cuestiones que parecen no tener cura: la corrupción es, por ejemplo, el viaje hacia la estulticia, el cinismo, el mal gobierno y las malas prácticas en los usos de la democracia y, sobre todo, la poscrisis descubre que hay razones estructurales, básicas y de fondo que no pueden ignorarse por mucho que se aplique el silencio administrativo o que la mirada de la búsqueda de responsabilidades quiera hacerse recaer en otros agentes, instituciones o en tiempos pasados.

Algunos temas, el más llamativo ahora el de las pensiones, no solo son cruciales sino el mar de problemas que inunda las orillas y los márgenes de los que la política oficial creía estar asegurada. El hecho afecta a millones de personas, a poblaciones sensibles, penetra, por ejemplo, en el relevo, la sustitución generacional y en la presentación ante la sociedad de nuevas generaciones, marca la lógica fiscal en algunos países como España y el resultado de la lógica política de los impuestos, interroga también a la capacidad del trabajo productivo para dotar de contenidos seguros -salarios- al núcleo de las pensiones y al común de los ciudadanos, pregunta sobre la creación de empleos saludables y sobre la capacidad o no de promover la suficiencia económica que sostenga el futuro de millones de ciudadanos e interroga asimismo a la política que se hace sobre la confianza que se puede tener en ella y a los políticos que la promueven y administran como si fuesen los gerentes de la promoción y la gestión del futuro.

La conclusión a la que conducen situaciones de este tipo es que dejar estas situaciones permanentemente abiertas no solo suscita la desconfianza y los conflictos con los ciudadanos afectados, los pensionistas, sino que interroga de manera severa sobre la capacidad de la política y sus gerentes para hacer bien su trabajo. El ocaso de la forma de hacer política que conocemos no ocurre porque algunos enemigos externos provoquen la caída -aunque pudiera también ocurrir- sino por la incapacidad de la política conocida para enfrentar y afrontar los problemas que la complejidad del mundo poscrisis obliga a resolver. Las sociedades y las instituciones que la componen casi siempre perecen por implosión, por exhibir y practicar carencias significativas en las respuestas que deben promover ante situaciones graves. Lo son aquellas que conducen y afectan a la negación de la capacidad creativa de las sociedades y a las posibilidades para ofrecer soluciones a lo que se prometió, a sus facturas y fracturas sin estar dispuestos a pagar los costes que reflejan el resultado final de tiempo de liquidación porque no se sabe o no se aprende que las facturas se pagan, lo mismo que hay que acumular conocimiento para saber gestionar los fracasos que promueven las carencias de respuestas.

Hay cuestiones que señalan bien el ocaso de la política, tal y como la hemos conocido, las pensiones es una de ellas, pero hay que contar también con la desorganización del mundo poscrisis, la debilidad de los sistemas laborales para convertir el empleo en el santo y seña de la identidad de las sociedades, la fragilidad de los sistemas de innovación para hacer bien su trabajo o la confusión entre la categórica afirmación que promueve el valor del futuro y la imposibilidad de realizar este por falta de oportunidades y contextos de cambio.

El individuo protagonista de los ecos en la participación política no olvida y traza la presencia activa en los ciclos electorales. La política y los políticos que cumplen igual se quedan, los que se alejan de la realización de sus promesas inician el ciclo de implosión que les conduce o su desaparición o a ser la miniatura inanimada de lo que fueron (nos hemos olvidado ya del PS en Francia, de la Democracia Cristiana en Italia...). Esta es la enseñanza del mundo poscrisis y de la razón tecnológica: quien promueve seguridad entre sus votantes y hace de las promesas el modus vivendi puede triunfar, quien se queda fuera o ignora el valor de los intereses de los individuos y cree que todo vale, vive el principio de su final. La destrucción creativa espera y define el ocaso del que quizá no puede escapar. Son estos tiempos de ocasos y derivas, pero también de grandes esperanzas. Son momentos que enseñan el valor de las promesas incumplidas y el ocaso de los que hicieron fortuna con todo lo que incumplieron. Es el final de un ciclo y el surgimiento de otro que aún no está en su mayor parte definido, pero del que se vislumbran características significativas. Miremos. Igual se aprende algo sobre el arte de la ofensa en política y, sobre todo, de las consecuencias desatadas por las promesas incumplidas y por la lógica de todo lo que no hay que hacer. El ocaso de la política, tal y como la hemos conocido, no es el resultado de un tiempo taimado o de ciudadanos descomprometidos o con la cosa pública o con los demás, sino el principio del fin de empresas políticas que buscan su salida racional en la destrucción creativa.