MAL asunto el de comer pipas delante de la fuerza pública porque parece que, al arbitrio del uniformado que tengas enfrente, te pueden meter una multa de mil euros, como acaba de suceder en Murcia con un ciudadano llamado Paco El Carnicero, que estaba protestando junto con muchos otros por el asunto de las vías soterradas del TAV, que tienen a la población sublevada desde hace tiempo: desórdenes graves? por las pipas, porque se ve que sin ellas no hubiesen sido tan graves.

Paso por alto las confusas circunstancias concretas de los hechos -reseñadas “con la debida confusión” en la denuncia que se ha hecho pública- para fijarme en las pipas y sus mondas y en la única manera onomatopéyica -clas, clas, clas, tuf-, que conozco de consumirlas, estés o dejes de estar en presencia, alejada como es el caso, de uniformados.

Es un hecho en apariencia insólito, pero que no desentona de una tónica general del disparate nacional que no cesa, que nos hace reír y llorar y que, sobre todo, nos va amedrentando poco a poco. ¿Quién decide que la forma de comer pipas del ciudadano es “desafiante” y, en consecuencia, acreedora de multa? ¿Cuál es el precepto legal que habla del comer pipas en público? ¿Cuál es la forma singular del desafío en el arte de comer pipas y cuál la forma del común que debe ser, imagino, sumisa, modesta y dócil? ¿Hay una forma obligatoria de comer pipas? ¿Son solo las pipas, o también otros comistrajos pueden ser tomados como desafío a la autoridad, figura esta que no está en las leyes? Me gustaría saberlo porque lo kafkiano hace mucho que irrumpió en nuestras vidas salvo para los que aplauden a Kafka y en lo cotidiano alientan, aplauden y sostienen lo kafkiano con su voz y con sus votos, algo muy común en la gente de orden.

Está claro que a este paso, si un día deciden prohibir y retirar los libros rojos, empezarán por Caperucita roja. Ese y no otro es el nivel de represión que estamos viviendo: arbitrariedad, Celtiberia show sin horario de cierre, caza del ciudadano porque sí y porque no, escatología, disparate? los pequeños demonios de la incultura andan sueltos, los de un pervertido principio de autoridad también. Prima un concepto venenoso y dañino de la autoridad ligada a la fuerza y no al derecho y al sentido común, una mentalidad cortijera en la que el capataz es más rígido que el amo, un estar convencido de que por el hecho de vestir uniforme la impunidad va aparejada a este. Y si, ahora mismo, el Tribunal Constitucional se ha visto obligado a sentenciar que la Policía está obligada a informar a los detenidos, por escrito y antes del interrogatorio, de los hechos que se les atribuyen y de las razones objetivas sobre las que se apoya su detención, no es por otra razón que porque se había producido una detención sin las debidas garantías. De lo contrario no hubiese habido reclamación alguna. Garantías, ley positiva, nada de interpretaciones arbitrarias, nada de actitudes, sospechas o predicciones.

La ley Mordaza, y su pegajoso entorno de tela de araña jurídica obvían el camino procesal de las detenciones y acusaciones, llevando al ciudadano a la arbitrariedad e indefensión más absoluta, como es la vía administrativa en la que, en la práctica, tienes poco que hacer y mucho que perder.

De las canciones y las palabras aladas de las redes sociales a las pipas callejeras que hay que consumir de manera modosa como monagos en cine parroquial con película de miedo, que esa es la que nos van echando, por mucha risa que a ratos nos dé, los motivos de ser multados proliferan tanto que al final sobrarán, que esa es la idea, mucho me temo. No dejan otro recurso que la chanza cuando la denuncia de la gravedad del estado de cosas resulta ineficaz. Está visto que, de la misma manera que para orinar en campo abierto hay que cuidarse de no hacerlo en contra del viento, para comer pipas en la vía pública hay que mirar bien mirado si no tienes uniformados en los alrededores.