ESTAMOS asistiendo desde hace algunos años al cuestionamiento más serio de la unidad territorial de España desde el restablecimiento de la democracia. Curiosamente, si echamos la mirada sobre la trayectoria de los últimos 50 años, no lo estamos protagonizando los nacionalistas vascos, sino los catalanes. Es interesante, por tanto, analizar cómo estamos percibiendo desde el abertzalismo el esfuerzo de sus legítimas instituciones de gobierno y de buena parte de su ciudadanía por dotarse de un Estado propio y distinto.

Sin dárselas uno de observador sagaz, pueden advertirse entre nosotros diferentes actitudes.

De la oportunidad del esfuerzo Hay quien, sin negar legitimidad al esfuerzo catalanista, lo considera claramente inoportuno. Desde una perspectiva bienintencionada, porque ha escogido como antagonista a un gobierno parlamentariamente débil, pero representante de las esencias españolas más reacias a admitir cuestionamientos de su unidad y presionable, tal vez por primera vez desde la Transición en su propio nicho de mercado, por una fuerza parlamentaria significativa todavía más españolista si cabe: Ciudadanos.

Desde una perspectiva más egoísta, porque para una vez que la aritmética parlamentaria convertía los votos del PNV en potencialmente decisivos y codiciados en el Congreso, el procés los anula, impidiendo a ambas partes llegar a acuerdos dignos de tal nombre.

Y desde una perspectiva más de filosofía democrática, porque en los repetidos intentos por acreditar una mayoría de votantes en apoyo de la demanda, tan solo se ha conseguido demostrar que la de la independencia es, con diferencia, la opción de futuro más respaldada en Cataluña, pero no que cuente con el apoyo de la mayoría absoluta ni que en la opción binaria exclusiva si/no fuese a triunfar frente a la contraria.

de su legitimidad Por esto mismo hay, también entre nosotros, quien además de inoportunidad le reprocha ilegitimidad. De hecho es evidente que, además de forzar la legalidad española, como es inevitable hacer en cualquier proceso de este tipo, ha habido que interpretar sui géneris la propia legalidad catalana en algunos casos. Y se sigue teniendo que hacer para investir president, habida cuenta de las circunstancias.

Hay abertzales, asimismo, que en mayor o menor grado critican que se haya intentado proclamar la república catalana, (fuese en serio o con carácter más simbólico, que las declaraciones bajo amenaza de prisión no son nunca enteramente fiables) sin haber “negociado” interna y externamente lo que a ellos les parece necesario. Internamente por cuanto ningún no soberanista ha apoyado la iniciativa (pese al apoyo teórico de otros, Podem y adláteres, al derecho a decidir) y externamente por cuanto no se habría, presuntamente, agotado el elenco de alternativas o de formas negociable con Rajoy.

Por último, también se ha manifestado, como actitud digna de mención, aunque no merece análisis sino lástima, una cierta conmiseración, un cierto “mirar por encima del hombro”, que podría sintetizarse en una sola frase, “mira estos, se creían más listos que nosotros”, o acaso de forma más representativa por otra, “nosotros al menos no hicimos el ridículo de esa manera”, acompañado en los más aficionados a la Historia por una cierta expresión de superioridad, si no moral si política, “estáis así porque no quisisteis el Concierto Económico en la Transición”.

Quiero confesarles que de pensamiento, palabra, obra u omisión, creo haber incurrido en alguna medida o en algún momento en todas estas actitudes. Todas son injustas y equivocadas y solicito por ello su benevolencia hacia una autocrítica pública.

Preguntas a los reproches El reproche de inoportunidad se responde fácilmente con una pregunta: ¿Puede alguien garantizar que el desarrollo de un procés va a ser más sencillo en otro momento? Si nos atenemos al apoyo sin fisuras que dos de las tres opciones alternativas de gobierno (PSOE y Ciudadanos) han expresado al comportamiento del Gobierno Rajoy, puede ponerse seriamente en duda que esperar pudiera servir realmente para algo; ya nos lo advertía la merecidamente célebre frase de J. Plá, “no hay nada más parecido a un español de derechas que un español de izquierdas”.

En todo caso, quienes así lo entiendan debieran poner en la balanza el perjuicio constante que sufre, día tras día, la población catalana, como consecuencia de no poder disponer de sus propios recursos y de la consiguiente falta de autonomía.

Si el reproche tiene por fundamento el riesgo para el eventual aprovechamiento propio de la debilidad parlamentaria del PP, debiera justificarse porque tienen otros que sacrificar sus intereses y subordinarlos a los nuestros. ¿Lo hemos hecho nosotros en ocasiones anteriores? (No me citen, por favor, la retirada parlamentaria en tiempos de la República) ¿Estaríamos dispuestos a hacerlo en un futuro, llegado el caso?

Es evidente que es el reproche democrático el que tiene mayor sustancia, no se ha acreditado una mayoría absoluta legitimadora. Sin embargo, pocos de nosotros hacemos hincapié en que la responsabilidad de que no exista apoyo indiscutible en favor de alternativa alguna, es de quienes hacen imposible el pronunciamiento específico de los catalanes en referéndum ad hoc.

Quienes impiden que se pueda optar libremente, (con carácter vinculante o sin el) son quienes menos legitimados están para escudarse en la falta de mayorías de uno u otro tipo, cuando siempre se ha dado, además, la gubernativa y parlamentaria que cualquier ordenamiento considera legítima para convocar y cuando también es claro que la alternativa de mantenimiento a ultranza del status quo que abanderan cuenta con un respaldo manifiestamente menor. Se es injusto si cuando se aceptan cuestionamientos democráticos de lo realizado por PdeCat y ERC no se tiene permanentemente en consideración todo esto.

Y si se acuerdan... También se ha criticado “no haberse negociado suficientemente”. Sucede aquí un poco lo que repreguntábamos anteriormente: ¿Puede alguien garantizar la aceptación por el Gobierno Español de cualquier propuesta de avance en el autogobierno catalán que supere lo meramente cosmético, que sería respaldada por una abrumadora mayoría de su población? ¿Se acuerdan los adalides de la negociación del refrendado y cepillado Estatut, del pacto fiscal propuesto en su día por Artur Mas, del referéndum legal y pactado reivindicado, en algún momento de debilidad, hasta por el PSC? ¿Se acuerdan de quién no ha querido nunca negociar ninguna de estas propuestas? ¿De quién es el culpable de que nada de todo esto saliese adelante? Y si se acuerdan, ¿por qué echan las culpas a otros?

Creo que la sensibilidad nacional(ista ) la tenemos todos a flor de piel. Que todos vemos lo de los demás en función de lo que pretendemos defender para lo nuestro. Y no tenemos derecho. Porque no somos ellos. En cierta medida, es inevitable, pero no deja de ser un error y de merecer autocrítica. Porque olvidamos lo fundamental, que la libertad de los demás, sea cual sea la manera como la usen, es también la nuestra propia. También para, llegado el caso, actuar distinto.