SIEMPRE me ha caído bien Joan Tardá. Esa manera de hablar siempre pausada, siempre serena. Esa cierta retranca en sus palabras. A mí me parece un tipo valiente y realista. Porque creo que los políticos (los buenos políticos) tienen que ser ambas cosas: buscando más, sin duda. Pero a la vez conscientes de que se puede lograr lo que está en algún punto intermedio entre el ahora y el ideal con el que se sueña. Si solo estás dispuesto a conformarte con la victoria absoluta de tu sueño (por justo que este sea) es posible que no consigas nada y, además, le estés viniendo bien a los que quieren que las cosas se queden como están.
No me parece mal la estrategia de Puigdemont de internacionalizar el contencioso catalán, con esto de demandar al Estado español ante el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas por haber impuesto “restricciones injustificadas” al ejercicio de sus derechos políticos. El problema de la estructura territorial del Estado Español nunca se va a solucionar internamente. Una mayoría de catalanes y vascos quieren que se reforme su encaje en el Estado español y una mayoría de españoles quieren que no haya tal reforma o, que de darse esta (en eso está Ciudadanos) sea para involucionar. La presión internacional para que España tome una aproximación más moderna al contencioso catalán puede ser crucial, porque desde luego tal decisión no la van a tomar motu proprio los españolitos de a pie. Ni tampoco las españolitas.
Pero para que esa presión internacional sea efectiva es imprescindible que Puigdemont y su camarilla dejen de hacer el payaso, que es lo único que han hecho después de la aplastante victoria moral que supuso la celebración del 1-O pese a que el Gobierno central lo intentó impedir con esa curiosa mezcla de violencia e incompetencia que sonrojó a Europa. Entonces tocó techo el puigdemontismo, de ahí en adelante ha sido todo caer en picado: ahora vamos a convocar elecciones, pero acabamos declarando la independencia durante 15 segundos, para a continuación fugarnos a Bruselas; ahora, a lo mejor volvemos, o a lo mejor no; ahora o Puigdemont o nuevas elecciones? y mientras tanto Catalunya sin Govern y bajo el 155.
Que Puigdemont encabece, si quiere, una simbólica Presidencia de la República en Bruselas. Tiene la legitimidad de ser un presidente elegido democráticamente al que quieren encarcelar por querer hacer lo que han decidido las urnas. Pero que sea eso, un símbolo, y se encargue si quiere del frente internacional y de demandar a España ante la ONU, y no obstaculice a un Govern de verdad, que habrá surgido de unas elecciones democráticas, y en el que los suyos podrán tener una presencia crucial para gobernar un país. No para hacer mamarrachadas. Y lo harán si se dejan de maximalismos y empiezan a portarse como parece sugerir Tardá que se porten.
En un artículo publicado el 29 de diciembre ya reflexionaba que el soberanismo catalán haría bien en darse cuenta de que, aun habiendo ganado las elecciones por los pelos, el verdadero mandato de las urnas no es el de la independencia. Es, más bien, que una mayoría de catalanes quieren modificar el statu quo de su encaje en el Estado. Dejando a un lado tanto a los que siguen insistiendo en tirarse de cabeza a una piscina vacía, como a los que solo entienden de cachiporras, podría haber 91 escaños para un gobierno estable y plural que representase a un pueblo y no a la mitad de él y que llevase de vuelta a Catalunya a la normalidad. Y también, cómo no, que encarase una negociación con el Estado para repensar la cuestión territorial, sabiendo ahora que el mundo está mirando con más atención de lo que lo hizo el año pasado.
Al pobre Tardá le han llamado de todo, especialmente “botifler”, que no significa estrictamente (pero viene a significar), traidor. Traidor? ¿a qué? ¿A la cabezonada de que haya un president (Puigdemont, Sánchez o quien sea) al que pueda tumbar Rajoy, valiéndose de sus jueces, para que puedan seguir lamentándose de lo malos que son los de Madrid? ¿Para qué serviría luchar por esto a toda costa, aparte de para provocar unas nuevas elecciones, con previsible victoria de Arrimadas? Y no sería porque subiese el voto españolista, pero sí porque mucho independentista se quedaría en casa, harto del patético espectáculo que dan sus desorientados dirigentes.
Tardá ha tardado, pero ha puesto un poco de cordura en el debate. Ojalá su propuesta de echarle a la cosa “menos tripas y más cerebro” y hablar con Iceta y los Comuns tenga algún éxito. Ojalá se tranquilicen los ánimos y se pongan encima de la mesa propuestas valientes pero a la vez realistas. Que, para lo que estamos tratando, pasan por ese Estado plurinacional y asimétrico con el que sensatamente soñaba el plan Ibarretxe: la única solución posible (en mi humilde opinión) a este galimatías en el que estamos todos metidos.